27.12.07

OTRO SOCIALISMO ES POSIBLE

“Otro mundo es posible” reza un eslogan compartido por muchos. Lo alternativo, la otra visión de las cosas suele despertar atracción en los más inquietos. Es como un imán. De entrada, imaginamos como prometedor el reverso de un anverso que nos desagrada. Lo soñado frente a lo real; la fantasía frente a lo prosaico; el perfecto ideal frente a las miserias de lo cotidiano. Es tentador plantear “lo otro”, pero más complejo es precisarlo y dotarlo de unos perfiles que hagan a ese “otro” viable y capaz de mejorar lo que ya conocemos. Muchos querrían cambiar el mundo. El problema es cómo y hacia qué dirección efectuaremos esa mutación.

Muchos “otros” caben ser formulados: “otra política es posible”, “otro modelo de distribución de recursos es posible”, “otro modelo social es posible”, “otra preservación del medio es posible”, “otra pedagogía es posible”… Pueden surgir como hongos este tipo de propuestas hasta el infinito. Casi diríamos que son capaces de aflorar con tanta intensidad como indefinición en sus propuestas. El acompañante del verbo siempre es “posible”; nunca es “viable” o “factible”. Francamente, no defiendo yo a estas alturas alternativas que no considere razonablemente viables y manifiestamente mejores que lo establecido. Es obvio que los riesgos son inherentes a las vidas que merecen ser vividas. Pero los riesgos calculados no son compañeros de aventuras de resultados inciertos.

Tras el descrédito en el que cayó el felipismo sepultado por los casos de corrupción vino el aznarato que fue víctima, a su vez, de unas formas que le traicionaron. La salvación final, la suprema meta a la que muchos creyeron llegar, vino de la mano del nuevo presidente José Luis Rodríguez Zapatero. La presunta “pureza” había llegado a la política de la nación. Hombre de escaso currículo político más allá de ser un oscuro diputado del botón quedó convertido en presidente tras un vuelco electoral en las urnas directamente vinculado a los acontecimientos que mediaron entre el 11 y el 14 de marzo de 2004. La ilusión y la esperanza renacieron en muchos, atraídos por la juventud y frescura de un candidato que suplía su evidente falta de experiencia con frases audaces que, en un principio, dejaron boquiabiertos a propios y extraños. Recuerden: “el poder no me va a cambiar”. Nadie se percató –al menos aparentemente- de que los grandes vencedores del 14-M fueron los terroristas.

Unos aún se tenían que lamer sus heridas (el PP), mientras otros se aprestaban a recuperar el poder tras ocho años de hibernación (el PSOE). Pocos fueron conscientes entonces del tren que estábamos tomando y, aún hoy, son muchos los que no quieren darse cuenta de nuestro rumbo enrocados en una testarudez ignorante o en un tribalismo ideológico que creíamos erradicado. Todo lo que ha mediado entre la frase citada en el párrafo anterior y la pronunciada el pasado 29 de diciembre (“estamos mejor que hace cinco años y mejor que hace un año”, sin olvidar añadir el certero pronóstico: “dentro de un año estaremos mejor que hoy”) merece cierta reflexión.

No parece muy aventurado pensar que el atentado del pasado 30 de diciembre en la terminal 4 del aeropuerto de Barajas marcará una divisoria en esta legislatura que comenzó en la primavera de 2004. O, al menos, así debería ser porque el balance de la trayectoria seguida en esta treintena de meses muestra brillos tan opacos como inquietantes. Durante todo este tiempo, una minoría –creciente, pero minoría al fin y al cabo- se ha mostrado crítica con la dirección que estaba imprimiendo al país el presidente del gobierno. Pero aún resulta más sorprendente comprobar la infinita indulgencia que le ha brindado la mayor parte del país en forma de silencio o acrítica condescendencia. Obviamente, la buena marcha de la economía ha favorecido –y lo sigue haciendo- la desactivación de gran parte de la sociedad civil a golpe de consumo o anomia.

No será fácil explicar dentro de unos años cómo se ha esfumado la política europea de España. Si Felipe González representó la entrada y consolidación del recién llegado al club europeo, Aznar supo situar a España en una posición de liderazgo relativo en los Consejos de Ámsterdam y Niza. Ese liderazgo, hoy por hoy, se ha perdido tras el bienio 2004-2006. No hay constancia de unas peores relaciones con Estados Unidos o Israel desde hace muchos años, derivadas de la violación de la primera promesa electoral (retirar las tropas de Irak después del 30 de junio) o de una política de gestos pro-palestinos pintoresca en un dirigente europeo occidental. Nadie ha pestañeado lo más mínimo cuando se han quemado más de 80.000 hectáreas en Galicia y nadie ha dicho nada cuando la imprevisión del gobierno gallego dejó las cenizas a disposición de las primeras lluvias que arrastrarían el fango hasta la costa asolando peces y mariscos. No ha habido movilizaciones ni “nunca mais”. El incendio de Guadalajara –con sus once muertos- va camino de desaparecer de la memoria, mientras hay quien aún insiste en el desastre del Prestige (que, ciertamente, fue un desastre, pero que no se cobró vidas humanas). El edificio Windsor se quemó por un cigarrillo y así quedó. A nuestros soldados no les atacan por lo visto en el exterior y si muere alguno se subraya que era peruano. Diecisiete soldados murieron en Afganistán porque sus helicópteros se desplomaron. Cosas de los “accidentes”. A finales de enero de 2007 han ametrallado de nuevo helicópteros españoles en Afganistán. Nadie dice nada; bueno, el ministro Alonso dice que es un “incidente menor”.

Eso sí, Solbes ha sabido mantener –por fortuna- una política económica calcada de su predecesor y, junto con Bono y Aguilar, ha representado lo más sensato del gobierno. Pero para compensar había que hacer gestos a la galería: acabar con el maldito vicio del tabaco (se habló hasta de conflicto civil por esta cuestión baladí), la legalización de los matrimonios homosexuales (recurso no utilizado en masa porque cualquier esclarecido sabe que la primera causa de separación es el matrimonio, institución convertida en negocio para quien nunca amó a nadie) o el cacareado carnet por puntos (por lo visto, la redención suprema de nuestros accidentes). Más grave fue la legalización unilateral de cientos de miles de inmigrantes ilegales a pecho descubierto y desafiando a propios y extraños bajo la bandera de la solidaridad y la Alianza de Civilizaciones. Luego, claro, vinieron unas decenas de miles a Canarias y el gobierno se sintió acorralado y buscó cobijo en la Europa que decían defender. La misma Europa que le puso la cara colorada al gobierno español en Madrid y en Helsinki. Recuerdo aún el patético e infantil referéndum sobre la Constitución europea de comienzos de 2005. Y toda esa precipitación porque difundieron la especie de que Aznar no era europeísta por haber defendido el statu quo de Niza con claridad y liderazgo. El cinismo no quedó ahí: Rubalcaba se permite despreciar con ironía las “opiniones” del “ex presidente” Felipe González. Veremos si todos los artículos del estatuto catalán son acordes con la Constitución de 1978. Y suma y sigue.

Lo de la Alianza de Civilizaciones puso a prueba la capacidad de los españoles para comulgar con ruedas de molino. Soy el primero que reconozco la capacidad de Rodríguez Zapatero para hacer de don Quijote y la de buena parte de los españoles para hacer de Rocinante. Este producto típico español en botella con decoración turca se parece bastante a emprenderla con los molinos de viento confundiéndolos con gigantes. Pocas veces se verá tamaña ingenuidad, ni vender aire en un envoltorio tan bonito como el de la paz y la natural cooperación entre todos los hombres y naciones del mundo. Eso es un deseo compartido por tantos que no es imposible que esté al alcance de la humanidad algún día. Pero de lo que estoy seguro es que la pacificación y armonía entre las civilizaciones del planeta tierra no va a venir de la mano de Rodríguez Zapatero.

La cantidad de actos frívolos perpetrados en dos años ha sido tal que la densidad de la estupidez ha sido insoportable. Uno llegaba a preguntarse si esto era toda la alternativa que tenía el socialismo español al programa del PP. Yo, sinceramente, creo que no. Creo que las siglas socialistas dan para mucho más y, desde luego, no cuadran bien con todo esto. Otra cosa es que el candidato que el PSOE presentó en 2004 estaba cooptado para perder, no para ganar. Y mucho menos para hacer del PSOE un “nuevo” partido fidelizado a su figura bajo unos modos que recuerdan disciplinas de secta y silencios de corderos. El presidente marca la luz y su guía es incuestionable. “Confiad en mí” les espetó a sus ministros/apóstoles sobre la negociación del estatuto catalán; meses más tarde elegiría a su candidato para la alcaldía de Madrid pasándose por el forro al partido; luego vendría su adhesión mesiánica al denominado “proceso de paz”, convirtiendo al terrorismo en una guerra regular y al terrorista en un interlocutor válido como soldado que propone llegar a la paz mediante la rendición del otro. El asesino dejó de serlo para ser un proponente de la paz. El problema lo representaban las incómodas víctimas, muy especialmente a lo largo de 2006. Molestaban las víctimas y quienes seguían llamando al asesino etarra “asesino”, con todas las letras. Ahí estaban Bono, Rosa Díez o Gotzone Mora… y muchos otros socialistas, además de millones de españoles. En la manifestación contra ETA celebrada en Sevilla en octubre de 2006 sólo habló una política en activo: la citada socialista Gotzone Mora.

