27.9.07

FRANCIA NO CREYÓ EN EL CAFÉ A 80 CÉNTIMOS

Algo que intuíamos, algo que estaba por venir y algo que, finalmente, llegó. El cacareado eje franco-alemán que capitalizó el presidente José Luis Rodríguez Zapatero en el año 2004 se ha difuminado. En realidad, ese eje tuvo su vigencia durante unas determinadas fases de la construcción europea, pero desde mediados de los años ochenta cabe ser cuestionado como motor exclusivo de la integración. Frente a la política atlántica de José María Aznar y su rechazo del proyecto constitucional europeo, Zapatero quiso aparecer como el verdadero líder europeísta español. El actual presidente español tachó a su predecesor de ser contrario a la idea europea pese a que éste fue uno de los grandes defensores de la unión económica y monetaria y quien, de hecho, logró situar a España en condiciones de adherirse a la moneda única. Pero Aznar era bien consciente de la imposibilidad de construir una Europa a golpe de enfrentamiento con los EE.UU.y los vientos de la globalización. Esa posición hoy es defendida tanto por Angela Merkel como por Nicolás Sarkozy, además de Tony Blair. Dentro de esas aguas revueltas Aznar (desde la herencia proporcionada por González) condujo a España por caminos de liderazgo que, obviamente, se han venido cegando desde el mismo año 2004. El referéndum celebrado en España a comienzos de 2005 fue el segundo acto de una tragicomedia que dio comienzo con la precipitada retirada de tropas de Irak.

Pocas veces tendremos ocasión de ver cómo una nación tira por la borda tantos esfuerzos de una manera deliberada. Sacrificios de años por romper el aislamiento del país. La situación internacional en la que quedó España tras los gobiernos de Felipe González y José María Aznar –incorporada ya al mundo- ha sido en gran parte dañada con relativa facilidad por una política exterior tan errática como errónea. El rigor gris ha sido sustituido por una deslumbradora frivolidad quijotesca que pocos parecen advertir. El liderazgo europeo de Rodríguez Zapatero sencillamente no existe, mientras que su aproximación a regímenes como el de Evo Morales, Hugo Chavez o Fidel Castro nos ponen en el punto de mira de las atónitas miradas de cancillerías extranjeras. Ni los EE.UU., ni Gran Bretaña aciertan a comprender lo que ocurre en España.

Ahora ya, por fin, Sarkozy es presidente de Francia y Merkel lidera como canciller a una Alemania en recuperación. ¿Dónde están nuestros aliados? Dios quiera que por el momento a Marruecos no se le ocurra cualquier maniobra que haga peligrar nuestros territorios en el norte de Africa porque la crisis sería muy difícil de resolver. Ségolène Royal, pese a tener más sensatez y patriotismo que su colega español, cometió el inmenso desliz de invitarlo a la campaña electoral de las presidenciales francesas ratificando así su adhesión al pensamiento blando que ya hemos estrenado de sobra en España. Con resultados tan brillantes como los obtenidos por Zapatero desde el año 2004, los franceses han decidido virar hacia la firmeza, la claridad y la derecha sin complejos de Nicolás Sarkozy. No es de extrañar esa apuesta por un ex ministro del Interior que ha defendido sin dobleces la lucha contra el terrorismo. Tampoco es de extrañar que Sarkozy sea un presidente polémico toda vez que la situación de Francia no es fácil tras años de crecimiento de problemas sin que nadie se haya preocupado por atajarlos.

Pero España vive ajena a todo y a todos. El no pasa nada como emblema de un país donde está mal utilizar el himno nacional fuera de actos oficiales (no como en Francia, desde luego). Algunos siguen pensando que la Alianza de Civilizaciones es una empresa inigualable que goza de innumerables apoyos a lo largo y ancho del planeta. Los hay que creen a pies juntillas que la acogida indiscriminada de emigrantes no genera efecto llamada, que el carnet por puntos es la solución a la siniestralidad en nuestras carreteras, que las relaciones con los EE.UU. no importan un bledo, que el proceso de paz ideado por nuestro santo es impagable... y que el café cuesta ochenta céntimos de euro. Muchos consideran que vivimos en un país de futuro y que vamos por buen camino. Los mismos que siguen valorando muy alto a Rodríguez Zapatero y los mismos que mientras contemplan el enterramiento de los dos ciudadanos ecuatorianos asesinados por ETA en la T4 no pestañean al afirmar con un cinismo que revuelve las tripas que “Quito es muy bonito”. Será porque es política social devolver a los inmigrantes a sus lindos países con billete gratis de retorno. Total: son daños colaterales provocados por accidentes.

Y aquí seguimos. Que el consumo es capaz de anestesiar a una población que ya ni protesta cuando se censuran programas desde la televisión pública. Instalados en la nada, practiquemos el nihilismo: cuando vengan más inmigrantes este verano que abran las puertas de par en par legalizándoles en plan masivo; esa medida no despierta efecto llamada alguno. Cuando ETA asesine a su siguiente víctima, pídanle al muerto que no crispe con las salpicaduras de su sangre mientras se afanan los bienpensantes por ocultar su memoria. Aceptemos democráticamente que los partidos que no ganan elecciones se coaliguen contra el vencedor y tomen el poder con el fusil de asalto de la aritmética. Vivamos felices y despreocupados mientras la Constitución se erosiona en un estado de derecho que brilla por su ausencia. Afganistán no está en guerra. Los hay que sacan pecho en actitud pendenciera y denuncian a ex presidentes como presuntos criminales de guerra. Más espectáculo. Todo va bien en la fiesta colectiva donde nadie se preocupa por rectificar el rumbo.

Hasta que llegue la bofetada que nos haga despertar.