24.12.11

LA MIRADA DE UN NIÑO

Todos, cuando alcanzamos cierta edad, nos sentimos adultos. Nos sentimos responsables. Nos sentimos hasta serios. Nos sentimos en la plenitud de dirigir nuestra vida. Comandantes de nuestro destino. Nada más engañoso.


Sólo cuando vamos traspasando la frontera de los años, nos percatamos poco a poco que la vida nos discurre, nos traspasa, nos conduce y, en ocasiones, hasta nos empuja por puro determinismo. Lo que eran certezas sólidas se convierten en una suerte de "mousse" con áreas definitivamente licuadas. Es entonces, en medio de recuerdos y olvidos tan seleccionados como reinterpretados, cuando caemos en la cuenta de lo relativo que es todo. Observamos la vida tal y como es en realidad: un juego donde laten las ensoñaciones.


No es extraño que los abuelos se identifiquen con los nietos -incluso establezcan una alianza- frente a unos padres demasiado entretenidos en algo tan serio como la "realidad". Tal vez sea porque el futuro y el pasado sonríen ante lo débil y torpe que es el presente. Un presente que se empeña en dar lecciones al pasado y, más aún, se afana en determinar el futuro. Algunos políticos han intentado ser maestros en esto y se han quedado en aprendices del fracaso. El tiempo y su ritmo lo marcan todo.


La Navidad nos regala -seamos creyentes o no- algo muy valioso: un tiempo de paz y tranquilidad. Unos días para pararnos y observar. Unos momentos de sosiego para pensar. Y lo más provechoso que podemos hacer es contemplar a los niños. Atentamente. Fijándonos en lo que hacen y averiguando lo que sienten. Dejando a un lado a los que consumen alocadamente para arrepentirse en enero y, a otro lado, a los que critican la "polución lumínica" que la Navidad proyecta en sus oscuros rostros ocultos, este paréntesis anual merece cierto respeto. Siquiera sea por aquel código de honor que hacía que las guerras parasen una vez al año.


Y después de mucho contemplar, repensando lo que aprendimos, volvemos a ese pasado que siempre está en nuestra mente encomendándonos a un futuro que, con su sencilla sensatez, nos calma el alma. La Navidad es la mirada de un niño.

17.12.11

ADIOS

Tras la celebración de las aún recientes elecciones generales, parece ser que han tocado a su fin los largos mandatos del presidente José Luis Rodríguez Zapatero. Todavía corren las últimas horas de los últimos días de su presidencia, por muy en funciones que esté. No ha dejado pasar la ocasión de soltar sus últimas "perlas" y es posible que la semana que viene -cuando se convierta Mariano Rajoy en el sexto presidente de nuestra democracia- nos deje algún que otro recuerdo imborrable. Como el mismo: inolvidable.


Todavía en la primavera pasada arengaba sus huestes parafraseando a Azaña y anunciando la posibilidad de "grandes sorpresas" en su favor. Parece ser que no esperaba el resultado electoral de mayo, ni tampoco el de noviembre (su querido 20-N), como tampoco pudo ni imaginar las consecuencias que la crisis económica y su torpísima gestión iban a tener. Hace un año jugaba a los "secretitos" con su mujer y un amigo sobre si volvería ser candidato o no. Desconocemos la intimidad de los mensajes cruzados en aquel trío, lo que sí sabemos es que le fascinaba el poder y estaba dispuesto a agotar hasta el último de sus minutos. La consecuencia de ello ha sido una larga agonía de casi un año que ha profundizado aún más la brecha de la crisis económica. Primero anunció su renuncia a ser candidato (presionado por las circunstancias y no por su deseo), luego intentó estirar su poder hasta marzo de 2012. Al final, ha tenido que doblar la rodilla (y bien que le ha costado a los mercados) y ha tenido que salir por la puerta pequeña. Lo consiguió: se ha cargado al PSOE por bastantes años.


En el futuro se escribirán líneas sobre sus extrañas presidencias entre el 2004 y el 2011. Tan extrañas como un hombre que sabe cómo alcanzar el poder con las maniobras más audaces y oscuras (los socialistas de León le recuerdan bien) pero que, curiosamente, no sabe muy bien qué hacer una vez que ha llegado a La Moncloa. Mientras los tiempos fueron buenos, bastaba con redactar leyes de efecto y alcance pues el dinero sobraba. Gestionó bien la abundacia, lo cual no resulta ser muy original. De lo que no tenía ni idea era de gestionar de verdad; esto es: gestionar con recursos limitados o menguantes. Su capacidad para el dispendio corrió pareja a sus habilidades para improvisar. Lo llamativo es que no se comporta así en el acceso a cualquier tipo de poder; ahí si: calcula, establece un objetivo, diseña un camino y se lanza a través de él. Letal.