La utilización partidista del terrorismo va a suponer una grave amenaza para nuestro sistema democrático si no le ponemos remedio. Y por utilización partidista no me refiero al firme combate contra la organización criminal (como hicieron todos los presidentes anteriores). Me refiero a buscar la paz por métodos indeterminados aspirando a convertirse en el salvador del país creyendo asegurarse, de ese modo, las elecciones hasta la jubilación voluntaria y, desde luego, un lugar en los libros de historia contemporánea de España (o lo que quedase de ella). Las sorprendentes ingenuidades sin límite han jalonado la escena pública española a lo largo del año 2006. Inquietaba comprobar que lo que uno pensaba era justo lo opuesto a lo que decía el presidente del gobierno. Llegaba uno a barruntar en la soledad si la equivocación no estaba de su lado, puesto que al presidente se le supone una información privilegiada y debía saber con precisión qué se cocía. Dolía especialmente contemplar que uno de los dos partidos que deberían sostener el sistema (el PSOE) se distanciaba de un modelo bipartidista para confeccionar un escenario unipartidista a su medida. Con su jugueteo con ETA y la paz añorada, el PP tendrá que sacar mayoría absoluta para gobernar de nuevo. Al PSOE –y, sobre todo, a Zapatero- le bastaba no quedar muy mal y sostener alianzas con la izquierda y los nacionalistas para mantenerse en el poder incluso aunque no quedase vencedor en las urnas. Total, la gente había tragado con Montilla en Cataluña y con Pérez Touriño en Galicia que, como se sabe, no son dos grandes seductores de urnas. ¿Qué impide a Zapatero ser eterno en La Moncloa siempre que el PP no obtenga mayoría absoluta? En los mensajes del presidente no se contiene ni la más leve referencia a la caducidad de su(s) mandato(s). Por algo será.

Pese a los posibles “beneficios” que para algunos pudieran reportar decenios de zapaterismo, ni todos los miembros del gobierno han secundado la andadura peculiar del presidente, ni siquiera la cadena Ser o la Cuatro se las prometían felices con los planes de fantasía emanados de La Moncloa… hasta destacados miembros de la inteligencia española presentaron su dimisión poco antes de los atentados de fin de año a la vista del poco caso que se hacía de la información elaborada para la Presidencia del Gobierno. Hoy sabemos que las confianzas del presidente carecían por completo de fundamento y, sin embargo, se amarró a ellas porque de las mismas dependían (y dependen aún hoy) sus intereses. Su espantada de fin de año y su negativa a decir claramente que el proceso había terminado, su recalificación de los atentados como “accidentes” (en varias ocasiones), su tardanza en llegar al lugar del atentado, el viaje de la vicepresidenta a Suiza a las pocas horas y el dejar a Rubalcaba la responsabilidad de dar la cara son detalles que dan el perfecto calibre de la debilidad de una estrategia mal diseñada y gestionada con un voluntarismo difícil de encontrar en un parvulario. Personalmente, no dejó de recordarme a la otra “desaparición” de Aznar tras el 11-M dejando a Angel Acebes con todo el peso de la situación. La diferencia es que, en esta ocasión, no hubo manifestaciones masivas en la calle ni intentos de asaltos generalizados contra las sedes del PSOE. Los responsables de los asesinatos del 30 de diciembre y del 11-M fueron los terroristas. Ni Zapatero ni Aznar, respectivamente, fueron los culpables. Es bueno insistir en esto porque ahí radica la perversión de la que no hemos salido aún.

La cosa ha sido grave y de ello nos dimos cuenta los que recibimos en nuestros teléfonos móviles el siguiente mensaje: "Todos con el presidente y por el proceso de paz. En mi nombre, sí. Pásalo". Rosa Montero también lo recibió y redactó un certero artículo en El País (9 de enero de 2007) que suscribo por completo. Como dice la articulista, sí, ese mensaje lo podía haber escrito el mismísimo Otegi. Pero lo curioso era la actitud ciega y acrítica del mensaje: con el presidente como sea, aunque se haya equivocado de medio a medio hay que seguir en el empecinamiento del error. Algo así como haber escrito otro SMS el 11-M que hubiera rezado: todos con Aznar…Aunque es bien sabido que aquel presidente que limitó voluntariamente a ocho años sus mandatos no tiene a su lado las redes del SMS.

El principal obstáculo, curiosamente, no ha sido una oposición popular irresistible a estos planes. El tropezón de Rodríguez Zapatero se lo ha propinado la organización terrorista ETA, cosa más que esperable visto desde dentro y desde fuera de España. O, en otras palabras, quien ha despejado tantas veladuras de simpleza ha sido la banda terrorista ETA. Ha dejado bien claro quién tiene la iniciativa y quién maneja los tiempos, quién tiene la sagacidad y quién la estrategia bien diseñada. Los terroristas estaban muy tocados tras el paso de Aznar por la presidencia del gobierno. Necesitaban tiempo para reorganizarse y un presidente que no los persiguiera internacionalmente más allá de Europa. Todo eso se lo puso en bandeja Rodríguez Zapatero. Consciente o inconscientemente es una cuestión en la que no voy a entrar, como tampoco tengo la respuesta a si ETA sabía o no el 10 de marzo de 2004 lo que iba a ocurrir al día siguiente (esto nada tiene que ver con la hispánica polémica en torno a la autoría de la masacre: hablo de información, no de autoría). Todo lo demás vino sólo: los robos de armas, los zulos, la evidente reorganización de la actividad subversiva con la “kale borroka” como aperitivo… y el presidente ni se inmutaba, ni suspendía las conversaciones, ya fuesen en Oslo, Ginebra o Ankara. Espero que semejante esperpento valleinclanesco tardaremos tiempo en verlo de nuevo o, por lo visto, deseamos que tarden mucho en repetirse tales desmanes. El presidente ha manifestado que las conversaciones y el proceso están liquidados. Espero, por tanto, que no acepte nuevas conversaciones en el futuro. No cabe añadir más: todo el mundo conoce la diferencia entre la verdad y la mentira.

Ya sabemos que la culpa de todo la tenía el PP, al que había que dejar sólo y aislado porque no se sumaba al barco de la mayoría (parlamentaria, claro). Sobre todo, lo importante era advertir que, aunque se sumase, había que seguir dejándolo sólo de alguna manera porque ahí radicaba la estrategia. El bipartidismo y el consenso era cosa del pasado, de la transición. Ahora tocaba que media España siempre fuese la que gobernase a la otra media en debida alianza con los nacionalismos a precio tasado. O el PP ganaba por mayoría absoluta o no gobernaría nunca. Incluso si así llegaba a gobernar algún día, podría crearse la imagen de un gobierno absoluto y derechista que había que derribar con presión callejera y pancartas. Lo mismo que se hizo entre el 2000 y el 2004, años en los que la legitimidad parlamentaria no significaba nada para aquellos mismos que llevan más de dos años alardeando de la soberanía (sic) del Congreso actual.

En suma: dos son los graves problemas que pesan sobre España. En primer lugar, la ruptura del bipartidismo y de los grandes acuerdos entre los dos principales partidos a favor de un PSOE que se ha escorado hacia alianzas con nacionalismos minoritarios con los que mantener alejado del poder al PP, incluso aunque éste ganase las elecciones por mayoría relativa. En segundo, el terrorismo (llámese doméstico o internacional) ha marcado y va a seguir marcando, si no se pone coto a las simplezas, las citas electorales y la evolución política de España a corto y medio plazo. Naturalmente, la manera más rápida de resolver un problema es negando su existencia y no faltan los que niegan los dos problemas anteriores. Suelen ser los mismos que creían que el problema de ETA ya era cosa del pasado gracias a su adecuada canalización dentro del denominado “proceso de paz”. Por escuchar, uno ha llegado a escuchar a un supuesto especialista en relaciones internacionales que Aznar había roto con la tradicional política exterior española y que Zapatero había vuelto a la línea habitual en Exteriores. Fino análisis.

Lo de arrinconar al PP a la trinchera enemiga quiebra la estabilidad del estado al que los dos partidos deben servir. No funciona un sistema democrático con un régimen de partido único, por más que se les prometan carteras ministeriales a los nacionalistas (los que, por cierto, no rechazaran el encargo de ser ministros de una nación que no consideran la suya porque poderosos caballeros son el poder y el dinero). Es una maniobra tan suicida como condenar al PSOE a la eterna oposición. Eso, al final, no termina bien y probablemente paguen los platos rotos muchos españoles que aún no han nacido todavía. Se entiende, por supuesto, que ese entendimiento en lo esencial no resta debate ni controversia a la pugna entre los dos grandes partidos. Se puede discutir de todo excepto de lo que conformaría una especie de Common Law a la española. Hay líneas rojas en el debate y dentro de ellas deben quedar elementos fundamentales como el sentido de una reforma constitucional, la organización territorial del Estado, la política exterior, la política de defensa y el terrorismo, por poner algunos ejemplos.

Roto ese pacto entre los dos grandes partidos, ETA ha aprovechado para sembrar la discordia entre los españoles para sorpresa de propios y extraños. Aún están asombrados en buena parte del Parlamento Europeo por la ingenua obstinación con la que el gobierno español pedía su apoyo para negociar con ETA. La simpleza de Rodríguez Zapatero la ha puesto también de manifiesto Felipe González al afirmar que no se puede hacer frente al terrorismo sin un plan B. Rubalcaba, que para eso le pagan y le queman, ha salido al paso diciendo que tenían un plan B y C. Mayor tontería no se puede decir cuando es obvio que lo dejaron sólo durante unos días para que tapase los agujeros de la nave que zozobraba. Que no le dé Rubalcaba muchas pistas a ETA porque, tal y como están las cosas, quizás le pongan a prueba para demostrar en qué consistían sus otros planes alternativos. No, el enemigo no es ni Felipe González, ni el PP. El enemigo es ETA, está reforzada y tiene la iniciativa de las jugadas.

