9.6.09

Europa y la “Pajinada”

Recuerdo que hace algunos años compré y regalé un libro de Manual Vázquez Montalbán titulado La aznaridad: por el Imperio hacia Dios o por Dios hacia el Imperio. Corrían entonces en España aires de libertad en los que si criticabas al gobierno no te tachaban de nada. El libro tenía su gracia. Al menos para mí, que aún me deslizaba por las suaves pendientes de la ingenuidad sin saber que nos esperaba un abismo.

Algunos –muy pocos- sospecharon en la primavera del año 2004 que tras el abismo se ocultaba un infierno dulce y neutralizador, una especie de droga que adormecía los sentidos y doblaba el ánimo para llevarnos en volandas hacia una soñada y utópica República de felicidad. Pero no eran muchos. Del sueño comenzó a despertarse una parte de la población hace bien poco, a medida en que el dolor de la crisis y los azotes de la vida laboral iban desentumeciendo los cerebros. Poco a poco, a esa minoría que tuvo que soportar los rigores de una dura vida en el desierto se fue sumando una legión de descontentos a razón de unos 5.000 al día. Y eso ocurrió prácticamente antes de ayer.

Tal vez desconocedores de cuánto han cambiado las cosas desde marzo de 2008, los socialistas españoles han desplegado una campaña electoral para las recientemente celebradas elecciones europeas que no tiene desperdicio. Como consideración previa habría que advertir que la calificación de socialista aplicada a las directrices del actual PSOE podría resultar harto aventurada, habida cuenta de su derroche de populismo, simpleza y demagogia. No es difícil encontrar mas socialdemocracia en partidos que defienden tanto la cohesión nacional como una participación auténtica de la ciudadanía en la toma de decisiones. Al menos así lo creen los que consideran que lo socialdemócrata va vinculado al rigor, la calidad, la elevación de los niveles de formación y un cierto sentido austero que tiene vocación de buen hacer.

La campaña del PSOE se puso en marcha en torno a un eje central: la derecha (y, por extensión, las derechas europeas) nos han metido en la crisis. Una crisis de la que, paradójicamente, nos avisaron con mucha antelación (aunque nosotros negásemos ese catastrofismo) y una crisis de la que, ahora, pretenden aprovecharse. El incremento de la temperatura electoral hizo que el PSOE lanzase un vídeo en los que los europeos ocupaban el lugar de arquetipos reaccionarios. Una inglesa –a modo de jovencita thatcheriana- defendía las privatizaciones con voz atiplada, un español –con facha de empresario orondo- reclamaba el despido libre, un italiano –agricultor perdido en una campiña de la Toscana- se pasaba por el forro el cambio climático y una francesa con aire de dama reprimida -pero mirada de Pompadour- defendía la pena de muerte. No faltaba, no podía faltar, el cura que afirmaba que en Europa solo hay sitio para una religión y, como no, al alemán le tocó hacer de nazi radical echando pestes de los homosexuales porque los judíos ya se marcharon hace tiempo.

Después de ver aquello, cabía pensar que hasta las campañas electorales deberían tener sus límites ante un mínimo umbral de decencia y de vergüenza. Por añadidura, podía adivinarse que los diseñadores de campaña del PSOE pensaban en un público exclusivamente español. La exposición de semejante spot por toda Europa hubiera generado más rechazo que adhesiones a la vista de las correlaciones estereotipadas que se hacían de ciertos caracteres nacionales.

Ya nos aproximábamos al final de una campaña cansina cuando la Secretaria de Organización del PSOE, Leire Pajín, se plantó en los desayunos informativos de Europa Press. Era obvio que no estaba en el calor de un mitin, ni ante una masa encolerizada capaz de vociferar con la vulgaridad más ocurrente. Era un desayuno con periodistas, en la placidez de la mañana, cuando el café, el zumo y las viandas nos devuelven la diáfana claridad que perdimos tras el crepúsculo del dia anterior. Y les espetó textualmente:

“Y como todo acontecimiento histórico necesita de sus símbolos, les sugiero que estén atentos al próximo acontecimiento histórico que se producirá en nuestro planeta: la coincidencia en breve de dos presidencias progresistas a ambos lados del Atlántico, la presidencia de Obama en EEUU y Zapatero presidiendo la UE en tan sólo unos meses. Estados Unidos y Europa. Dos políticas progresistas. Dos liderazgos. Una visión del mundo. Una esperanza para muchos seres humanos”.

Acontecimiento histórico. Y del planeta. Dos liderazgos. Un nuevo reparto de bloques, pero una misma visión del mundo.

Hubo quien se quedó mirando al horizonte con cierta amargura preguntándose el sentido de la vida después de dedicar tantos años y tantos esfuerzos al estudio del pasado. Hubo quien se miró al espejo para comprobar si estaba listo para el sonado acontecimiento planetario o debía comprarse ropa nueva para el evento. Hubo quien desdeñó la buena nueva aferrándose a un futuro en el que Michelle y Sonsoles encarnasen la verdadera revolución planetaria. Y hubo quien, directamente, corrió a buscar en el diccionario de la Real Academia Española la definición de imbécil y vio que, en una de sus acepciones, se recogía como adjetivo por “alelado/a” o “falto/a de razón”. Pues eso: imbécil/a.

