2.2.06

HAY MOTIVO

HAY MOTIVO


¿Se acuerdan? En las semanas que precedieron a las elecciones generales del 14-M un grupo de cineastas y demás personajes públicos promovieron una campaña contra el gobierno de José María Aznar bajo el título de Hay motivo. Aquel lema fue muy ocurrente y, sin duda, arrimó un granito de arena –uno más- al hundimiento del PP en las urnas. Era lo suficientemente ambiguo para invitar a la adhesión de simpatizantes (siempre hay motivo para el desacuerdo) y era sobradamente letal para ratificar la animadversión de los que ya odiaban visceralmente al PP y, muy en particular, al satanizado Aznar. En Hay motivo se sacaron a relucir asuntos como el precio de la vivienda, las privatizaciones, la guerra de Irak, el accidente del Yak-42 o el Prestige. Vale la pena repasar capítulos como el de Vicente Aranda (Técnicas para un golpe de estado) en el que se establece un paralelismo entre el general Pavía y su marcial entrada en las Cortes de la Iª República, el golpe del 18 de julio que encabezaría el general Franco, el intento del 23 de febrero y el presidente Aznar, sobre quien se deja caer hasta la sospecha de ser el maquiavélico instigador de la tregua de ETA en Cataluña para desprestigiar al PSOE y sus socios del govern. Sal gorda, desde luego, no faltó. Pero era una sal que, como venía de la izquierda, estaba tan legitimada para algunos como las palabrotas del diputado José Antonio Labordeta.

Entonces corrían tiempos en los que Gurruchaga presentaba un programa en Localia con una saludable mezcla de frescura y música de jazz. Hoy eso ha sido reemplazado por películas de soft-porno de manufactura Playboy. No cabe duda que las cosas han cambiado. Según se nos dijo hubo motivo ayer pero hoy, según fuentes de la presidencia del gobierno, vivimos en los días más dorados de toda la historia de nuestra democracia. No obstante, siempre hay hombres y mujeres de poca fe: se respira en las calles y en las gentes un silencio plomizo similar al de los espectadores que contemplan circunspectos una lamentable tarde de toros protagonizada por un diestro inexperto.

Ahora bien, con lo que ha llovido, está lloviendo y es previsible que llueva cabría preguntarse: ¿hay motivo ahora? Por lo que uno le escucha hasta a los socialistas con cargo parece que hay una notable marejadilla de fondo que pocos se atreven a denunciar (Ibarra) pero muchos comentan a boca pequeña y volumen susurrante. Entre lo que dicen unos y otros, algunos terminamos por hacernos algunas preguntas. Es decir: ¿qué hacen nuestras tropas en Afganistán si las que se encuentran en Irak gozan de mandato por parte de la ONU desde junio de 2004? ¿por qué no nos retiramos de allí o volvemos, en su caso, a Irak? ¿Qué pinta la fragata Alvaro de Bazán escoltando al portaaviones Theodore Roosevelt? Este buque, según Defensa, no participó en acciones bélicas pero: ¿no fueron nuestras tropas a Irak también en misión de ayuda humanitaria? ¿Por qué y cómo murieron 17 hombres en Afganistán en agosto pasado?

¿Por qué se habló del “eje franco-alemán” tanto y ahora no se dice nada tras nuestro pintoresco referéndum sobre la Constitución Europea? ¿Dónde se encuentran nuestros aliados en Europa? ¿Hacia dónde va la política exterior española? ¿Por qué no se realiza una visita oficial a Argelia y Túnez para compensar nuestra posición en el norte de Africa? ¿Qué quebraderos de cabeza está dando la venta de armas “defensivas” a Venezuela? ¿Cuánto tiempo va a durar la quiebra del modelo de política exterior que fue cocinándose a fuego lento con tanto esfuerzo desde los años ochenta?

Me vienen a la memoria las palabras de Colin Powell –allá por el 2004- cuando advirtió sobre los dos riesgos más graves para España: la balcanización del país y el progresivo aislamiento internacional. No hablaba a corto plazo. Los grandes desastres tienen la perversa cualidad de irse preparando desde mucho antes que se produzcan. ¿Qué clase de semillas estamos plantando hoy? ¿No sería conveniente pensar un poco más en la cosecha de mañana que en el rédito político de hoy?

Todo esto no son más que interrogantes. No menos preocupación arrastra la cohesión del país en el sentido que todos los ciudadanos tengamos los mismos derechos y obligaciones en todas las comunidades autónomas. Si el Estatuto catalán representa un avance, parece justo que la reforma de los demás estatutos habrá de conducirlos a una equiparación. También cabe pensar sobre la ruptura de la unidad de un importantísimo archivo estatal por intereses políticos. Imagino qué ocurriría si escoceses, irlandeses o hindúes le reclamasen papeles del Public Record Office a Tony Blair. La nocturnidad en el acceso a los archivos no es sinónimo de transparencia.

Si queremos cambiar la Constitución, hagámoslo. Pero mientras la de 1978 esté vigente no debería ser motivo de delito el recordar su artículo 8.1 o, por ejemplo, el 155. ¿O es políticamente incorrecto?

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