ETA sabe que una campaña intensa de atentados minará sin remedio al presidente y al gobierno, precipitando probablemente el adelanto de elecciones. El gobierno no desconoce esto y, por ello, no da por definitivamente cerrado el restablecimiento de posibles contactos aunque este “proceso” pasado haya concluido. Pueden ser contactos mínimos para hacerle creer a ETA que puede obtener algo ahora aunque, en realidad, se busque ganar tiempo para conseguir una cierta victoria en las próximas elecciones. El gobierno está convencido de que ETA no se moverá en exceso porque ello le daría la victoria al PP y entonces la organización terrorista no tendría ninguna oportunidad de negociar. Pero este argumento tiene dos debilidades: 1º) no está tan claro que los sufragios suban tanto para el PP como para conseguir la mayoría absoluta en medio de una oleada de atentados; 2º) tampoco es imposible que, sin Rodríguez Zapatero, se planteen otras negociaciones con unos parámetros mas claros (entre ellos la entrega de armas que una organización terrorista puede realizar si ha sido duramente castigada con anterioridad). A Rodríguez Zapatero, desde luego, no le van a prometer la entrega de armas porque saben que tienen mucho margen para negociar con él. En otras palabras, el presidente tendrá que darle algo tangible y sustancial a ETA meses antes de las elecciones (como “aperitivo” a lo que tendrá que darle después) o habrá atentados más o menos selectivos. La cuestión es si puede, dentro de la ley, dar algo sustancial.

En esas circunstancias habrá un “baile” más o menos ficticio en el que las detenciones de terroristas no serán gravosas para ETA (véanse las detenciones parciales de los cachorros de Jarrai, Segi y demás). Lo importante es que el gobierno no toque las redes de extorsión y las redes de financiación exterior de “ETA, S.A.”. Mientras, la banda cometerá atentados que sean asumibles por el crédito del presidente siempre que quiera mantenerlo en el poder. La escalada irá en ascenso si no se consigue convencer a ETA de que se le ofrecerá algo importante y en la medida en que el tiempo apremie. Total: no hay ningún indicio que apunte a favor de una salida airosa en este problema de seguir por este camino. Vale la pena reflexionar sobre las palabras del presidente pronunciadas a comienzos de febrero de 2007 con motivo del acto de celebración del número 100 de la revista La Aventura de la Historia:

“… he reiterado mi voluntad de dedicar todo mi esfuerzo, mi capacidad y mi decisión a poner fin al terrorismo. Me siento, y esto es lo importante, obligado a hacerlo”.

Obligado a hacerlo. Y eso es lo importante. Sólo el futuro desvelará el posible alcance de estas palabras que han pasado demasiado inadvertidas.

¿Hay solución? Sí, si se cambia de estrategia a favor de un socialismo más acorde con el país y el continente en el que estamos. Con el mismo presidente o con otro, el PSOE puede completar al menos otra legislatura más con menos crispación y más entendimiento con el PP y con los nacionalismos moderados. A la vista de cómo están las cosas, hay que volver al Pacto Antiterrorista del año 2000 con muy ligeras modificaciones pactadas por los dos grandes partidos. Dicho esfuerzo debe venir acompañado de una seria rectificación de nuestra política exterior, en especial con los Estados Unidos e Israel (viaje oficial del presidente incluido). Habrá que estrechar relaciones con otros países del Magreb (no sólo con Marruecos) porque tampoco estamos a salvo de otro salvaje atentado de origen islámico con connotaciones “domésticas” (y éste es un punto muy importante a tener en cuenta). El momento crítico que está atravesando la UE resulta idóneo para recuperar siquiera una parte del liderazgo en Europa que quedó absurdamente abandonado. Tendremos que realizar arduos esfuerzos para reforzar nuestros compromisos internacionales y demostrar que somos capaces de acometerlos y de que somos unos socios fiables. Las medias tintas no engañan a nadie: la cumbre de ministros de defensa de la OTAN a celebrar en Sevilla (febrero de 2007) no persigue precisamente la paz de la Alianza de Civilizaciones (entre otros puntos pretende un incremento de presencia en Afganistán).

Estas medidas no afectarán a la buena marcha de nuestra economía y pueden amortiguarla de algún golpe que se vislumbra a medio plazo. ¿Tiene costes esta rectificación? Sin duda, significarán cambios en la cúpula de los socialistas catalanes (ya les viene de camino lo del estatuto catalán) y tal vez de los vascos (los gallegos sabrán acomodarse). Los de Ferraz sabrán hacer lo que diga el presidente y si éste tira por la senda de la sensatez, tanto mejor. Con esta rectificación, además, el PP pierde algunos de sus argumentos más poderosos (la lucha contra ETA, la desintegración nacionalista de España) y vería esfumadas sus posibilidades de triunfo en la próxima convocatoria. ETA, desde luego, mataría, pero con el mismo esfuerzo que se realizó entre el 2000 y 2004, quedaría de nuevo arrodillada y ese sí sería un momento para invitarla a la entrega de armas y los posteriores diálogos.

No terminarán los problemas porque siempre los hay y son propios de toda existencia. Pero si seguimos una receta razonable terminaremos con una grave y creciente inestabilidad que podrá ser muy peligrosa en el porvenir. Los gobiernos españoles han de transitar entre el PSOE y el PP si queremos que España siga existiendo. El poder ha cambiado a todos los hombres que han pasado por él. A algunos para bien, a muchos para regular y a no pocos para mal. Pero el poder cambia, sin duda, porque nos cambia hasta el tiempo durante el que estamos en él. Si los cambios conducen a que el terrorismo no tenga el inmenso poder que tiene hoy día, celebremos los cambios. De sabios es rectificar. Señor presidente, no tenga miedo de que el poder le cambie. Otro socialismo es posible.

MEMORIA, HISTORIA Y "MEMORIA HISTÓRICA"

Es sabido que el tema de la guerra civil y sus inmediatas consecuencias en la dura posguerra autárquica han recobrado presencia en la opinión pública española desde los primeros años del siglo XXI. Conforme nos aproximábamos a la conmemoración de los 75 años del nacimiento de la Segunda República (1931) y del septuagésimo aniversario del comienzo de la guerra civil (1936), hemos asistido a una proliferación de jornadas, seminarios, congresos, manifiestos y declaraciones públicas en torno a lo que se ha venido denominando “la recuperación de la memoria histórica”. No somos el único país que ha revisado su pasado desenterrando aspectos olvidados u ocultados (léase alemanes con el nazismo, rusos con el comunismo o franceses con el conflicto de Argelia). En el caso español –y ello parece obvio- el contexto en el que se ha producido esa relectura de la guerra ha desempeñado un papel determinante. De ese entorno caben destacarse el relevo generacional que ha plasmado su huella hasta en los propios partidos (nuestros dirigentes son ya los nietos de los que hicieron la guerra) y, muy especialmente, la presencia de un gobierno conservador por mayoría absoluta desde el año 2000 seguido de otro -socialista- tras las controvertidas elecciones de marzo de 2004.

El proceso de esta recuperación de la memoria ya comenzó bajo el segundo gobierno de José María Aznar. La mayoría absoluta del Partido Popular (PP) condujo a los restantes grupos de la cámara –encabezados por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE)- al acaudillamiento de las más diversas banderas con tal de desgastar al gobierno bajo el objetivo mínimo de que el PP obtuviera mayoría relativa en las elecciones de 2004. Todo un órdago para Aznar fue la propuesta que le lanzaron sobre la condena del régimen de Franco y la necesidad de reparar a todas las víctimas de la violencia. El reto fue gestionado por el presidente con prudencia e inteligencia al aceptar la propuesta, pese a las más que probables reticencias de una parte de sus votantes. El 20 de noviembre de 2002 todos los grupos aprobaron la iniciativa en el Congreso. El entonces presidente del gobierno tenía otras preocupaciones (su aproximación a los EE.UU tras los atentados del 11-S o el problema del Prestige, por poner dos ejemplos) y creyó haber pasado página de la historia ganándole, de paso, la mano a la oposición. Hoy sabemos que no sería así.

La pérdida de fuelle de la causa “histórica” (condena del franquismo) hubo de ser cubierta de inmediato con otras de mayor rédito electoral. El “Nunca Mais” del Prestige se engarzó con la campaña contra la guerra de Irak mientras el gobierno perdía reflejos pese a las resoluciones 1483 y 1511 de la ONU (que llevaron hasta a los Países Bajos a presentar en Irak más de 1.200 hombres siendo la tercera fuerza presente en el país por delante de España y detrás de Gran Bretaña) o pese a las ayudas otorgadas a Galicia (las mismas que, por cierto, no llegarán ahora a esa región tras los incendios del verano de 2006 y la catastrófica escorrentía de las lluvias de este último otoño). La oposición se desmelenó hasta tal punto que el diputado José Antonio Labordeta mandó textualmente a la mierda al grupo popular en el Congreso mientras hacía uso de la palabra desde la tribuna. No recuerdo que ningún diputado, desde la mismísima tribuna parlamentaria, tuviera nunca semejante comportamiento aunque es sabido que la memoria flaquea cuando no juega a ser nuestra fiel traicionera. El caso es que Labordeta quedó bien; su intervención fue un toque chic de la heterogénea gauche hispánica. Imagínense si de la boca de cualquier líder de la derecha se hubieran desprendido tales descalificaciones contra la izquierda.

