Recuerdo que hace algunos años compré y regalé un libro de Manual Vázquez Montalbán titulado La aznaridad: por el Imperio hacia Dios o por Dios hacia el Imperio. Corrían entonces en España aires de libertad en los que si criticabas al gobierno no te tachaban de nada. El libro tenía su gracia. Al menos para mí, que aún me deslizaba por las suaves pendientes de la ingenuidad sin saber que nos esperaba un abismo.
Algunos –muy pocos- sospecharon en la primavera del año 2004 que tras el abismo se ocultaba un infierno dulce y neutralizador, una especie de droga que adormecía los sentidos y doblaba el ánimo para llevarnos en volandas hacia una soñada y utópica República de felicidad. Pero no eran muchos. Del sueño comenzó a despertarse una parte de la población hace bien poco, a medida en que el dolor de la crisis y los azotes de la vida laboral iban desentumeciendo los cerebros. Poco a poco, a esa minoría que tuvo que soportar los rigores de una dura vida en el desierto se fue sumando una legión de descontentos a razón de unos 5.000 al día. Y eso ocurrió prácticamente antes de ayer.
Tal vez desconocedores de cuánto han cambiado las cosas desde marzo de 2008, los socialistas españoles han desplegado una campaña electoral para las recientemente celebradas elecciones europeas que no tiene desperdicio. Como consideración previa habría que advertir que la calificación de socialista aplicada a las directrices del actual PSOE podría resultar harto aventurada, habida cuenta de su derroche de populismo, simpleza y demagogia. No es difícil encontrar mas socialdemocracia en partidos que defienden tanto la cohesión nacional como una participación auténtica de la ciudadanía en la toma de decisiones. Al menos así lo creen los que consideran que lo socialdemócrata va vinculado al rigor, la calidad, la elevación de los niveles de formación y un cierto sentido austero que tiene vocación de buen hacer.
La campaña del PSOE se puso en marcha en torno a un eje central: la derecha (y, por extensión, las derechas europeas) nos han metido en la crisis. Una crisis de la que, paradójicamente, nos avisaron con mucha antelación (aunque nosotros negásemos ese catastrofismo) y una crisis de la que, ahora, pretenden aprovecharse. El incremento de la temperatura electoral hizo que el PSOE lanzase un vídeo en los que los europeos ocupaban el lugar de arquetipos reaccionarios. Una inglesa –a modo de jovencita thatcheriana- defendía las privatizaciones con voz atiplada, un español –con facha de empresario orondo- reclamaba el despido libre, un italiano –agricultor perdido en una campiña de la Toscana- se pasaba por el forro el cambio climático y una francesa con aire de dama reprimida -pero mirada de Pompadour- defendía la pena de muerte. No faltaba, no podía faltar, el cura que afirmaba que en Europa solo hay sitio para una religión y, como no, al alemán le tocó hacer de nazi radical echando pestes de los homosexuales porque los judíos ya se marcharon hace tiempo.
Después de ver aquello, cabía pensar que hasta las campañas electorales deberían tener sus límites ante un mínimo umbral de decencia y de vergüenza. Por añadidura, podía adivinarse que los diseñadores de campaña del PSOE pensaban en un público exclusivamente español. La exposición de semejante spot por toda Europa hubiera generado más rechazo que adhesiones a la vista de las correlaciones estereotipadas que se hacían de ciertos caracteres nacionales.
Ya nos aproximábamos al final de una campaña cansina cuando la Secretaria de Organización del PSOE, Leire Pajín, se plantó en los desayunos informativos de Europa Press. Era obvio que no estaba en el calor de un mitin, ni ante una masa encolerizada capaz de vociferar con la vulgaridad más ocurrente. Era un desayuno con periodistas, en la placidez de la mañana, cuando el café, el zumo y las viandas nos devuelven la diáfana claridad que perdimos tras el crepúsculo del dia anterior. Y les espetó textualmente:
“Y como todo acontecimiento histórico necesita de sus símbolos, les sugiero que estén atentos al próximo acontecimiento histórico que se producirá en nuestro planeta: la coincidencia en breve de dos presidencias progresistas a ambos lados del Atlántico, la presidencia de Obama en EEUU y Zapatero presidiendo la UE en tan sólo unos meses. Estados Unidos y Europa. Dos políticas progresistas. Dos liderazgos. Una visión del mundo. Una esperanza para muchos seres humanos”.
