Tal vez sea esta una de las expresiones más recurrentes desde hace ya algunos meses. Su éxito no ha sido fácil: consiguió imponerse en dura competencia frente a otras del tipo "brotes verdes" o "acontecimiento planetario" que, aunque tuvieron sorprendente vigencia, cayeron pronto en desuso ante los contundentes reveses propinados por la realidad. Esto de "arrimar el hombro" parece haberse convertido en divisa gubernamental, en santo y seña de una tropa sin oficial al frente o, quizás, en palabra clave que reparte responsabilidades y permite escurrir el bulto a los que han traído los lodos del paro y del déficit.
No me atrevo a realizar un juicio sobre esta expresión (como no nos atrevemos ya a tantas cosas), pero un buen amigo que gasta cierta sorna me ha escrito una breve carta que no me resistido a reproducir:
"Querido amigo:
Celebro que los perseguidos aún nos mantengamos en pie. Creíamos que la libertad siempre estaba segura una vez alcanzada. Se ve que no, que los silencios pueden amarrarse a fuerza de condenas implícitas y oportunos ostracismos dictados desde la legitimidad democrática. Tras aislarnos como apestados, ahora parece que nuestro concurso resulta ineludible para la buena marcha del país. Hay que 'arrimar el hombro', se nos dice. Puede que ese sea el camino. Y puede que, aunque no lo sea, el solo hecho de trabajar juntos se justifique éticamente por sí mismo. Y puede que sea una mera añagaza; no es la primera y, hasta que llegue el final, tampoco será la última.
Pero los que nos resistimos a prescindir del pasado para entender el presente nos hacemos varias preguntas que se resumen en una: ¿dónde estaba la oposición -la que debía haber 'arrimado el hombro'- los días 12 y 13 de marzo de 2004, cuando el país se enfrentaba a una situación excepcional?
Piensa en ello. Tuyo, como siempre..."
Bueno, pues me he puesto a pensar en ello, querido amigo alojado durante años tras el denominado "cinturón sanitario".
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