Como todavía Aznar seguía en Moncloa, el asunto de la “memoria histórica” volvió a surgir como herramienta de la estrategia de confrontación que caracterizó a las comunidades gobernadas por el PSOE. Para que no quedasen dudas, en el Boletín Oficial de la Junta de Andalucía (BOJA de 9 de diciembre de 2003) se publicó el decreto 334 que llegó a definir lo que significaba “memoria histórica”. Léanselo. Por simplificar puedo adelantarles que el concepto remite a la restitución pública y moral de los derrotados en la guerra civil 1936-1939 “y los años siguientes” (sic).

Por supuesto, todo esto quedó en un más que segundo plano cuando llegó el 11-M, el 14-M y los resultados consiguientes. Pocas veces se ha visto a un gobierno más paralizado, incapaz de transmitir credibilidad y falto de autoridad en una situación de grave crisis. Como sorprendente fue la actitud de la oposición que, indignada, culpabilizó a Aznar y al gobierno de lo que había pasado por la guerra de Irak. De ahí se lanzó al control de las calles y al acoso de las sedes del PP. El común ataque a toda España debía haber unido a los españoles. Sin embargo, aquí no ocurrió lo mismo que en Nueva York en septiembre de 2001 o en Londres en julio de 2005. El 11-M dividió a los españoles y produjo una fractura nacional de tal magnitud que veremos qué consecuencias tendrá en el futuro a medio y largo plazo. Quienes idearon y planificaron los atentados del 11-M, sin duda, sabían muy bien lo que se hacían. El vuelco electoral fue tan traumático que años después unos pretenden mantener la memoria de lo que ocurrió insistiendo en la necesidad de profundizar en las investigaciones, mientras otros aspiran al olvido enterrando la memoria y dando el caso por cerrado.

Parece pues más que evidente que la memoria no es un asunto aséptico ni neutro. Rememorar a las víctimas del terrorismo etarra ha llegado a ser hasta políticamente incorrecto para aquellos que confían en el denominado “proceso de paz”. La mera contemplación de los cadáveres en los trenes que se dirigían hacia Atocha es, para unos, exponente de las mentiras de Aznar y, para otros, producto de una oscura conjura pendiente de esclarecer. Del mismo modo, pretender que la guerra civil sea el campo exclusivo de una sola memoria susceptible de ser recuperada como si fuese un tesoro lleno de valor, objetivo e inmutable que ha sido olvidado por el ocultamiento de las nieblas del tiempo y del franquismo, parece algo –como mínimo- cuestionable. Hubo una memoria histórica franquista antes de 1975, como se desplegaron olvidos velados después y últimamente se ensaya la construcción de otra memoria, esta vez de signo opuesto. La historia se encuentra en otro campo; de hecho, los historiadores –salvo excepciones- fueron críticos con la versión oficial franquista, como fueron ajenos a los olvidos de la transición y, hoy día, mantienen las formas ante esta resurrección de la nueva memoria oficial (aunque, puede suponerse, también hay excepciones).

Naturalmente, pocos podrán poner reparos a los aspectos positivos que tienen todas aquellas iniciativas que pretenden recuperar datos y aspectos del pasado que, además de enriquecer nuestra historia, aspiran a hacer justicia con los derrotados de la guerra y los olvidados del tiempo. Pero cosa bien distinta es hacer de ella una memoria única y unívoca. La memoria, sencillamente, no lo es. No es única la memoria individual toda vez que las personas van recreando sus propios recuerdos seleccionándolos, almacenándolos y modificándolos a lo largo de su vida. Tampoco lo es la memoria de las colectividades, sea cual sea el nombre con el que la bauticemos (memoria social, memoria colectiva, memoria histórica). Existen diversas “memorias públicas” que son el fruto combinado de las experiencias individuales, de las interacciones con los demás, de los sistemas educativos, de los medios de comunicación, de la existencia de una serie de lugares de la memoria que actúan como referentes y, muy especialmente, de las políticas de la memoria. El poder siempre ha gustado del despliegue de estas políticas acariciando la tentación de ahormar las mentes hacia una determinada dirección. Pero ni el franquismo pudo fraguar una sola memoria (se mantuvieron otras memorias resistentes), ni en los tiempos que corren se va a establecer una sola memoria histórica, singular y única.

Más pintoresca ha sido la tentación de algunos por confundir historia y memoria rescribiendo la historia a la luz de la recuperación de la memoria histórica. Como bien dice Gustavo Bueno “la historia es obra del entendimiento y no de la memoria”. La historia es una reconstrucción del pasado a través de unas fuentes, unos métodos y unos procesos de conocimiento propios de las ciencias sociales; las memorias son recreaciones del pasado, mucho más libres de ataduras metodológicas y requisitos documentales. Pero estos matices, pese a su importancia, han sido olvidados en los últimos años en medio de una sorprendente atmósfera de apasionamientos, búsqueda de restos humanos y la intención –apenas ocultada- de replantear una historia de nuestra guerra civil en términos maniqueos. Unos fueron buenos –absolutamente buenos-, mientras otros fueron los malvados, los perversos, los asesinos…

A mi juicio, el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero ha decidido centrarse en este tema que se estaba saliendo de cauce con la sensatez y la prudencia que le ha faltado en otras materias. Si la Ley 24/2006 de 7 de julio sobre Memoria Histórica abrió un difuso campo sin vallar, el proyecto de ley presentado a finales de ese mes despejó incógnitas bajo un largo título en el que ya no aparecía la reiterada expresión memoria histórica. En concreto reza así: Proyecto de Ley por el que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas a favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la guerra civil y la dictadura.

Evidentemente, ese proyecto puede mejorarse tal y como los historiadores han puesto de manifiesto en el IV Encuentro de investigadores sobre el franquismo celebrado en Zaragoza en este pasado mes de noviembre, sobre todo en materia de acceso a archivos. Pero resulta saludable contemplar que los poderes públicos no van a subvencionar determinadas actividades que son propias de la iniciativa particular de los familiares de las víctimas, sean del bando que sean. España está llena de huesos enterrados y no todas las fosas comunes –las conocidas y las por descubrir- están llenas de huesos “republicanos”. La sangre que se vertió, los huesos que quedaron en la tierra y los restos de su memoria, todo ello, procede de españoles que dieron su vida. No sería justo ni ético el manipularlos ahora a nuestro antojo.
Bienvenida sea la recuperación del mayor número posible de memorias y recuerdos del pasado pues constituye uno de los cimientos de cualquier conciencia colectiva. Pero, ya puestos, intentemos recordarlo todo. Y, de paso, el pasado lejano y el pasado reciente. Con todas sus consecuencias. Por cierto, ¿recuerdan los términos exactos de la promesa de Rodríguez Zapatero sobre la retirada de tropas de Irak si no se producía una resolución de la ONU antes del 30 de junio de 2004 y la resolución 1546 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas de fecha 8 de junio de aquel año? Materia de estudio tendrán los historiadores del futuro. Vale, sin duda, la pena recordar. Por el bien de todos.

LEER EL PERIÓDICO

Suelo aconsejar la lectura de la prensa a mis estudiantes en las asignaturas que imparto ya que éstas suelen recorrer la segunda mirad del siglo XX llevando por título nombres tales como La España Actual, Mundo Actual o Historia de los Hechos Económicos Contemporáneos. A diferencia de lo que ocurre con nuestras televisiones, la prensa española cuenta con buenos rotativos y una calidad acreditada (ABC, El País, El Mundo, etc). Los recomiendo y, además, utilizo recortes de artículos relacionados con la asignatura o cuadernos que abordan monográficamente temas de la historia reciente. Creo que son un buen recurso y facilitan la reflexión en un país que comienza a tener por referentes las revistas del corazón y los periódicos gratuitos que se reparten por la mañana.

