En plenas Navidades, con ocasión del día del padre, de la madre, o con motivo de cualquier efeméride resurge el debate sobre si las celebraciones se han reducido a un mero reclamo publicitario para el consumo de los más y el beneficio de los menos. Aunque muchos no estén de acuerdo con ese reduccionismo y algunos defendamos aún la deshilachada bandera del auténtico valor de una celebración sincera, no cabe duda que casi todo se ha convertido en un motivo para hacer caja. Y particularmente suculentos se han revelado los sentimientos como mercancía para hacer magníficos negocios. Un repaso al año que afortunadamente se nos va, deja la amarga huella de un prosaico paisaje donde todo tiene un precio.
Los que entienden que el dolor carece de código de barras habrán asistido atónitos al espectáculo de la frustrada inhumación de Federico García Lorca. En contra de los deseos de la familia -pero con todo el empecinamiento de los que miran para otra parte cuando se trata de exhumar restos humanos de pozos en Toledo- las palas entraron en el suelo para descubir restos materiales que nada tenían que ver con el célebre poeta. Total: unos 60.000 euros de dinero público que han ido a parar a alguien.
Que nos preocupe el cambio climático no significa que tengamos que comulgar con todas las ruedas de molino que, con ese pretexto, nos quieran hacer tragar. Hacer todo lo posible en nuestro entorno por conservar el medio ambiente y legarlo a nuestros hijos en un estado más o menos decente no nos conduce, de manera automática, a creernos hasta los estornudos de Al Gore. Más alucinante es la triste realidad. Veo a nuestro ínclito José Luis en el Parlamento Europeo defender la proliferación de coches eléctricos, pero su coche oficial no destaca por esa característica. Por añadidura, otro espectáculo ha sido el lucimiento de coches de gran cilindrada en la cumbre sobre energía celebrada en Sevilla en enero de 2010.
Los sentimientos parecen conformar un pasto idóneo para las llamas de los que hacen caja hasta de una lágrima. El fútbol y buena parte de los entretenimientos públicos no hacen otra cosa que pulsar sentimientos identitarios para encauzar pasiones telúricas que sería peligroso que estallasen ante las cristaleras de las oficinas de empleo. De los divorcios, mejor no hablar. A los/las que en tiempos se les decía que habían dado un "braguetazo" se les han venido a sumar los/las que ocultan una calculadora en la ropa interior. Con la ley en la mano, beneficiándose económicamente, jugando a ser víctimas públicas y verdugos privados.
No todo vale. Ya que nos quedan tan pocas creencias, por lo menos sigamos resistiendo numantinamente en el baluarte de unas pocas -muy pocas- convicciones. El sentimiento y la sensibilidad nos hace humanos. Y el dolor, por desgracia, los aguijonea.
No todo es objeto de negocio.