27.12.07

LEER EL PERIÓDICO

Suelo aconsejar la lectura de la prensa a mis estudiantes en las asignaturas que imparto ya que éstas suelen recorrer la segunda mirad del siglo XX llevando por título nombres tales como La España Actual, Mundo Actual o Historia de los Hechos Económicos Contemporáneos. A diferencia de lo que ocurre con nuestras televisiones, la prensa española cuenta con buenos rotativos y una calidad acreditada (ABC, El País, El Mundo, etc). Los recomiendo y, además, utilizo recortes de artículos relacionados con la asignatura o cuadernos que abordan monográficamente temas de la historia reciente. Creo que son un buen recurso y facilitan la reflexión en un país que comienza a tener por referentes las revistas del corazón y los periódicos gratuitos que se reparten por la mañana.

Con todos sus beneficios, lo que no dejo de reconocer es que la lectura atenta de la prensa puede producir otros efectos, entre ellos una profunda estupefacción ante ciertas realidades que no sé si tendrá nocivas consecuencias en el lector, sea o no estudiante. Valga una simple muestra. Leo los diarios del 22 de septiembre de 2006 mientras tomo el consabido desayuno. Me topo con la noticia estrella del día que gira en torno a los dos informes de la Comisaría General de la Policía Científica. Ha tenido que ser precisamente un periódico el que ponga en evidencia que uno de los informes –el que relacionaba tenuemente a los atentados del 11-M con ETA- no fue remitido al juez instructor Juan del Olmo. Como se prometió transparencia e información diáfana para saber toda-la-verdad y a la vista de los nervios que ha producido la publicación de la noticia, es de esperar que el tiempo ponga las cosas en su sitio. No deja de ser paradójico que los que querían saber la verdad del 11-M den por cerrado el caso a cal y canto, mientras los que tuvieron la responsabilidad del gobierno insistan en proseguir la investigación. Cosas veredes, Sancho…

Siendo tan primitivo el debate nacional, lo más interesante nos espera al ojear el resultado del Consejo Europeo de Justicia e Interior celebrado esta semana en Tampere (Finlandia). España fue allá a buscar medios, financiación y recursos para vigilar sus propias fronteras frente a la inmigración ilegal bajo el argumento de que este problema no es local o regional sino que incide en todo el conjunto de la UE. Y eso lo pedimos los españoles tras haber legalizado de golpe y porrazo a cientos de miles de ilegales haciendo suyo el gobierno el slogan de papeles para todos. El maestro de ceremonias de aquella operación fue Jesús Caldera quien lo explicó todo con la brillante elocuencia a la que nos tiene acostumbrados. Nadie dijo nada excepto el PP sobre el que, de inmediato, cayeron todo género de calificaciones que remitían a la crispación, la xenofobia o el racismo. En fin, lo de siempre. A mí me pareció una decisión más que cuestionable por varias razones. Legalizar a posteriori situaciones ilegales que se han tolerado indebidamente me parece una muestra de debilidad. Tampoco creo que sea correcto tomar estas medidas dentro del espacio Schengen sin contar con nuestros socios europeos porque el legalizado aquí tendrá los mismos derechos y movilidad en casi toda Europa. Con esa generosa acogida, además, no está claro que los inmigrantes dejen de ser una obra de mano explotada con sueldos de miseria. Si el que viene de fuera pasa a tener los mismos derechos y sueldo que un trabajador español vendrán nuevos flujos de inmigrantes para que algunos sigan haciendo su agosto.

Lo lógico, a mi modo de ver, es regularizar esos flujos mediante contratos en origen y con duración controlada. No se trata de cerrar las fronteras a cal y canto si se requieren trabajadores, pero tampoco es aceptable la política celtibérica de tó er mundo e güeno o fórmulas de humanismo sensiblero propugnadas por aquellos que viven en zonas residenciales perfectamente blindadas y que contratan verbalmente servicio doméstico por mucho menos del sueldo mínimo. El cinismo no conoce límites.

Hacer estos comentarios hace unos meses era, ciertamente, peligroso. Quedaba uno mal si abría la boca a no ser que fuera para decir que todo iba bien. La broma llegaba hasta no poder hablar ni en círculos muy próximos porque, como se sabe, el gran hermano de los medios adormece las neuronas de muchos. Uno se siente un bicho raro y se cuestiona si no será él el que va en la contracorriente equivocada. Uno tiene hasta que callar lo que ve y vive fuera de España. Como muestra valga un botón: los cayucos no llegan en oleadas a las islas de Cabo Verde, aunque éstas se encuentran mucho más próximas a los puertos de salida de estas embarcaciones que las islas Canarias. Advierto al lector de la eterna justificación a lo establecido que esas islas pertenecen a Portugal y tienen un nivel de vida notable, muy superior al de Senegal, Mauritania, Gambia, Guinea-Bissau o Sierra Leona, entre otros. Atractivo tienen de sobra por su nivel de vida y por ser territorio portugués y, por tanto de la Unión. Sin embargo, no llegan cayucos en masa. ¿Por qué? La respuesta reside simbólicamente en la corbeta Baptista de Andrade junto a otras serias medidas que aquí –en España- nadie parece dispuesto a adoptar. Al menos hasta la fecha.

