Realmente bien está. Se echaba de menos un aire fresco en la
política española y lo ha traído Podemos, desde luego. Asamblea ciudadana, grupo de docentes e investigadores
universitarios, populistas, bolivarianos, demagogos, nueva generación para un
tiempo nuevo, actualización de la socialdemocracia… diversas etiquetas para
algo que está por aún definir. Lo cierto es que en muy pocos meses han servido de
revulsivo, mientras el PP se debate entre la tormenta de la crisis y las
laminaciones internas, mientras el PSOE se busca en las tinieblas y mientras IU
se aproxima al abismo que Cayo Lara ha querido evitar en paracaídas.
Podemos, mejor
dicho, Pablo Iglesias ha copado los medios de comunicación hasta traspasar el
límite entre la atracción y el hartazgo. La imagen de Pablo Iglesias se ha
convertido en un icono -primero en las TICs, luego en la difusión masiva- que
ha diluido hasta el recuerdo lejano de aquel fundador del PSOE fallecido en
1925. Posee el brillo de la promesa inexplorada, la esperanza de lo inédito, la
frescura de un lenguaje directo y la irresistible seducción de la audacia.
Pretenden ser nuevos, puros y virginales ante una democracia muy rodada en poco
tiempo y que no está sabiendo envejecer. Quizás la transición, tan rápida como presuntamente modélica, parió una democracia veloz que ahora se enfrenta a sus propias
contradicciones. A una juventud de vértigo le suele seguir una vejez achacosa.
Es evidente que el cambio generacional está próximo a
llegar en la política española. No hay más que asomarse al calendario y acariciar con nostalgia el
tiempo que se ha ido. Conviven, hoy como ayer, juventudes de ideales virginales
y viejos que han vuelto del tiempo de las ilusiones. No sabemos si será Podemos u otro tipo de formación, pero
pensar que lo establecido va a mantenerse tal cual refleja una severa carencia.
Pasen los años y ya verán.
Iglesias ha encandilado más por sus diagnósticos que por las
soluciones que propone. Sus críticas han puesto en evidencia los fallos de
nuestro sistema político, social y económico. Parece evidente que ciertos
pedestales sagrados del presente no permanecerán en el futuro. Incluso
concedamos que algunas de las soluciones “domésticas” que propone quizás
funcionen razonablemente o, al menos, resulten menos nefastas que algunas de las ya
probadas. Hasta cierto punto lo que ocurra dentro de España importa poco,
siempre que no tenga consecuencias fuera de nuestras fronteras. Ahora bien,
dirigir un país significa también tener en cuenta la política exterior y, en
este punto, Pablo Iglesias se ha mostrado inequívocamente contundente. Dos
aseveraciones ante la cadena SER (noviembre 2014): intentará que España salga
de la OTAN y que desaparezca la presencia militar estadounidense del suelo
español.
Todas las propuestas de Iglesias deben, pueden y están
sometidas al debate, al menos fuera de Podemos: si será posible llevarlas a cabo o no, si son populistas o
verosímiles, etc. Pero el ensayo de romper maridajes con la OTAN y los EE.UU.
es algo muy difícil de lograr en el mundo actual (y, previsiblemente, en el del
futuro próximo). Por ser más preciso: son un verdadero disparate. Estos
propósitos sólo pueden reportar dos consecuencias para estos aspirantes: no
alcanzar el poder o disfrutarlo por un tiempo muy limitado. Naturalmente queda
una tercera posibilidad: es una simple postura cara a “su” galería y ni se plantea
la credibilidad de sus propias palabras.
Hemos contemplado en la historia reciente de nuestro país
que las decisiones silvestres en política exterior no han sido percibidas por
los votantes como un grave riesgo. Incluso se han aplaudido y jaleado. Suprema
ignorancia: los errores pasan factura y la estupidez nos desahucia. La retirada
de tropas de Irak en 2004 fue defendida con alusiones castizas (el célebre par de huevos) que todavía se nos
recordaría en la propaganda electoral de 2008. Es evidente que estas palabras
de Iglesias buscan recolectar votos sin encender las alarmas del debate interno
español. Curiosa combinación de exabrupto suicida y silencio cómplice.
Es casi vergonzoso recordarlo, pero fuera de este ombligo
patrio adornado de autonomismos con pretensiones hay un mundo. Con sus
exigencias, reglas y compromisos. Nos queda la duda de si estamos ante una
bocanada de ignorancia o una cínica estrategia. El día que alcance la mayoría Podemos –si llega ese evento- no se
olviden las localidades de sombra ni las almohadillas para esperar a ver qué
hace el diestro Iglesias con ese
toro. Aunque la fiesta ya haya sido suprimida para entonces.
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