En ocasiones nos topamos con algún escrito que llama nuestra atención. En una reciente tercera del periódico ABC -cinco de enero de dos mil ocho- el periodista Hermann Tertsch consignó una serie de reflexiones en torno al comunista yugoslavo Milovan Djilas y su posterior arrepentimiento plasmado en su libro La nueva clase, publicado en los años cincuenta. En el último párrafo de su artículo Tertsch afirma:
Ahora, casi veinte años después de la caída del muro de Berlín, vuelven a ser muchos los que consideran que la libertad, la propiedad y la democracia -sin adjetivos- son valores relativos y subordinables a nuevos planes de experimentación social y transformación del individuo. Y no se trata sólo de profesores españoles o cubanos asalariados de Hugo Chávez, populistas indigenistas o entusiastas del castrismo. Cuando dirigentes izquierdistas europeos como Oskar Lafontaine declara pletórico en Madrid que las posibilidades de la izquierda aumentan porque "entre la juventud hay más antiamericanismo que anticomunismo", es que la deriva va más allá de la confusión moral y política del sectarismo y la radicalidad izquierdista que se ha adueñado del socialismo en España. Esta involución de la izquierda hacia el abandono de la socialdemocracia y la reinvención de la felicidad colectiva y de la imposición de una "justicia" superior a la del Estado de Derecho es uno de los fenómenos más graves en la cultura política occidental actual. Son aliados objetivos de los enemigos internos y externos de la sociedad abierta. Las tentaciones de reintentar fórmulas coactivas en aras del supuesto progreso deberían evocar a los demócratas aquella frase de Sigmund Freud, poco antes de huir de los nazis a Londres, que escribía desolado en Viena en 1938: "el progreso parece haberse aliado con la barbarie". Son muchos los que quieren reinventar la historia del siglo XX. Con la misma osadía con que, por cierto, algunos quieren reinventar en España la historia de esta malhadada legislatura. La pérdida de la memoria es el salto decisivo a la pérdida de la libertad. No hace falta leer "1984" de George Orwell para saberlo. Por ello, es necesario recordar con gratitud a quienes desde el pasado nos ayudan a mantener viva la memoria frente al asalto de la mentira.
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