21.12.14

Pablo Iglesias, la OTAN y los EEUU

Realmente bien está. Se echaba de menos un aire fresco en la política española y lo ha traído Podemos, desde luego. Asamblea ciudadana, grupo de docentes e investigadores universitarios, populistas, bolivarianos, demagogos, nueva generación para un tiempo nuevo, actualización de la socialdemocracia… diversas etiquetas para algo que está por aún definir. Lo cierto es que en muy pocos meses han servido de revulsivo, mientras el PP se debate entre la tormenta de la crisis y las laminaciones internas, mientras el PSOE se busca en las tinieblas y mientras IU se aproxima al abismo que Cayo Lara ha querido evitar en paracaídas.

Podemos, mejor dicho, Pablo Iglesias ha copado los medios de comunicación hasta traspasar el límite entre la atracción y el hartazgo. La imagen de Pablo Iglesias se ha convertido en un icono -primero en las TICs, luego en la difusión masiva- que ha diluido hasta el recuerdo lejano de aquel fundador del PSOE fallecido en 1925. Posee el brillo de la promesa inexplorada, la esperanza de lo inédito, la frescura de un lenguaje directo y la irresistible seducción de la audacia. Pretenden ser nuevos, puros y virginales ante una democracia muy rodada en poco tiempo y que no está sabiendo envejecer. Quizás la transición, tan rápida como presuntamente modélica, parió una democracia veloz que ahora se enfrenta a sus propias contradicciones. A una juventud de vértigo le suele seguir una vejez achacosa.

Es evidente que el cambio generacional está próximo a llegar en la política española. No hay más que asomarse al calendario y acariciar con nostalgia el tiempo que se ha ido. Conviven, hoy como ayer, juventudes de ideales virginales y viejos que han vuelto del tiempo de las ilusiones. No sabemos si será Podemos u otro tipo de formación, pero pensar que lo establecido va a mantenerse tal cual refleja una severa carencia. Pasen los años y ya verán.

Iglesias ha encandilado más por sus diagnósticos que por las soluciones que propone. Sus críticas han puesto en evidencia los fallos de nuestro sistema político, social y económico. Parece evidente que ciertos pedestales sagrados del presente no permanecerán en el futuro. Incluso concedamos que algunas de las soluciones “domésticas” que propone quizás funcionen razonablemente o, al menos, resulten menos nefastas que algunas de las ya probadas. Hasta cierto punto lo que ocurra dentro de España importa poco, siempre que no tenga consecuencias fuera de nuestras fronteras. Ahora bien, dirigir un país significa también tener en cuenta la política exterior y, en este punto, Pablo Iglesias se ha mostrado inequívocamente contundente. Dos aseveraciones ante la cadena SER (noviembre 2014): intentará que España salga de la OTAN y que desaparezca la presencia militar estadounidense del suelo español.

Todas las propuestas de Iglesias deben, pueden y están sometidas al debate, al menos fuera de Podemos: si será posible llevarlas a cabo o no, si son populistas o verosímiles, etc. Pero el ensayo de romper maridajes con la OTAN y los EE.UU. es algo muy difícil de lograr en el mundo actual (y, previsiblemente, en el del futuro próximo). Por ser más preciso: son un verdadero disparate. Estos propósitos sólo pueden reportar dos consecuencias para estos aspirantes: no alcanzar el poder o disfrutarlo por un tiempo muy limitado. Naturalmente queda una tercera posibilidad: es una simple postura cara a “su” galería y ni se plantea la credibilidad de sus propias palabras.

Hemos contemplado en la historia reciente de nuestro país que las decisiones silvestres en política exterior no han sido percibidas por los votantes como un grave riesgo. Incluso se han aplaudido y jaleado. Suprema ignorancia: los errores pasan factura y la estupidez nos desahucia. La retirada de tropas de Irak en 2004 fue defendida con alusiones castizas (el célebre par de huevos) que todavía se nos recordaría en la propaganda electoral de 2008. Es evidente que estas palabras de Iglesias buscan recolectar votos sin encender las alarmas del debate interno español. Curiosa combinación de exabrupto suicida y silencio cómplice.


Es casi vergonzoso recordarlo, pero fuera de este ombligo patrio adornado de autonomismos con pretensiones hay un mundo. Con sus exigencias, reglas y compromisos. Nos queda la duda de si estamos ante una bocanada de ignorancia o una cínica estrategia. El día que alcance la mayoría Podemos –si llega ese evento- no se olviden las localidades de sombra ni las almohadillas para esperar a ver qué hace el diestro Iglesias con ese toro. Aunque la fiesta ya haya sido suprimida para entonces.