Con todos sus beneficios, lo que no dejo de reconocer es que la lectura atenta de la prensa puede producir otros efectos, entre ellos una profunda estupefacción ante ciertas realidades que no sé si tendrá nocivas consecuencias en el lector, sea o no estudiante. Valga una simple muestra. Leo los diarios del 22 de septiembre de 2006 mientras tomo el consabido desayuno. Me topo con la noticia estrella del día que gira en torno a los dos informes de la Comisaría General de la Policía Científica. Ha tenido que ser precisamente un periódico el que ponga en evidencia que uno de los informes –el que relacionaba tenuemente a los atentados del 11-M con ETA- no fue remitido al juez instructor Juan del Olmo. Como se prometió transparencia e información diáfana para saber toda-la-verdad y a la vista de los nervios que ha producido la publicación de la noticia, es de esperar que el tiempo ponga las cosas en su sitio. No deja de ser paradójico que los que querían saber la verdad del 11-M den por cerrado el caso a cal y canto, mientras los que tuvieron la responsabilidad del gobierno insistan en proseguir la investigación. Cosas veredes, Sancho…

Siendo tan primitivo el debate nacional, lo más interesante nos espera al ojear el resultado del Consejo Europeo de Justicia e Interior celebrado esta semana en Tampere (Finlandia). España fue allá a buscar medios, financiación y recursos para vigilar sus propias fronteras frente a la inmigración ilegal bajo el argumento de que este problema no es local o regional sino que incide en todo el conjunto de la UE. Y eso lo pedimos los españoles tras haber legalizado de golpe y porrazo a cientos de miles de ilegales haciendo suyo el gobierno el slogan de papeles para todos. El maestro de ceremonias de aquella operación fue Jesús Caldera quien lo explicó todo con la brillante elocuencia a la que nos tiene acostumbrados. Nadie dijo nada excepto el PP sobre el que, de inmediato, cayeron todo género de calificaciones que remitían a la crispación, la xenofobia o el racismo. En fin, lo de siempre. A mí me pareció una decisión más que cuestionable por varias razones. Legalizar a posteriori situaciones ilegales que se han tolerado indebidamente me parece una muestra de debilidad. Tampoco creo que sea correcto tomar estas medidas dentro del espacio Schengen sin contar con nuestros socios europeos porque el legalizado aquí tendrá los mismos derechos y movilidad en casi toda Europa. Con esa generosa acogida, además, no está claro que los inmigrantes dejen de ser una obra de mano explotada con sueldos de miseria. Si el que viene de fuera pasa a tener los mismos derechos y sueldo que un trabajador español vendrán nuevos flujos de inmigrantes para que algunos sigan haciendo su agosto.

Lo lógico, a mi modo de ver, es regularizar esos flujos mediante contratos en origen y con duración controlada. No se trata de cerrar las fronteras a cal y canto si se requieren trabajadores, pero tampoco es aceptable la política celtibérica de tó er mundo e güeno o fórmulas de humanismo sensiblero propugnadas por aquellos que viven en zonas residenciales perfectamente blindadas y que contratan verbalmente servicio doméstico por mucho menos del sueldo mínimo. El cinismo no conoce límites.

Hacer estos comentarios hace unos meses era, ciertamente, peligroso. Quedaba uno mal si abría la boca a no ser que fuera para decir que todo iba bien. La broma llegaba hasta no poder hablar ni en círculos muy próximos porque, como se sabe, el gran hermano de los medios adormece las neuronas de muchos. Uno se siente un bicho raro y se cuestiona si no será él el que va en la contracorriente equivocada. Uno tiene hasta que callar lo que ve y vive fuera de España. Como muestra valga un botón: los cayucos no llegan en oleadas a las islas de Cabo Verde, aunque éstas se encuentran mucho más próximas a los puertos de salida de estas embarcaciones que las islas Canarias. Advierto al lector de la eterna justificación a lo establecido que esas islas pertenecen a Portugal y tienen un nivel de vida notable, muy superior al de Senegal, Mauritania, Gambia, Guinea-Bissau o Sierra Leona, entre otros. Atractivo tienen de sobra por su nivel de vida y por ser territorio portugués y, por tanto de la Unión. Sin embargo, no llegan cayucos en masa. ¿Por qué? La respuesta reside simbólicamente en la corbeta Baptista de Andrade junto a otras serias medidas que aquí –en España- nadie parece dispuesto a adoptar. Al menos hasta la fecha.

Recordemos que el gobierno portugués es socialista (con José Sócrates de primer ministro) y que el presidente de la nación es el conservador Aníbal Cavaco Silva. Este triunfó con el apoyo del partido social demócrata (que representa al centro derecha junto al Centro Democrático Social). Por cierto, nuestra tele, La Primera, ofreció la noticia de la elección de Cavaco Silva en enero de este año como un triunfo de la social democracia portuguesa, disimulando que el gran derrotado fue el socialista Mario Soares y otro socialista disidente como Manuel Alegre. Si no somos ya todos tontos no será porque la televisión ahorra esfuerzos para que lo seamos de campeonato.

Ya me encontraba pensando si no llevaría uno dentro un embrión de extrema derecha -algo así como un alien de Le Pen dispuesto a salir por la barriga- cuando leo las declaraciones de algunos ministros europeos que coinciden justo con lo que yo barruntaba sobre el tratamiento de la inmigración en la ingenua versión de nuestro gobierno: que una legalización masiva traería un efecto llamada. Así ha sido y la respuesta a la solicitud española de ayuda ha sido una bofetada. Fina y sutil como los reveses diplomáticos en el seno de la UE, pero bofetada al fin y al cabo. Han habido promesas de solidaridad lanzadas al aire, pero a la hora de la verdad los países se han mostrado contrarios a poner dinero para que España vigile sus propias fronteras después de la irresponsabilidad demostrada. Günther Beckstein (ministro del Interior en Baviera) y Wolfgang Schauble (ministro del Interior federal) han manifestado que España no se hundirá por 25.000 inmigrantes y en un tono más humillante añadió que “quien quiera resolver problemas debe dejar de pedir dinero a otros”. Los representantes austriacos y holandeses subrayaron que fue un error la legalización de inmigrantes en masa. La conclusión es evidente: no es razonable la legalización en masa, pero si lo haces –más aún unilateralmente- has de asumir los costes y las consecuencias. ¿Cuál es el problema para legalizar de inmediato a los que llegan a Canarias cuando hemos legalizado a cerca de 700.000 hace unos meses? Caldera sabe cómo hacerlo. Incluso cómo explicarlo con buena cara.

Ya se habrá dado cuenta el presidente Rodríguez Zapatero de los alcances del eje franco-alemán que tanto defendía (porque le envenenaba el entendimiento de Aznar con Blair y la vocación atlántica de España) y se supone que habrá sacado nota del referéndum sobre la conocida como Constitución Europea. España dijo sí, pero Francia y Holanda dijeron no. Si hubiera sido al revés, la Constitución habría seguido su camino y ya veríamos qué hubieran hecho con la descolgada España. Como no ha sido así, el voto de los españoles y la iniciativa de su gobierno importa bien poco. Menos mal que ya somos los primeros con Europa.

En fin, la tostada me fue sentando bien a medida en que cobraba conciencia de la sensatez de mis reflexiones pasadas. Terminando el café pensaba por qué un presidente no se asesoraba con sus predecesores, siquiera de vez en cuando. Seguro que Felipe González y José María Aznar podrían señalarle al presidente dónde están las fronteras de la estupidez en política exterior. Comenzaba a encender el prohibidísimo cigarrillo después del desayuno pensando lo saludable que es la ley antitabaco establecida en un país donde se admite a los inmigrantes recibiéndoles con toda clase de atenciones (hasta los bañistas de las playas) y, cuando su número pasa de castaño oscuro, se les repatría atados como si ya hubieran cometido un delito. ¿Qué criterio se sigue para admitir a unos y echar a otros? ¿Por qué razón se les amarra ahora como a esclavos o ganado cuando antes eran personas que había que tratar con toda dignidad? No quiero ni pensar qué hubiera pasado si a Aznar se le ocurre atar a inmigrantes repatriados.

Lo curioso es que nadie dice nada sobre este trato vejatorio a los inmigrantes. Tampoco se oyen muchas voces tras ser de público conocimiento que nuestro sistema educativo es el peor de Europa (con excepción de Portugal y Malta). Leo varias noticias ya de ojeo antes de levantarme a comenzar la jornada: que si no hay suficientes clases de Islam en los colegios por falta de docentes (como si fuese más religión la clave de la mejoría de nuestros centros); que si los etarras Javier Gallaga y Asier Ormazábal reconocen sus asesinatos en la Audiencia Nacional mientras sonríen y saludan; que si una mujer tiene que encadenarse en Cádiz para pedirle al juez protección hasta que se concluya su divorcio… Noticias de casi todos los días.

La estupefacción me invadió al leer que un acusado de intentar matar a puñaladas a su propio padre alegó no acordarse de nada porque la agresión la cometió tras haberse bebido 14 whiskies. La raza debe estar mejorando porque en mi pueblo ni los más aguerridos quedaban en pie con semejante ingesta de alcohol. El amodorramiento llegaba mucho antes y con 14 whiskies sólo cabía abrazar la almohada o dormirla debajo de un olivo. Los jóvenes podían fumar (tabaco, por supuesto) un poco a escondidas y tomar alguna cerveza en el bar del pueblo, pero no cabía en cabeza alguna agredir a un padre. Tal vez hace unas décadas había más tabaco, pero probablemente había más vergüenza. Eso sí: el presunto parricida no fumaba.

SOBRE LA ALTERNANCIA

El mismo año en que murió Franco se publicó en Francia un libro titulado L´homme espagnol. Su autor no era otro que el prestigioso historiador Bartolomé Bennassar y a lo largo de aquellas páginas se abordaban aspectos de la mentalidad española relacionados con el tiempo, el espacio, la fe, el honor, el poder, la fiesta o la muerte. Sus referencias recorrían los siglos XVI, XVII y XVIII pero, al tratar el asunto del poder, proyectaba el alcance de sus conclusiones hasta el siglo XIX e incluso el XX. En una de ellas decía que “los partidos no aspiran ya a merecer el poder, sino a conquistarlo”, subrayando la falta de un sano entrenamiento en prácticas de alternancia en la mentalidad política española: “la pérdida del poder no es considerada como una consecuencia, elogiable, del respeto a las leyes, sino que se interpreta como una confiscación por la fuerza, cuyas consecuencias son, para los despojados, la prisión o el exilio”.

