27.7.17

Perdidos a estribor... menos mal que queda la kizomba

Las ocurrencias que son fruto de la improvisación suelen ser bastante comunes. Y, de puro corrientes, presentan una obstinada vocación de fracaso.

Algo de esto veo yo  en las impaciencias de unos partidos de izquierda que, hasta la fecha, han sido incapaces de ganarle unas elecciones al partido conservador español cuyo líder -todos lo sabemos- no es precisamente un ejemplo de figura carismática que se lleve de calle a las masas. Pero sí se lleva los votos suficientes. Y no he visto aún análisis formulados desde la izquierda que hallen una solución al enigma, más allá de decir que no lo entienden o que, pese a todo, hay que reconocer que se registra una patente recuperación económica (aunque no siempre de los bolsillos).

Que se sepa nadie se plantea desde la izquierda la posibilidad de que si Rajoy gana es porque las alternativas son, sencillamente, peores o no despiertan la suficiente confianza en el electorado. El shock del 26 de junio de 2016 no les ha despertado una lectura crítica de sí mismos. Y ahora no valen mociones de censura precipitadas, reediciones del "váyase señor González" en sentido opuesto o clamar patéticamente en el desierto veraniego por la dimisión de un presidente que no tiene motivos para hacerlo.

Lo que queda de Izquierda Unida ni está ni se le espera. Nadie en su sano juicio puede barajar la posibilidad de una victoria electoral de esa formación. Es bueno recordar que tener dos diputados en el Congreso no es una victoria electoral precisamente.

Lo que se está reconstruyendo en el PSOE no se sabe muy bien hacia dónde va. Pero sea cual sea su estrategia, lo que parece evidente es que las elecciones se ganan recuperando los caladeros de votos del centro. Un giro persistente hacia la izquierda dando la espalda al centro difícilmente garantiza una mayoría suficiente. Queda, eso sí, Podemos y el sueño de articular una mayoría de izquierdas que establezca un "cinturón sanitario" en el que encerrar al PP y a Ciudadanos. Personalmente -y perdónenme los partidarios de encerrar a la gente y a los partidos que no piensan como ellos- la idea no me hace ni pizca de gracia. Como tampoco me la haría un "cinturón sanitario" contra el PSOE+Podemos.

El otro partido en la izquierda es Podemos, territorio donde la disidencia de los partidarios de la transversalidad se castiga bien (véase Errejón y los suyos). Y le viene a pasar lo que a las otras dos formaciones aludidas: no concita la confianza necesaria en buena parte de la población. Recientemente -una más entre otras mil precedentes- Pablo Iglesias ha vuelto a su incondicional amor por Lenin durante una conmemoración de la revolución rusa de 1917 junto al escritor y vicepresidente boliviano Álvaro García Linera. Mil frases de impacto se pronunciaron en torno a Lenín y a la "capacidad bolchevique para ganar y derrotar a enemigos imbatibles". Todo está perfecto y cada uno tiene derecho a la libertad de expresión, pues vivimos en una democracia de esas que ellos llaman "burguesas", llenas de imperfecciones sí, pero en la que a uno no se le detiene por ir contra el gobierno. Al respecto, sobran los ejemplos pues ellos mismos deben conocer -al menos como politólogos- lo que ocurría en las democracias "populares" o lo que acontece en los presidencialismos populistas que no entienden de separación de poderes ante la suprema llamada del pueblo y de la revolución.

La virtuosa capacidad de Lenin de "convertir lo imposible en real" que tanta admiración despierta en Iglesias no tuvo lugar en medio de un proceso democrático con urnas basado en una soberanía reconocida. Ese virtuosismo se desarrolló a través de un eficaz golpe perpetrado en octubre de 1917 que para imponerse requirió ganar una guerra civil posterior. Él debe ser perfectamente consciente que este tipo de mensajes arrastra a sus convencidos de los parabienes de la revolución, pero debe comprender que despierta ligeras desconfianzas en aquellos que prefieren la mediocridad razonable al paraíso alcanzado tras la "purificación" proporcionada por la catarsis de la violencia. Y toda revolución conlleva violencia política.

Lo que nos enseña la historia de la Unión Soviética y de la expansión del comunismo no es precisamente edificante ni un modelo a seguir. Como tampoco lo es la Rusia post-soviética, por cierto. Es difícil sacar rédito de donde no hubo suculento fruto.

Tal vez valga la pena fijarse en las pequeñas cosas. Sí, justo esas a las que las estructuras, las condiciones objetivas y la dialéctica abstracta prestan tan escasa atención. Les propongo un ejemplo gratis. La presencia de asesores cubanos en Angola dulcificó los ritmos africanos dando lugar a la kizomba, una danza que fue atrapando al público local y que se ha venido extendiendo desde los años noventa del siglo pasado. Así de natural: sin más banderas, ni discursos, ni propaganda. Es de sospechar que la misión de las tropas cubanas en Angola no fue llevar el zouk allí, pero la verdad es que fue maravilloso que ocurriera. Aquel efecto colateral e inesperado bien podrían reivindicarlo los que suspiran por el alma del comandante. Esa danza hace feliz a la gente. Lo mismo consiguen más reivindicando la paternidad de la kizomba que siendo descendientes ideológicos de Lenin.

Bailar no es pecado, ¿lo recuerdan?
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