16.3.14

El deseado encuentro del PSOE consigo mismo

Todavía hoy la mayor parte de los electores se sienten identificados con los partidos que giran en torno al centro político, bien sea de derechas o izquierdas. O lo que es lo mismo: los nostálgicos del pasado y los iluminados del futuro representan aún opciones minoritarias, ya sean crecientes o decrecientes. Son, hoy por hoy, minorías. Por consiguiente, parece razonable que los partidos mayoritarios se expresen con moderación y sean suficientemente responsables. Aquello de las "mayorías sociales" tan queridas como cacareadas por la oposición (precisemos: por los que han perdido las elecciones) debería ser patrimonio de quien ni ha ganado, ni está en condiciones de ganar, ni imagina -en su fuero interno- que vaya a ganar unas elecciones próximamente.

El PSOE se encuentra en la oposición, pero ganó elecciones (unas, con inigualable consenso; otras, con menos brillo) y estará en condiciones de volver a tener la responsabilidad de gobernar, más tarde o más temprano. Para ello, el socialismo español necesita aterrizar, poner los pies en el suelo, diagnosticar bien las causas por las que ha registrado los peores resultados de toda su historia después de la muerte de Franco y darse una ducha de seriedad y credibilidad. Debe reconocer que las miradas hacia la izquierda y los falsos coqueteos progresistas que disfrazan un buen montón de populismo demagógico, hoy por hoy, se traducen en una sangría de votos procedentes de las clases medias. La mesocracia está muy castigada, pero existe y su estoica templanza no debe interpretarse como síntoma de tolerancia infinita o estupidez congénita.

De ese comportamiento de las clases medias deberá tomar buena nota el PP para no repetir hartazgos si quiere mantener su mayoría, aunque sea relativa. Y ese comportamiento tendrá que ser bien pulsado por el PSOE si quiere enterrar su pasado reciente. Quien se aleja del zapaterismo genera esperanza (léase Susana Díaz) y quien persevera en la línea de aquel presidente tan inesperado como imprevisible es el perfecto candidato para hundir aún más al socialismo, incluso por debajo de los 100 diputados. Mientras, Rubalcaba hace el papel de mantenedor de la nave a la espera de un candidato/a idóneo/a. Es decir: alguien joven, nuevo/a, sin máculas pasadas, pero que garantice que no va a ser un presidente/a inexperto en todo pero especialista en meter con ansia la gamba sin rubor alguno. Evitar a toda costa una nueva versión de la insolvencia sonriente inspirada en el difuso éter del "talante".

Por dónde no pasa el camino de la regeneración socialista es por la oposición sistemática, ni por las maniobras de aislamiento del PP. Un PP aislado es tan malo como un PSOE atrincherado y bueno es recordar que más vale la soledad que un mal acompañamiento. Y si es legítimo y conveniente ejercitar la oposición, es conveniente hacerlo con tiento y memoria. Leemos en las noticias del 24 de febrero de 2014: "la portavoz del Grupo Parlamentario Socialista, Soraya Rodríguez, y el secretario general del PSPV-PSOE, Ximo Puig, han presentado este lunes ante el Tribunal Constitucional (TC) un recurso de inconstitucionalidad contra la Ley de las Cortes valencianas que suprimió el servicio público de la Radio Televisión Valenciana (RTVV) al considerar que vulnera el principio de seguridad jurídica y supone "un atropello" de derechos fundamentales". Hasta aquí todo normal y oportuno. El desmande conservador en la Comunidad Valenciana ha sido superlativo, desde ex presidentes declarados inocentes por la justicia hasta presidentes en activo.

Lo que ya no es tan normal es que, habiendo pasado lo que ha pasado en esa Comunidad durante lustros, el PSOE no haya sido capaz de ganar unas elecciones autonómicas. La cúpula de los socialistas valencianos debería hacérselo mirar dos veces antes de ponerse a criticar. Y Ximo Puig debería tentarse la ropa antes de elevar el tono diciendo lo siguiente: "Cuando oigo lo que pasa en Venezuela y otros países, no tiene nada que envidiar el señor Fabra a sus actitudes".