Aquel libro terminaría publicándose en España poco más tarde, en 1978, justo cuando ya se percibía un nuevo clima de libertades y aires democráticos que parecían disipar definitivamente la negra humareda de prisión o exilio que asfixió a los desalojados del poder desde 1939. Y, ciertamente, no se han repetido en las últimas décadas los trágicos episodios de otros momentos de nuestra historia. El heterodoxo español ya no tiene que cruzar obligatoriamente la frontera si quiere evitar ser castigado. Se puede discrepar y ser receptor de críticas en un marco de libre expresión garantizado por nuestras leyes. Instalados en un sistema de elecciones libres, podemos gozar hoy de la posibilidad de elegir a nuestros representantes que, de ese modo, obtienen el respaldo legitimador de las urnas para llevar a cabo los proyectos prometidos y los que consideren oportunos dentro de sus líneas de gobierno. Hasta aquí, nada que objetar y mucho que aplaudir.

El problema surge cuando la experiencia nos suele mostrar un cuadro mucho menos idílico que el descrito. La teoría es impecable en sus modelos trazados sobre el papel, pero es en la compleja realidad donde se descubren las irregularidades, las imperfecciones y, a veces, las más sombrías perversiones. Si vivimos en una democracia consolidada a la luz de las normas de las que nos hemos dotado, no resulta tan claro que disfrutemos de una buena salud democrática. Es sabido que no hay medidores precisos para mensurar el nivel de calidad de las democracias pero es también evidente que hay caracteres que diferencian unas de otras y, en el caso español, parecen detectarse ciertos rasgos preocupantes. Uno de éstos es la singular tipología de cambios de gobierno con alternancia de partido a los que hemos asistido en los últimos lustros.

En las elecciones generales de 1996 y 2004 se verificaron dos cambios de gobierno significativos (la victoria por mayoría relativa del PP en marzo de 1996 y el triunfo –también por mayoría relativa- del PSOE en el mismo mes del año 2004). Ambas citas electorales se vieron precedidas por campañas bien diseñadas por grupos mediáticos, la oposición del momento y unos procesos calculados de concienciación/ movilización de amplios sectores de la opinión. Los comicios de 1996 tuvieron por preludio una campaña que venía por lo menos desde el año 1993 y se recrudeció hasta extremos insoportables para un Felipe González acosado por los casos de corrupción. Se recurrió hasta al aireamiento del caso GAL (el Grupo Antiterrorista de Liberación organizado antes de 1982 pero adjudicado al PSOE) quebrando la prudencia debida. Y aludimos a la prudencia porque en cualquier otro país de la UE esa utilización política de la lucha antiterrorista es sencillamente impensable. No tanto porque otros estados hayan sido muy escrupulosos en estos asuntos (léase Portugal o la República Federal Alemana) sino porque la noticia no hubiera saltado a los medios convirtiéndose en escándalo para mayor regocijo de los terroristas y de todos aquellos interesados en debilitar la unidad de un sistema. Perdidos en medio del tribalismo político y la pasión desatada, el morbo prendió entonces entre aquellos que gustaban de equiparar a los terroristas de ETA con el entonces presidente del Gobierno y sus colaboradores tachados implícitamente –y, a veces, explícitamente- como terroristas de Estado. Contra Felipe todo valía y los conjurados se frotaban las manos cuando un nuevo torpedo mediático se lanzaba contra la nave semihundida del PSOE.

Todavía muchos no se han dado cuenta –o no han querido darse por advertidos- de algunas consecuencias de aquella operación. Cabía sacar a la luz la corrupción (que, ciertamente, la hubo) y las irregularidades sin cuento (aunque no llegaron a desvelarse todas ni a todos los posibles implicados). Pero insertar en la campaña el de tema de la lucha antiterrorista no benefició más que a ETA que dio buenas muestras de vida asesina durante las siguientes legislaturas del PP. Cuesta imaginar que algo parecido pudiera haber ocurrido en Gran Bretaña: si el gobierno de Su Majestad no dudó en enviar al ejército a Irlanda del Norte, tampoco dudó en abatir a terroristas del IRA en Gibraltar (de “homicidio justificado” fue sentenciado el caso) y, del mismo modo, ha admitido un proceso de paz en el que como mucho se otorgará un estatuto de autonomía a Irlanda del Norte una vez que la organización terrorista ha entregado las armas. Y todo ello ha ocurrido bajo gobiernos laboristas y conservadores. La línea esencial de tratamiento del problema del Ulster no ha cambiado. Allí los dos grandes partidos están de acuerdo en lo esencial y los medios de comunicación tienen unas reglas de juego. Las líneas rojas existen para no transgredirlas. Debate político, sí; favorecer la debilidad de Gran Bretaña con tal de cambiar al partido del gobierno, no.

De lo que le ocurrió a Felipe González levantó acta Ramón García Cotarelo en su libro La conspiración: el golpe de estado difuso cuya relectura, pasados unos años, da que pensar e invita a preguntarse sobre la persistencia de la conjura como instrumento al servicio de una alternancia política lograda a golpe de fórceps. El linchamiento moral al que fue sometido el líder socialista español más importante de la segunda mitad del siglo XX fue de tal magnitud que pocos se atrevían a señalar los notables avances registrados en el país desde 1982 por miedo a ser tachados de felipistas, un calificativo que en 1996 era casi un insulto.

Unos años más tarde, entre finales del año 2002 y el primer trimestre de 2004, el presidente Aznar recibió su baño de conjura. Recordemos que este presidente sufrió un atentado de ETA cuando era líder de la oposición, que triunfó por mayoría relativa en 1996 y que en el 2000 renovó la confianza entre el electorado por mayoría absoluta. Prometió –y cumplió- que se marcharía tras haber cumplido dos legislaturas. No era, pues, un presidente que buscase perpetuarse en el poder (de lo que sí acusaron tanto a Suárez como a Felipe). Era un presidente con mandato limitado, pero eso no le evitó ser víctima de otra campaña de desprestigio orientada a cambiar el partido en el gobierno en las elecciones de 2004 a través del hundimiento calculado de la figura política de José María Aznar para que no saliera “de rositas” de La Moncloa. Había que satanizarlo y depositar en él los orígenes de todos los males: desde una nevada en la Nacional III hasta el incremento especulativo del precio de la vivienda. Era preciso el desgaste del líder para que no se le ocurriese presentarse en 2004 (por si tenía la tentación de traicionar su propia promesa) y, a ser posible, reventarlo políticamente para que saliera para siempre de la escena política española. Él simbolizaba la unidad de la secularmente dividida derecha y resultaba peligroso para los intereses miopes de algunos que se sienten los depositarios exclusivos de la izquierda española. A los opositores de Aznar le vinieron a las manos tres acontecimientos que supieron explotar en su beneficio: el desastre del Prestige, el envío de tropas en misión de ayuda humanitaria a Irak y el accidente del Yak-42.

Tanto se ha escrito, dicho y manipulado sobre esos tres hechos que las ramas nos impiden ver el bosque. Tan ensimismados estábamos en la desconfianza de cualquier papel relevante de España en el exterior y en el agrio debate político interior, que el resultado de todo ello fue el cuidadoso modelado de una imagen deplorable de Aznar acusado de “seguidismo” con respecto a los EE.UU. y su odiado presidente George Bush. La simpleza simplificadora de las imágenes todo lo pudo. Aznar pasó a ser el indolente testigo del accidente del Prestige, por más que el hundimiento del barco fuese una mezcla de negligencia por parte del ministerio de Fomento (probablemente debería haber dimitido el entonces ministro Alvarez Cascos) y por más que estos sucesos tuviesen sus precedentes (el Mar Egeo). Todavía hoy pasan petroleros sin el cacareado doble casco por las costas españolas. Aviso de navegantes para el futuro.

Ya sabemos que las desgracias no eran exclusivas de la época de Aznar. Una vez que este hombre se ha retirado, murieron 11 personas en otro accidente como fue el incendio de Guadalajara y se han quemado decenas de miles de hectáreas en Galicia, entre otros desastres. La diferencia es tan sólo una: no se ha montado una campaña popular contra el gobierno por esto. La oposición ha criticado, sí; pero no se han organizado caravanas de “voluntarios” bajo un slogan diseñado para la ocasión: ¿se pretendía transmitir que “nunca más” vertidos de petróleo o se aspiraba a trasladar a la opinión un “nunca más” a Aznar? En otras palabras: ¿contra qué o contra quién se dirigían los gritos –por otra parte y en buena lid justificados- de “nunca mais”?

Con lo del Yak-42 ocurrió otro tanto. Aznar fue el responsable de la muerte de más de 60 militares españoles por su política exterior. ¿En Irak? Bueno, en realidad, se trató de la caída de un avión en Turquía que trasportaba militares procedentes de... Afganistán. Pero lo que se hizo fue una mezcla de foto de las Azores y féretros cubiertos con la bandera española. Buena parte de la opinión española creía de buena fe que aquellos militares venían de Irak. El efecto deseado cobraba sentido. Aznar, de alguna manera, había matado a aquellos soldados y arruinado la vida de sus familias. La cutrez del gobierno al alquilar aviones de bajo coste para el trasporte de nuestros militares como si de una operación empresarial se tratara le costó al PP otra pérdida de solvencia, también en buena medida justificada. Y también hubo de haber dimitido el entonces ministro de Defensa Federico Trillo. Nobleza obliga.

