El día dos de abril de 2011, después de una tortuosa espera alentada por sus propias indecisiones, Rodríguez Zapatero anunció que no sería el candidato en las elecciones de 2012. Deja al partido en una situación más que precaria y abre un camino a la sucesión muy hipotecada por su resistencia a permanecer en el poder. Ya le ocurrió en el otoño de 2007 cuando se negó a convocar elecciones anticipadas en las que hubiera obtenido, probablemente, mayoría absoluta. Se aferró hasta el último minuto y en marzo de 2008 revalidó mayoría, sí, pero relativa.
Ya sabemos que detrás de su particular concepción de "talante" discurren el endiosamiento y la megalomanía. Sin duda, afirmará en el futuro que él nunca perdió unas elecciones, del mismo modo que recientemente afirmó sin sonrojo que "Voy a hacer campaña explicando por qué hemos salido de la crisis". No menos asombro produce escuchar que él había prometido estar tan sólo dos legislaturas en el poder, extremo completamente falso porque nunca hizo una declaración pública en ese sentido. Otra cosa es que lo pensase. Pero es demasiado burdo equiparar pensamiento y promesa justo ahora, cuando sabe que va a perder las próximas elecciones. Lo meritorio es lo contrario: anunciar que uno sólo va a permanecer dos legislaturas al frente de la presidencia del gobierno cuando las circunstancias económicas son claramente favorables y la reelección está casi asegurada.
El célebre efecto ZP -con su cohorte de gentes haciendo la señalita de la ceja encima del ojo- se ha saldado con una estripitosamente baja valoración del presidente. Más baja aún que las peores de Felipe González o José María Aznar cuando soplaban vientos contrarios. Su manifiesta incapacidad para gobernar ha sido puesta en evidencia, más allá de los bandazos, del populismo y de su capacidad para dividir a los españoles con los más diversos pretextos.
La prueba del algodón de todo esto es que buena parte del PSOE, hoy por hoy, no quiere identificarse con el zapaterismo ni en pintura. El Comité Federal no le rogó precisamente que se quedase y el sucesor (o sucesora) tendrá que distanciarse tarde o temprano de un tipo de política que sólo puede dar resultados en un momento de bonanza económica extrema. Si nos fijamos bien, el problema del socialismo español -también del europeo- es de ausencia de señas de identidad claras en el mundo de comienzos del siglo XXI.
Evidentemente, todo pasará y Zapatero será un recuerdo de un período de nuestra historia reciente. Lo importante no es ya quién será el sucesor (o sucesora); lo verdaderamente clave será la capacidad que tenga el partido para redefinir un mensaje nuevo para las demandas de la sociedad española actual. Y, en ese sentido, es preciso romper la identificación del socialismo con el reconocimiento de ciertos derechos sociales, la puesta en marcha de leyes sin acompañamiento económico suficiente, las alianzas de conveniencias con cualquier fuerza política con tal de ganar poder o la obsesión por aplastar al principal partido de la oposición rompiendo las políticas del consenso en materias básicas.
Más allá de las futuras cabezas del cartel socialista, han de ser las ideas las que guíen el camino para la recuperación de la confianza del electorado. Y algunas -sólo algunas- de las líneas que pueden coincidir con los sentimientos de la mayor parte del electorado son las siguientes:
1. Poseer una clara idea de lo que debe ser el Estado central y su relación con las Comunidades Autónomas. Un Estado central que no puede ceder todas sus competencias en virtud de negociaciones coyunturales y unas Comunidades Autónomas que, al ser también Estado, han de ser corresponsables y entender que hay unos denominadores comunes mínimos que son patrimonio de todos. Habrá, por tanto, que enderezar la orgía estaturia sin límite abierta en la segunda mitad de la última década. Por otro lado, hay que acercar la administración al ciudadano y, para ello, no hay camino más eficaz que reforzar la administración local con transferencias reales de recursos (no sólo competencias) de las Comunidades Autónomas a los Ayuntamientos.
2. Definir cuál es el modelo de Estado del bienestar que propugna la socialdemocracia. Es fundamental saber con qué medios cuenta y qué objetivos quiere cubrir a corto, medio y largo plazo. Las conquistas sociales deben de ser eso: conquistas. Es inadmisible poner en marcha una determinada política social para que quede frustrada por falta de dinero o, simplemente, por supresión de la misma, como si una conquista no fuese un derecho. En ese sentido habrá que prometer pocas medidas sociales, a cambio de ser sólidas y estar garantizadas para el futuro, con independencia de las coyunturas económicas. El Estado del bienestar no puede seguir siendo un Estado meramente asistencial y los ciudadanos han de ser corresponsables con el mismo.
3. Legislar acorde con la realidad. Pocas leyes y realistas. Con cierta capacidad para transformar la realidad si es posible, pero huir de las tentaciones legisladoras para rellenar papel que no van a tener resultado práctico alguno.
4. Mostrar una imagen de rigor, seriedad y buen hacer. Hay que sustentar valores como los del esfuerzo, el trabajo y el sacrificio. Al ansiado cambio de modelo productivo no se llega por el camino del colchón adormedecedor de las subvenciones. Los paternalismos populistas de los 400 euros han de erradicarse, al igual que no se puede limitar la acción legislativa al reconocimiento de derechos individuales. Los derechos colectivos también son derechos y de mayor importancia aún desde una perspectiva socialdemócrata.
5. Recuperar la política del consenso, muy especialmente en los pilares básicos de la economía, la sanidad y seguridad social, la educación, la seguridad interior y la política exterior. La política exterior nunca podrá estar presente en los debates de una campaña electoral.
6. Reorientar algunas de las políticas que se han puesto en marcha como, por ejemplo, la de la denominada "Memoria Histórica" como un reencuentro global con nuestro pasado. Un pasado que es común y que no puede ser excluyente, ni estar orientado a proyectar en las generaciones futuras la reproducción del rencor o los odios del pasado. El reconocimiento de las víctimas debe ser completo, esto es, de todas las víctimas.
Si el PSOE sigue adherido a un zapaterismo reciclado, pocas oportunidades tendrá de salir de la bancada de la oposición en mucho tiempo.
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