Vamos por partes. Al añadir esa frase, Puig compara -estableciendo una equivalencia- al gobierno de Mariano Rajoy con el gobierno chavista de Nicolás Maduro, aunque formalmente acuse a Fabra y al PP valenciano. Bien. Parece sugerir que el gobierno conservador español tiene mucho de autoritario y antidemocrático, al igual que el chavismo es autoritario y entiende la democracia en términos de partido único. No resulta llamativa la acusación contra el gobierno Rajoy; lo novedoso es la crítica que se hace a Nicolás Maduro. Y bienvenida sea esa novedad si refleja el cambio de tendencia en las derivas socialistas desde aproximadamente el año 2002. Pero hay que ser coherentes y sinceros para ganar unas elecciones. O, por lo menos, parecerlo si no se tienen mayores dotes.

El pasado verano Nicolás Maduro se despachó a gusto contra, precisamente, Rajoy (http://youtu.be/4TX9hcptp2c). ¿Qué dijo entonces Ximo Puig que tanto critica ahora al gobierno venezolano? Pues no dijo absolutamente nada en contra de Maduro ni de su régimen chavista. Por consiguiente, da la sensación de que acaba de llegar al mundo y percatarse del carácter escasamente democrático del liderazgo del eterno chandal. Bienvenido al mundo.

Tampoco tiene buena memoria Puig. ¿Ya no se acuerda de las estrechas relaciones de la España zapaterismo mantuvo con la Venezuela chavista? En el otoño de 2004, Hugo Chávez fue invitado a venir a España y alimentar aún más las corrientes anti-Aznar a ambos lados del Océano Atlántico. Lo que debería haber permanecido en secreto fue filtrado a un gobierno extranjero y, así, Venezuela se enteró de posibles preparativos de un golpe de estado por parte del gobierno Aznar, siempre en debida conjunción con los EE.UU. Aquello fue una ligereza o una traición a los propios intereses del país que se representa, depende de cómo se vea. Pero tuvo dos consecuencias: empeorar nuestras relaciones con EE.UU. y facilitar que Chávez anduviera años tachando al ex presidente español de fascista. Años más tarde, claro, el propio Zapatero tuvo que andar reculando para defender el honor del expresidente Aznar en una Cumbre Iberoamericana y se ofreció a los EE.UU. para intentar reconciliarse con ellos. Zapatero, muy hispánico, pasó de la quijotesca arrogancia rebelde a la mendigante humillación de solicitud de un perdón que nunca llegó. ¿Y Ximo Puig? ¿Qué le parecía entonces el régimen del comandante Chávez? ¿Era autoritario y antidemocrático el bolivarismo reinterpretado por Chávez?


Hay que moderarse un poco antes de hablar desde la oposición. Para ser coherente y sincero hay que tener un poco de memoria, olvidar algunas cosas para superarlas y recordar bien los errores pasados para no repetirlos. En caso contrario, ni Ximo Puig ganará unas elecciones en la Comunidad Valenciana, ni al PSOE le esperarán en la Moncloa. No por ahora.

Lo que fuimos, lo que somos

Hay libros que pasan injustamente desapercibidos. Pocos notaron y menos leyeron las advertencias de Francisco e Igor Sosa sobre la fragmentación del Estado, cuya primera edición vio la luz en diciembre de 2006 (El Estado fragmentado, Trotta). Mirar para otro lado cuando se abrían las puertas a la bilateralidad entre Cataluña y el gobierno central sembró el conflicto que hoy contemplamos en la forma encubierta de un derecho a decidir que apunta presuntamente hacia la independencia, porque nadie consulta a nadie para decidir dejar las cosas igual que están. Vivíamos en un mundo que se antojaba perfecto mientras, en realidad, el envilecimiento, la estúpida ignorancia y el enriquecimiento arrojaban al ostracismo a las minorías que mostraban su desacuerdo. Eran los antipatriotas, los aguafiestas, los incómodos disidentes a los que se ahogó en el silencio bajo una espesa capa de descrédito infundado. Y hubo una legión de presuntos profesionales tan lenguaraces como insolventes dedicados con devoción a tan deplorable tarea. El dinero corría y ellos recibían su premio.

Sólo cuando la crisis económica nos situó ante el espejo de nuestra realidad, fuimos conscientes del desplome moral. Los antiguos verdugos se evaporaron, no sin llevarse antes sus últimas prebendas, mientras las víctimas se recuperaban del ostracismo bajo un viento de levante. Y eso significaba, simplemente, poder ejercitar la crítica sin ser situado en el cadalso debidamente adornados con el sambenito de reaccionario. Sólo cuando el tornado ha pasado podemos leer con recobrado sosiego la descripción de lo acontecido en España, gracias al Todo lo que era sólido de Muñoz Molina.