El envío de tropas españolas a Irak en misión de ayuda humanitaria como consecuencia de la aplicación de la resolución 1472 del Consejo de Seguridad de la ONU fue la puntilla. La resolución 1472 estableció la prestación de ayuda humanitaria al pueblo iraquí y fue prorrogada hasta junio de 2003 por la resolución 1476. Por fin, el 22 de mayo el Consejo de Seguridad aprobó la resolución 1483 que organizaba una fuerza de estabilización para Irak y un plan de reconstrucción. Veinte países enviaron contingentes y ayuda dentro del marco de la resolución 1483, entre ellos los Países Bajos que comenzaron a desplegar sus fuerzas el 10 de julio de 2003 constituyéndose, por su número, en el tercer país con mayor número de soldados (por delante de España y por detrás del Reino Unido). Aunque aquellas resoluciones eran bastantes parecidas a las que en su día se formularon con respecto a Afganistán, sin embargo la acción contra Irak despertó una oleada de manifestaciones contrarias a la guerra en todo el mundo y también en España. Aunque con otra sensible diferencia: mientras las manifestaciones han seguido presentes en países como los EE.UU., Francia o Italia, en España las multitudinarias manifestaciones desaparecieron tras el 14-M como por ensalmo. Aún recuerdo cuando contemplé en Bruselas una manifestación contra la guerra de Irak conmemorando el segundo aniversario del despliegue de tropas aliadas en aquel país. Se desperezaba la brumosa primavera belga del año 2005 y alguien me preguntó cómo estaban discurriendo las manifestaciones en España, dada la alta sensibilidad demostrada por los españoles a lo largo de 2003 y los tres primeros meses de 2004. Me sorprendí a mí mismo reconociéndole que en mi país ya no había movilizaciones salvo alguna cosa en Madrid y Barcelona con reuniones de alrededor de unos escasos cientos de personas. Algo meramente testimonial en comparación con las impresionantes manifestaciones poco más de un año atrás.

Eso lleva a plantearse algunos interrogantes: ¿estaban las manifestaciones organizadas contra la guerra o en realidad buscaban erosionar al presidente Aznar? ¿por qué en las manifestaciones se clamaba contra Bush y Aznar y mucho menos contra Tony Blair? A estas alturas, a toro muy pasado, para un sector de la opinión es indudable que las manifestaciones de “guerra, no” y “no a la guerra” formaban parte de una campaña magistralmente diseñada. Íbamos a una guerra por más que el presidente dijese lo contrario y deslizase claramente entre sus palabras que estábamos ayudando a los Estados Unidos igual que estos nos ayudaban a nosotros en perfecto maridaje en el combate contra el terrorismo internacional (en el que la ETA pasó a estar incluida). Cabe imaginar que pocos de los manifestantes se habían leído las resoluciones 1472, 1476 y 1483, como pocos sabían que del “no a la guerra” quedaba excluida Afganistán. La puntilla fueron las explosiones del 11-M cuya culpabilidad, tras la campaña emprendida, no recayó en sus autores materiales sino, como no, en el presidente José María Aznar. Lo atónito del caso es que los que pusieron las mochilas se convirtieron en la memoria de muchos en meros actores de un macabro escenario cuyo auténtico responsable era el gobierno popular. Ahora que los ecos de los gritos de “Aznar, culpable” se han apagado y que sabemos que un grupo de marroquíes fueron los autores materiales directos aún quedan interrogantes en el aire: ¿sabía la cúpula de ETA el día 10 de marzo de 2004 lo que se preparaba para el día siguiente? ¿cabe pensar en un intento de “internacionalización” coordinada de la actividad terrorista como respuesta a la eficaz “internacionalización” de la lucha contra ETA puesta en marcha por el segundo gobierno del PP? Francamente, desconozco la respuesta, pero confieso que sería muy interesante despejar estas incógnitas.

De nuevo volvía a repetirse la diferencia entre España y el Reino Unido. No cabe mayor contraste en la respuesta ciudadana y consecuencias políticas si comparamos el Madrid de los días siguientes al 11 de marzo de 2004 y el Londres posterior al 7 de julio de 2005. Frente a los SMS contra el partido del gobierno, los ensayos de asalto a sedes del PP y la algarabía del “quien ha sido” en la pasional España, aún recuerdo las pancartas de los manifestantes londinenses que rezaban “We shall not surrender” (No nos rendiremos). Aún me pregunto quiénes eran los destinatarios finales de aquel mensaje, si los terroristas islámicos o los que gustan marcharse a la francesa.

El nuevo presidente José Luis Rodríguez Zapatero había prometido en campaña electoral la retirada de tropas de Irak. Espero que todos aprendamos en el futuro que los temas de política exterior deben quedar excluidos –salvo vagas formulaciones- de las campañas electorales. No se hizo así y era un compromiso que Rodríguez Zapatero debía asumir. Uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras. Tras su victoria electoral precisó –creo que inteligentemente si lo hubiera cumplido- los términos de su promesa: retiraría las tropas si para el 30 de junio de 2004 no había un respaldo claro de la ONU a la invasión de Irak. De inmediato la diplomacia estadounidenses se movilizó para conseguir una nueva resolución de amplio consenso. Y a buena fe que lo consiguió: el 8 de junio de 2004 la unánime resolución 1546 del Consejo de Seguridad confería plena cobertura ONU a la presencia de tropas extranjeras en suelo iraquí además de establecer un plan de reorganización política (con elecciones incluidas) y reconstrucción económica para el país. Bajo esa resolución los holandeses permanecieron en Irak (justo hasta el 7 de marzo de 2005 cuando terminó su misión) siendo reemplazados por fuerzas de otros países. Rodríguez Zapatero podía haber mantenido su promesa habiendo esperado tranquilamente hasta el 30 de junio. La buena cocina, como la política, exige su tiempo.

Pero, sorprendentemente, no fue así. Retiró las tropas en el mes de mayo sin esperar la cocción de la resolución 1546 (y es de suponer que en Moncloa debía saberse lo que se estaba preparando). Justo un día antes de la boda real entre el príncipe Felipe y doña Leticia, los noticiarios españoles vocearon a los cuatro vientos que las últimas tropas españolas se habían retirado. En realidad, los últimos efectivos se marcharon la semana siguiente pero el efecto dentro y fuera de nuestras fronteras se dejó sentir de forma contundente. Los estadounidenses tuvieron que cubrir deprisa y corriendo los huecos defensivos que habían dejado las tropas españolas en una actitud de notoria desconsideración con respecto a nuestros socios occidentales. Casi nadie en España pareció advertir la gravedad de este comportamiento en el escenario internacional. Obviamente no eran decisivos para la estabilización de Irak los poco más de 1.000 soldados españoles retirados; lo importante era el gesto, que daba alas al integrismo islámico y sumía en el más insuperable de los descréditos la seriedad de España como socio internacional. Prometer una retirada el 30 de junio y concluirla por sorpresa en torno al 24 de mayo no resulta serio desde la óptica anglosajona. Tampoco entra en la cabeza de muchos extranjeros abrir las puertas a la inmigración y pedir ayuda luego a otros países para contener la avalancha. Tampoco solicitar la cooperación internacional en la lucha contra una organización terrorista con la que, por otra parte, se pretende negociar. En España podremos entenderlo e incluso argumentarlo con brillantez, pero no está tan claro que compartan el mismo punto de vista en Londres, Washington, Berlín o Lisboa.

La precipitada salida no sería el último error gratuito. La apuesta implícita de la izquierda gubernamental española por el candidato demócrata Kerry y la reelección de Bush supuso otro revés. Desde un sorprendido PSOE se lanzó el tranquilizador mensaje de que no había pasado nada y de que se reconducirían las relaciones. Evidentemente, no ha sido así y puede pensarse que no lo va a ser mientras permanezca en La Moncloa el actual inquilino. La retirada en espantá fue tan cuestionable como los denodados esfuerzos por recuperar un cierto clima de entendimiento con los EE.UU. y el Reino Unido. Se envió a la fragata Alvaro de Bazán como escolta del portaaviones estadounidense Theodore Roosevelt a las aguas del golfo, ha sido destacados “asesores” a Irak para la reconstrucción y se ha incrementado el número de soldados españoles en Afganistán donde ya no se puede ocultar que hay guerra por más que, durante un tiempo, los féretros envueltos en la bandera española procedentes de allá se hayan achacado a accidentes. Hasta para remover escollos con Gran Bretaña se ha procedido a aparcar la cuestión de la soberanía sobre Gibraltar, primer paso para reconocer su independencia de Gran Bretaña y de España. Tras la patética puesta en escena del referéndum sobre la Constitución Europea en la que España ha hecho el ridículo como país para ser aún menos respetado, hemos vuelto a sacar pecho para meternos en el enjambre de las fuerzas de paz del Líbano. Cuando comiencen a llegar cajas envueltas en la bandera habrá que explicarles a sus familiares que los soldados habían ido a la paz y no a la guerra que eso era lo que hacía Aznar. Ojalá me equivoque en todo lo que estoy afirmando y que el camino por el que transitamos sea el correcto.