1.6.09

La España de Zapatero y la salud democrática

Nos tiene acostumbrados a buenos análisis. José María Maravall, catedrático de Sociología y ex ministro socialista, viene deleitando a algunos espíritus con finos y solventes análisis acerca de la realidad política. Sólo por referir sus libros más recientes, podemos recordar El control de los políticos (2003) y La confrontación política (2008), ambos publicados por Taurus. Obviamente, sus estudios denotan ciertos sesgos derivados de su condición de ex ministro y de asesor del PSOE, pero no por ello dejan de carecer de validez y método. Aborda con brillantez asuntos tales como la conservación del poder, el arte de saber anticipar las elecciones, las políticas de la crispación o las conspiraciones políticas. Eso sí: se echa en falta que no las aplique con ecuanimidad. Si el PSOE ha sido víctima de conjuras, el PP no se ha quedado atrás en ese dudoso honor. Lamentablemente, cada vez que ha cambiado el color del gobierno en la España democrática lo ha hecho a través de procesos llenos de tensión y dudosamente democráticos. Parémonos a pensar en cómo abandonaron el poder Adolfo Suárez, Felipe González o José María Aznar. El acoso y derribo se hizo presente en el escenario político para terminar con sus respectivos liderazgos. La excepción, tal vez, fue Leopoldo Calvo-Sotelo quien se benefició de las ventajas de no ser percibido como líder y pilotar un barco que hacía aguas desde la sentina.

Son muchos los detalles que podríamos destacar del último libro de Maravall, pero nos ha llamado la atención un párrafo concreto. Dice así:

“La política de Bush consiste en estigmatizar a los oponentes y en inflamar las pasiones de sus propios partidarios… La política de Bush vive de encontrar las debilidades de la oposición y martillear sobre ellas incesantemente mientras se moviliza a los aliados, excitados por la visión de martillo subiendo y bajando y el sonido que produce su impacto”.

Estas palabras son un extracto del libro de Mark Halperin y John F. Harris titulado The Way to Win (Random House, 2006). Se refieren a la estrategia política desplegada por el presidente George Bush contra sus adversarios del partido demócrata. Maravall lo incluye con pertinencia dentro de su discurso al hablar de la utilización de temas transversales y las estrategias de polarización. Lo inquietante viene, como siempre, cuando se reflexiona con algo más de detenimiento sobre estas palabras aplicándolas al marco doméstico. ¿No fue esto precisamente lo que viene ocurriendo en España desde la primavera del año 2004?

Parece que uno de los objetivos principales de toda la política del gobierno de Rodríguez Zapatero se ha focalizado en neutralizar al principal partido de la oposición. No se trataría, en consecuencia, de buscar una leal colaboración política dentro de una sana atmósfera democrática, sino de hundir al único partido que le hace sombra al gobierno. En esa búsqueda del establecimiento de un partido único se anhelaría la alianza con pequeños partidos periféricos con tal de aislar al partido de la oposición. Llegó a acuñarse el término cinturón sanitario para describir el asedio que se estableció en torno al Partido Popular como si fuese una ciudadela destinada a rendirse. Era preciso arrastrar al ex presidente Aznar a una comisión de investigación para escarnecerlo en la condena anticipada. Recordemos el encarcelamiento de políticos populares –cada vez que hay elecciones a la vista- para ser puestos en libertad pocos días más tarde sin cargos. Lo importante es calumniarlos, silenciarlos, desprestigiarlos y, en suma, borrar cualquier vestigio de competencia electoral, aunque esta sea una de las esencias de la democracia.

Para los que acusan al ex presidente Aznar de criminal de guerra, los que apoyan al PP son fascistas, son antiabortistas, son conspiradores, son crispadores, son carcas, son retrógrados… son lo que sobra a esta España, libre y plural. Son ellos los culpables de todo: de avisar, por ejemplo, de la crisis y de beneficiarse ahora de ella. El mensaje derivado es que nunca deberán gobernar, ni tener opción a ello. No faltan los que sueñan con la desaparición de esa lacra derechista, con la eliminación de los otros. Y ser de derechas, hoy por hoy, es todo lo que queda fuera del PSOE y no sostiene alianzas con este partido. Es decir: tan fascista es Rosa Díez como Mariano Rajoy. Y tenemos hasta la cuantificación: existen en España no menos de 10 millones de fachas.

Resulta curioso verificar unos ciertos parecidos entre la política desplegada por Bush contra el partido demócrata y Rodríguez Zapatero contra el PP. Al primero, a la larga, no le ha dado resultado esa estrategia. Veremos a ver qué ocurre con el segundo, habida cuenta de que la “textura” de la aún joven democracia española no puede compararse con el sistema democrático estadounidense.