La crisis que padecemos es global y, sobre todo, encierra cambios próximos que serán estructurales. El mundo que hemos conocido parece licuarse reblandeciendo las referencias que parecían sólidas hasta hace bien poco. El filósofo Zygmunt Bauman ha bautizado el fenómeno con la expresión "modernidad líquida", en realidad una variación de los análisis sobre la posmodernidad. Pero no entenderíamos lo que ha ocurrido en España si camuflamos cómodamente los argumentos en la crisis internacional. Y este es precisamente uno de los aciertos del libro de Muñoz Molina. Es, simultáneamente, una autobiografía y un recorrido por los lastres que hemos arrastrado durante los últimos treinta años. Sin necesidad de situar fuera de nuestras fronteras culpabilidades que no podemos juzgar, por mucho que soñemos con jurisdicciones extraterritoriales.

Los defectos patrios venían de mucho tiempo atrás. Unos se adaptaron en la transición, otros –muy pocos- llegaron a desaparecer y algunos más florecieron al calor de los nuevos tiempos. Pero en la prosperidad de los ochenta y los noventa nadie se tomó el interés en diagnosticarlos y tratarlos, convirtiéndose en tumores profundamente encastrados. La gallardía intelectual de Muñoz Molina reside en señalar que la metástasis de aquellos tumores en apariencia dormidos se extendió como un reguero en la primera década del siglo XXI. Una España que daba la espalda al exterior porque, enriquecida y complacida, repetía una manida expresión: "como en España no se vive en ninguna parte". Un país que se impregnó en un clima turbio de discordia incivil sobre hechos acontecidos más de setenta años atrás. Un debate estéril, protagonizado por quienes ni habían vivido dramas mortales ni sabían lo que era pegar o recibir un tiro.

Cuando la barbarie triunfa no es en virtud de la fuerza de los bárbaros; es la civilización la que claudica. Los que alimentaron su juventud con canciones de Joan Manuel Serrat olvidaron en su madurez aquellos versos que rezan: "Los recuerdos suelen/ contarte mentiras. /Se amoldan al viento, /amañan la historia; /por aquí se encogen, /por allá se estiran, /se tiñen de gloria, /se bañan en lodo, /se endulzan, se amargan /a nuestro acomodo, /según nos convenga; /porque antes que nada /y a pesar de todo /hay que sobrevivir".

El libro tiene, además, el buen gusto de transitar brevemente por dos países que tanto pueden enseñarnos a juicio de Muñoz Molina: los Estados Unidos y los Países Bajos. Con sus virtudes y sus defectos, Nueva York y Ámsterdam son dos poderosos antídotos contra las anormalidades que aquí consideramos una parte más del paisaje público por pura cotidianidad. Cuando menos, producen una saludable oxigenación en estancias cortas. Doy fe de ello.

Es más que recomendable la detenida lectura de Todo lo que era sólido. Todo un espejo que nos devuelve una nítida imagen de lo que somos. Un buen punto de partida para repensar un futuro que ya no será igual que el pasado, por mucho que algunos acaricien la nostalgia de la molicie.



9.3.14

11-M.

 "Creo que el Gobierno se precipitó a la hora de elaborar una interpretación política del atentado. ¿Hubo una voluntad inicial de engañar? Yo diría que no, sólo hubo una interpretación errónea del atentado. A partir de ahí, estaban en una situación muy comprometida. Fue una reacción política en soledad e intentaron que esa interpretación política se mantuviera hasta que los hechos se la destrozaron. Eso fue lo que pasó".

Estas son las palabras del expresidente José Luís Rodríguez Zapatero en una reciente entrevista con motivo de aquellos trágicos atentados. ¿Por qué no dijo lo mismo hace unos años?

Más grande es otro extracto de la misma entrevista, integrado por una pregunta directa y una respuesta sorprendente:

"P.- ¿Tampoco tuvo que ver con el apoyo del Gobierno de España a la intervención en Irak?
R.- No se puede establecer una relación directa, No debemos establecerla porque sería como dar una excusa al salvajismo más abominable. ¿Hubiera sido menos probable el atentado si España no interviene en Irak? No lo sabemos, la Historia tiene unos vericuetos muy azarosos".
José Blanco, mano derecha de Rodríguez Zapatero en esa época, sentenció que Aznar era el culpable del engaño masivo. Así lo difundió "Público".

Algo nos hemos debido perder cuando, pasados los años, hasta el juez Javier Gómez Bermúdez reconoce que no se sabe de quién partió la idea del atentado.

No me extraña que ahora nos hayamos enterado de la auténtica muerte del general Prim. Amarga sensación que recuerda al conocido refrán "El muerto, al hoyo y el vivo, al bollo".