España y los españoles han de sentirse muy sobrados cuando se permiten el lujo de prescindir y menospreciar a hombres como Felipe González o José María Aznar, respetados en muchos países pero no en el suyo. Ambas presidencias y ambas caídas tuvieron más de común -o de vidas paralelas al modo de Plutarco- de lo que pudiera apreciarse a simple vista. El cainismo tribal llegó a prender hasta en las filas de sus propios partidos. Y si a Felipe González no se le reivindicaba mucho entre las huestes socialistas en 1996, 1997 o 1998, tampoco la sombra de Aznar es cómoda en el PP de 2004, 2005 o 2006. Tras los desplomes de ambos se asistió a un período de relajamiento acrítico, una especie de perdida de tensión, un atolondramiento estúpido alimentado por una televisión que saca cuatro escándalos mediáticos y oculta muchas realidades que, desde luego, son más que calificables de “interés general”. Tras la corrupción felipista, Aznar se permitió regalar buenos dineros públicos a las eléctricas y Josep Piqué aparecía presuntamente vinculado a complejas operaciones de ingeniería financiera. No pasó nada. Ahora, conjurada ya la amenaza del aznarato, se envían más tropas al exterior que nunca en nuestra historia reciente con el mejor de los talantes. Tampoco nadie dice nada. Los incondicionales con orejeras y el voto preparado de antemano al mismo de siempre creerán incluso que los nuestros van a misiones de altruista paz pregonando una concordia universal. Casi unas vacaciones pagadas, vamos.

Con Felipe se tardó algo más de un lustro para comenzar a ver una cierta rehabilitación de su figura; ya veremos cuánto tardamos en comenzar a reflexionar sobre el avance registrado en los ocho años de gobierno popular. Todo llega.

Harían bien los partidos en dejar las conjuras y ganar las elecciones a través de una limpia concurrencia de propuestas que convenzan a los electores. Por desgracia, las conspiraciones en nuestra historia no han estado sólo en manos de militares. En nuestra vida civil son habituales los corrillos, los pasillos, el chisme, la calumnia (que algo queda) y el hablar mal del que se ausenta de la cuadra. Es más: aún creen algunos que hacer política reside esencialmente en el acoso y derribo de los posibles adversarios para conservar como sea el sillón. Una especie de lectura cutre y mal digerida de El Principe de Maquiavelo. Terrible barbaridad fue aquel váyase señor González que se profería contra un presidente que tenía la legitimidad de los votos detrás suya para gobernar. La misma que tenía Aznar con su mayoría absoluta y cuyo Congreso votó a favor del envío de tropas. Algunos aún no han reconocido la legitimidad de aquella Cámara de la legislatura 2000-2004. Otros cuestionan la de la actual por su trágico origen. El patíbulo de escarnio por el que pasaron Felipe González y José María Aznar espera a Rodríguez Zapatero –y al que venga- si no podemos remedio. Ciertamente, el ejercicio de la conspiración no es exclusivo de nuestro solar patrio. Véanse las tramas y presiones al que han estado sometidos hasta algunos presidentes de los EE.UU., pero no se llevan las cosas hasta el extremo de hacer crujir las cuadernas de la nave del Estado y del sistema político.

Ni unas elecciones son una competición deportiva en la que tienen que han de ganar “los míos” y perder “los otros”, ni es sano que un mismo partido se perpetúe en el poder sin posibilidad de recambio. La democracia se sustenta, entre otras cosas, en dos grandes partidos por más que pueden añadirse otras sensibilidades y opciones. Las dos grandes formaciones han de entenderse en lo esencial, con independencia que anden a la greña dialéctica en lo accesorio. Condenar al ostracismo al otro partido porque es el principal competidor en las urnas bien pudiera ser una práctica peligrosa y muy costosa en el porvenir. Además, especial riesgo cabe esperar de todo esto en un país donde el culto a los símbolos nacionales está muy lejos del practicado por otras naciones de nuestro entorno. No hace falta viajar hasta los EE.UU. o Francia para apreciar el valor que tienen sus respectivas banderas en aquellas comunidades. En Portugal la bandera nacional ondea por doquier sin que nadie sea tachado por ello de salazarista.

Las pasiones políticas desatadas desde luego son malas conductoras: los broncos alaridos del vencedor son respondidos con la ruidosa algarabía –no menos pedestre- de la oposición. En verdad no sé si nos merecemos tales de ejemplos de madurez y cultura democráticas.

27.9.07

FRANCIA NO CREYÓ EN EL CAFÉ A 80 CÉNTIMOS

Algo que intuíamos, algo que estaba por venir y algo que, finalmente, llegó. El cacareado eje franco-alemán que capitalizó el presidente José Luis Rodríguez Zapatero en el año 2004 se ha difuminado. En realidad, ese eje tuvo su vigencia durante unas determinadas fases de la construcción europea, pero desde mediados de los años ochenta cabe ser cuestionado como motor exclusivo de la integración. Frente a la política atlántica de José María Aznar y su rechazo del proyecto constitucional europeo, Zapatero quiso aparecer como el verdadero líder europeísta español. El actual presidente español tachó a su predecesor de ser contrario a la idea europea pese a que éste fue uno de los grandes defensores de la unión económica y monetaria y quien, de hecho, logró situar a España en condiciones de adherirse a la moneda única. Pero Aznar era bien consciente de la imposibilidad de construir una Europa a golpe de enfrentamiento con los EE.UU.y los vientos de la globalización. Esa posición hoy es defendida tanto por Angela Merkel como por Nicolás Sarkozy, además de Tony Blair. Dentro de esas aguas revueltas Aznar (desde la herencia proporcionada por González) condujo a España por caminos de liderazgo que, obviamente, se han venido cegando desde el mismo año 2004. El referéndum celebrado en España a comienzos de 2005 fue el segundo acto de una tragicomedia que dio comienzo con la precipitada retirada de tropas de Irak.

Pocas veces tendremos ocasión de ver cómo una nación tira por la borda tantos esfuerzos de una manera deliberada. Sacrificios de años por romper el aislamiento del país. La situación internacional en la que quedó España tras los gobiernos de Felipe González y José María Aznar –incorporada ya al mundo- ha sido en gran parte dañada con relativa facilidad por una política exterior tan errática como errónea. El rigor gris ha sido sustituido por una deslumbradora frivolidad quijotesca que pocos parecen advertir. El liderazgo europeo de Rodríguez Zapatero sencillamente no existe, mientras que su aproximación a regímenes como el de Evo Morales, Hugo Chavez o Fidel Castro nos ponen en el punto de mira de las atónitas miradas de cancillerías extranjeras. Ni los EE.UU., ni Gran Bretaña aciertan a comprender lo que ocurre en España.

Ahora ya, por fin, Sarkozy es presidente de Francia y Merkel lidera como canciller a una Alemania en recuperación. ¿Dónde están nuestros aliados? Dios quiera que por el momento a Marruecos no se le ocurra cualquier maniobra que haga peligrar nuestros territorios en el norte de Africa porque la crisis sería muy difícil de resolver. Ségolène Royal, pese a tener más sensatez y patriotismo que su colega español, cometió el inmenso desliz de invitarlo a la campaña electoral de las presidenciales francesas ratificando así su adhesión al pensamiento blando que ya hemos estrenado de sobra en España. Con resultados tan brillantes como los obtenidos por Zapatero desde el año 2004, los franceses han decidido virar hacia la firmeza, la claridad y la derecha sin complejos de Nicolás Sarkozy. No es de extrañar esa apuesta por un ex ministro del Interior que ha defendido sin dobleces la lucha contra el terrorismo. Tampoco es de extrañar que Sarkozy sea un presidente polémico toda vez que la situación de Francia no es fácil tras años de crecimiento de problemas sin que nadie se haya preocupado por atajarlos.

Pero España vive ajena a todo y a todos. El no pasa nada como emblema de un país donde está mal utilizar el himno nacional fuera de actos oficiales (no como en Francia, desde luego). Algunos siguen pensando que la Alianza de Civilizaciones es una empresa inigualable que goza de innumerables apoyos a lo largo y ancho del planeta. Los hay que creen a pies juntillas que la acogida indiscriminada de emigrantes no genera efecto llamada, que el carnet por puntos es la solución a la siniestralidad en nuestras carreteras, que las relaciones con los EE.UU. no importan un bledo, que el proceso de paz ideado por nuestro santo es impagable... y que el café cuesta ochenta céntimos de euro. Muchos consideran que vivimos en un país de futuro y que vamos por buen camino. Los mismos que siguen valorando muy alto a Rodríguez Zapatero y los mismos que mientras contemplan el enterramiento de los dos ciudadanos ecuatorianos asesinados por ETA en la T4 no pestañean al afirmar con un cinismo que revuelve las tripas que “Quito es muy bonito”. Será porque es política social devolver a los inmigrantes a sus lindos países con billete gratis de retorno. Total: son daños colaterales provocados por accidentes.

Y aquí seguimos. Que el consumo es capaz de anestesiar a una población que ya ni protesta cuando se censuran programas desde la televisión pública. Instalados en la nada, practiquemos el nihilismo: cuando vengan más inmigrantes este verano que abran las puertas de par en par legalizándoles en plan masivo; esa medida no despierta efecto llamada alguno. Cuando ETA asesine a su siguiente víctima, pídanle al muerto que no crispe con las salpicaduras de su sangre mientras se afanan los bienpensantes por ocultar su memoria. Aceptemos democráticamente que los partidos que no ganan elecciones se coaliguen contra el vencedor y tomen el poder con el fusil de asalto de la aritmética. Vivamos felices y despreocupados mientras la Constitución se erosiona en un estado de derecho que brilla por su ausencia. Afganistán no está en guerra. Los hay que sacan pecho en actitud pendenciera y denuncian a ex presidentes como presuntos criminales de guerra. Más espectáculo. Todo va bien en la fiesta colectiva donde nadie se preocupa por rectificar el rumbo.

Hasta que llegue la bofetada que nos haga despertar.