Recordemos que el gobierno portugués es socialista (con José Sócrates de primer ministro) y que el presidente de la nación es el conservador Aníbal Cavaco Silva. Este triunfó con el apoyo del partido social demócrata (que representa al centro derecha junto al Centro Democrático Social). Por cierto, nuestra tele, La Primera, ofreció la noticia de la elección de Cavaco Silva en enero de este año como un triunfo de la social democracia portuguesa, disimulando que el gran derrotado fue el socialista Mario Soares y otro socialista disidente como Manuel Alegre. Si no somos ya todos tontos no será porque la televisión ahorra esfuerzos para que lo seamos de campeonato.

Ya me encontraba pensando si no llevaría uno dentro un embrión de extrema derecha -algo así como un alien de Le Pen dispuesto a salir por la barriga- cuando leo las declaraciones de algunos ministros europeos que coinciden justo con lo que yo barruntaba sobre el tratamiento de la inmigración en la ingenua versión de nuestro gobierno: que una legalización masiva traería un efecto llamada. Así ha sido y la respuesta a la solicitud española de ayuda ha sido una bofetada. Fina y sutil como los reveses diplomáticos en el seno de la UE, pero bofetada al fin y al cabo. Han habido promesas de solidaridad lanzadas al aire, pero a la hora de la verdad los países se han mostrado contrarios a poner dinero para que España vigile sus propias fronteras después de la irresponsabilidad demostrada. Günther Beckstein (ministro del Interior en Baviera) y Wolfgang Schauble (ministro del Interior federal) han manifestado que España no se hundirá por 25.000 inmigrantes y en un tono más humillante añadió que “quien quiera resolver problemas debe dejar de pedir dinero a otros”. Los representantes austriacos y holandeses subrayaron que fue un error la legalización de inmigrantes en masa. La conclusión es evidente: no es razonable la legalización en masa, pero si lo haces –más aún unilateralmente- has de asumir los costes y las consecuencias. ¿Cuál es el problema para legalizar de inmediato a los que llegan a Canarias cuando hemos legalizado a cerca de 700.000 hace unos meses? Caldera sabe cómo hacerlo. Incluso cómo explicarlo con buena cara.

Ya se habrá dado cuenta el presidente Rodríguez Zapatero de los alcances del eje franco-alemán que tanto defendía (porque le envenenaba el entendimiento de Aznar con Blair y la vocación atlántica de España) y se supone que habrá sacado nota del referéndum sobre la conocida como Constitución Europea. España dijo sí, pero Francia y Holanda dijeron no. Si hubiera sido al revés, la Constitución habría seguido su camino y ya veríamos qué hubieran hecho con la descolgada España. Como no ha sido así, el voto de los españoles y la iniciativa de su gobierno importa bien poco. Menos mal que ya somos los primeros con Europa.

En fin, la tostada me fue sentando bien a medida en que cobraba conciencia de la sensatez de mis reflexiones pasadas. Terminando el café pensaba por qué un presidente no se asesoraba con sus predecesores, siquiera de vez en cuando. Seguro que Felipe González y José María Aznar podrían señalarle al presidente dónde están las fronteras de la estupidez en política exterior. Comenzaba a encender el prohibidísimo cigarrillo después del desayuno pensando lo saludable que es la ley antitabaco establecida en un país donde se admite a los inmigrantes recibiéndoles con toda clase de atenciones (hasta los bañistas de las playas) y, cuando su número pasa de castaño oscuro, se les repatría atados como si ya hubieran cometido un delito. ¿Qué criterio se sigue para admitir a unos y echar a otros? ¿Por qué razón se les amarra ahora como a esclavos o ganado cuando antes eran personas que había que tratar con toda dignidad? No quiero ni pensar qué hubiera pasado si a Aznar se le ocurre atar a inmigrantes repatriados.

Lo curioso es que nadie dice nada sobre este trato vejatorio a los inmigrantes. Tampoco se oyen muchas voces tras ser de público conocimiento que nuestro sistema educativo es el peor de Europa (con excepción de Portugal y Malta). Leo varias noticias ya de ojeo antes de levantarme a comenzar la jornada: que si no hay suficientes clases de Islam en los colegios por falta de docentes (como si fuese más religión la clave de la mejoría de nuestros centros); que si los etarras Javier Gallaga y Asier Ormazábal reconocen sus asesinatos en la Audiencia Nacional mientras sonríen y saludan; que si una mujer tiene que encadenarse en Cádiz para pedirle al juez protección hasta que se concluya su divorcio… Noticias de casi todos los días.

La estupefacción me invadió al leer que un acusado de intentar matar a puñaladas a su propio padre alegó no acordarse de nada porque la agresión la cometió tras haberse bebido 14 whiskies. La raza debe estar mejorando porque en mi pueblo ni los más aguerridos quedaban en pie con semejante ingesta de alcohol. El amodorramiento llegaba mucho antes y con 14 whiskies sólo cabía abrazar la almohada o dormirla debajo de un olivo. Los jóvenes podían fumar (tabaco, por supuesto) un poco a escondidas y tomar alguna cerveza en el bar del pueblo, pero no cabía en cabeza alguna agredir a un padre. Tal vez hace unas décadas había más tabaco, pero probablemente había más vergüenza. Eso sí: el presunto parricida no fumaba.

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