Fue un presidente a la eterna búsqueda de la confrontación con el supremo enemigo, fuente de todos los males: el PP. Desde el año 2003 hasta pasado el verano del 2011, le negó el pan y la sal a la oposición, a la que culpó de la crisis, de su origen y hasta de beneficiarse de la misma. La anatemizó detrás de un cinturón sanitario vergonzoso y, luego, volvió a hacerlo porque "no arrimaba el hombro". Ese comportamiento tiene su lógica si tenemos en cuenta que es un hombre acostumbrado a la lucha por alcanzar algo, pero que carece de las mínimas nociones sobre lo que significa ser presidente de un gobierno de todos los españoles, no de una parte de ellos. Por decirlo en pocas palabras: un sectario.


La prueba del nueve la tuvimos en el pequeño discurso de Rajoy en la noche electoral cuando prometió no ser sectario y gobernar para todos. Dime qué promete el nuevo y te describiré los vicios del viejo. Zapatero prometió en el 2004 "talante", justo esa suavidad en las formas que nunca poseyó Aznar en su segunda legislatura.


Toca, pues, decir "adios", "hasta siempre" o "hasta nunca", según versiones. Lo que nadie se atreve es a invocar su posible regreso futuro. Ni el más sectario de entre sus seguidores es capaz de pronunciar un "hasta pronto" o un "hasta luego". La carita de ángel de José Blanco en su última comparecencia lo decía todo. Otro cadáver político, por cierto.


El David leonés del ensoñado socialismo 2.0 ha levantado su pìe de la cabeza del monstruo simbolizado por ese Goliat que es el PP para marcharse a no sabemos dónde, ni sabemos a qué. El tiempo lo irá aclarando progresivamente: al fin y al cabo el todavía presidente en funciones es un taimado a respetar. Es hasta capaz de dar lecciones y directrices al maltrecho PSOE para decirle dónde se encuentra su salvación y cómo debe redimirse. Hay Mesías que, siendo el problema, se miran en el espejo mágico de su propia solución. Hay Mesías con rostros de cemento armado.


Como líder socialista deja un recuerdo inolvidable: nadie ha fortalecido electoralmente a la derecha tanto como Rodríguez Zapatero; nadie ha destruido tanto al PSOE por dentro y por fuera.


Te habrás quedado a gusto, hijo.

9.12.11

LOS HIJOS Y EL HAMBRE

Hace ya muchos años, una madre con tres hijos y embarazada de un cuarto fue abandonada por su marido. Ante la necesidad de dar de comer a sus hijos, fue a un supermercado sin dinero y robó dos paquetes de alimentos. El encargado se percató de la maniobra y, sin dar parte a la policía, la detuvo obligándola a pasearse por el establecimiento con un cartel que decía "Soy una ladrona". Al regresar a su casa, humillada, se lanzó desde el balcón muriendo en el acto. La indignación de los vecinos fue tal que se encaminaron al supermercado para incendiarlo con el encargado dentro. La policía tuvo que intervenir para parar el linchamiento.

El suceso tuvo lugar en la Barcelona del franquismo, según la denuncia de una oyente de La Pirenaica, aquella estación de radio que insuflaba un aire democratizador desde fuera de nuestras fronteras. El buen libro de Luis Zaragoza Fernández sobre aquella emisora recoge el caso.

El marco dictatorial explica buena parte de la anécdota. El hambre y la represión combinadas invitan al suicidio. Pero no lo explica todo. Para que una dictadura pueda existir y persistir es preciso el envilecimiento de una parte de la población: el grupo de colaboradores necesarios para abrir y cerrar cárceles, enchufarse a la burocracia del Movimiento o dar bofetadas desde una pequeña poltrona oficial. En otras palabras: ejercer el abuso de poder de manera miserable. No siempre ese abuso mantiene una proporcionalidad directa con respecto a la cantidad de poder que se posee. En bastantes ocasiones la proporcionalidad es justamente inversa. Como la de aquel humilde encargado que, para sentirse alguien entre los pasillos del supermercado, humilló hasta el límite a aquella madre con tres hijos y otro en camino.

Justo el más arrastrado es el más capaz de la mayor de las mezquindades. Puro envilecimiento.