Algunos –muy pocos- sospecharon en la primavera del año 2004 que tras el abismo se ocultaba un infierno dulce y neutralizador, una especie de droga que adormecía los sentidos y doblaba el ánimo para llevarnos en volandas hacia una soñada y utópica República de felicidad. Pero no eran muchos. Del sueño comenzó a despertarse una parte de la población hace bien poco, a medida en que el dolor de la crisis y los azotes de la vida laboral iban desentumeciendo los cerebros. Poco a poco, a esa minoría que tuvo que soportar los rigores de una dura vida en el desierto se fue sumando una legión de descontentos a razón de unos 5.000 al día. Y eso ocurrió prácticamente antes de ayer.
Tal vez desconocedores de cuánto han cambiado las cosas desde marzo de 2008, los socialistas españoles han desplegado una campaña electoral para las recientemente celebradas elecciones europeas que no tiene desperdicio. Como consideración previa habría que advertir que la calificación de socialista aplicada a las directrices del actual PSOE podría resultar harto aventurada, habida cuenta de su derroche de populismo, simpleza y demagogia. No es difícil encontrar mas socialdemocracia en partidos que defienden tanto la cohesión nacional como una participación auténtica de la ciudadanía en la toma de decisiones. Al menos así lo creen los que consideran que lo socialdemócrata va vinculado al rigor, la calidad, la elevación de los niveles de formación y un cierto sentido austero que tiene vocación de buen hacer.
La campaña del PSOE se puso en marcha en torno a un eje central: la derecha (y, por extensión, las derechas europeas) nos han metido en la crisis. Una crisis de la que, paradójicamente, nos avisaron con mucha antelación (aunque nosotros negásemos ese catastrofismo) y una crisis de la que, ahora, pretenden aprovecharse. El incremento de la temperatura electoral hizo que el PSOE lanzase un vídeo en los que los europeos ocupaban el lugar de arquetipos reaccionarios. Una inglesa –a modo de jovencita thatcheriana- defendía las privatizaciones con voz atiplada, un español –con facha de empresario orondo- reclamaba el despido libre, un italiano –agricultor perdido en una campiña de la Toscana- se pasaba por el forro el cambio climático y una francesa con aire de dama reprimida -pero mirada de Pompadour- defendía la pena de muerte. No faltaba, no podía faltar, el cura que afirmaba que en Europa solo hay sitio para una religión y, como no, al alemán le tocó hacer de nazi radical echando pestes de los homosexuales porque los judíos ya se marcharon hace tiempo.
Después de ver aquello, cabía pensar que hasta las campañas electorales deberían tener sus límites ante un mínimo umbral de decencia y de vergüenza. Por añadidura, podía adivinarse que los diseñadores de campaña del PSOE pensaban en un público exclusivamente español. La exposición de semejante spot por toda Europa hubiera generado más rechazo que adhesiones a la vista de las correlaciones estereotipadas que se hacían de ciertos caracteres nacionales.
Ya nos aproximábamos al final de una campaña cansina cuando la Secretaria de Organización del PSOE, Leire Pajín, se plantó en los desayunos informativos de Europa Press. Era obvio que no estaba en el calor de un mitin, ni ante una masa encolerizada capaz de vociferar con la vulgaridad más ocurrente. Era un desayuno con periodistas, en la placidez de la mañana, cuando el café, el zumo y las viandas nos devuelven la diáfana claridad que perdimos tras el crepúsculo del dia anterior. Y les espetó textualmente:
“Y como todo acontecimiento histórico necesita de sus símbolos, les sugiero que estén atentos al próximo acontecimiento histórico que se producirá en nuestro planeta: la coincidencia en breve de dos presidencias progresistas a ambos lados del Atlántico, la presidencia de Obama en EEUU y Zapatero presidiendo la UE en tan sólo unos meses. Estados Unidos y Europa. Dos políticas progresistas. Dos liderazgos. Una visión del mundo. Una esperanza para muchos seres humanos”.
Acontecimiento histórico. Y del planeta. Dos liderazgos. Un nuevo reparto de bloques, pero una misma visión del mundo.
Hubo quien se quedó mirando al horizonte con cierta amargura preguntándose el sentido de la vida después de dedicar tantos años y tantos esfuerzos al estudio del pasado. Hubo quien se miró al espejo para comprobar si estaba listo para el sonado acontecimiento planetario o debía comprarse ropa nueva para el evento. Hubo quien desdeñó la buena nueva aferrándose a un futuro en el que Michelle y Sonsoles encarnasen la verdadera revolución planetaria. Y hubo quien, directamente, corrió a buscar en el diccionario de la Real Academia Española la definición de imbécil y vio que, en una de sus acepciones, se recogía como adjetivo por “alelado/a” o “falto/a de razón”. Pues eso: imbécil/a.