16.3.14

El deseado encuentro del PSOE consigo mismo

Todavía hoy la mayor parte de los electores se sienten identificados con los partidos que giran en torno al centro político, bien sea de derechas o izquierdas. O lo que es lo mismo: los nostálgicos del pasado y los iluminados del futuro representan aún opciones minoritarias, ya sean crecientes o decrecientes. Son, hoy por hoy, minorías. Por consiguiente, parece razonable que los partidos mayoritarios se expresen con moderación y sean suficientemente responsables. Aquello de las "mayorías sociales" tan queridas como cacareadas por la oposición (precisemos: por los que han perdido las elecciones) debería ser patrimonio de quien ni ha ganado, ni está en condiciones de ganar, ni imagina -en su fuero interno- que vaya a ganar unas elecciones próximamente.

El PSOE se encuentra en la oposición, pero ganó elecciones (unas, con inigualable consenso; otras, con menos brillo) y estará en condiciones de volver a tener la responsabilidad de gobernar, más tarde o más temprano. Para ello, el socialismo español necesita aterrizar, poner los pies en el suelo, diagnosticar bien las causas por las que ha registrado los peores resultados de toda su historia después de la muerte de Franco y darse una ducha de seriedad y credibilidad. Debe reconocer que las miradas hacia la izquierda y los falsos coqueteos progresistas que disfrazan un buen montón de populismo demagógico, hoy por hoy, se traducen en una sangría de votos procedentes de las clases medias. La mesocracia está muy castigada, pero existe y su estoica templanza no debe interpretarse como síntoma de tolerancia infinita o estupidez congénita.

De ese comportamiento de las clases medias deberá tomar buena nota el PP para no repetir hartazgos si quiere mantener su mayoría, aunque sea relativa. Y ese comportamiento tendrá que ser bien pulsado por el PSOE si quiere enterrar su pasado reciente. Quien se aleja del zapaterismo genera esperanza (léase Susana Díaz) y quien persevera en la línea de aquel presidente tan inesperado como imprevisible es el perfecto candidato para hundir aún más al socialismo, incluso por debajo de los 100 diputados. Mientras, Rubalcaba hace el papel de mantenedor de la nave a la espera de un candidato/a idóneo/a. Es decir: alguien joven, nuevo/a, sin máculas pasadas, pero que garantice que no va a ser un presidente/a inexperto en todo pero especialista en meter con ansia la gamba sin rubor alguno. Evitar a toda costa una nueva versión de la insolvencia sonriente inspirada en el difuso éter del "talante".

Por dónde no pasa el camino de la regeneración socialista es por la oposición sistemática, ni por las maniobras de aislamiento del PP. Un PP aislado es tan malo como un PSOE atrincherado y bueno es recordar que más vale la soledad que un mal acompañamiento. Y si es legítimo y conveniente ejercitar la oposición, es conveniente hacerlo con tiento y memoria. Leemos en las noticias del 24 de febrero de 2014: "la portavoz del Grupo Parlamentario Socialista, Soraya Rodríguez, y el secretario general del PSPV-PSOE, Ximo Puig, han presentado este lunes ante el Tribunal Constitucional (TC) un recurso de inconstitucionalidad contra la Ley de las Cortes valencianas que suprimió el servicio público de la Radio Televisión Valenciana (RTVV) al considerar que vulnera el principio de seguridad jurídica y supone "un atropello" de derechos fundamentales". Hasta aquí todo normal y oportuno. El desmande conservador en la Comunidad Valenciana ha sido superlativo, desde ex presidentes declarados inocentes por la justicia hasta presidentes en activo.

Lo que ya no es tan normal es que, habiendo pasado lo que ha pasado en esa Comunidad durante lustros, el PSOE no haya sido capaz de ganar unas elecciones autonómicas. La cúpula de los socialistas valencianos debería hacérselo mirar dos veces antes de ponerse a criticar. Y Ximo Puig debería tentarse la ropa antes de elevar el tono diciendo lo siguiente: "Cuando oigo lo que pasa en Venezuela y otros países, no tiene nada que envidiar el señor Fabra a sus actitudes".

Vamos por partes. Al añadir esa frase, Puig compara -estableciendo una equivalencia- al gobierno de Mariano Rajoy con el gobierno chavista de Nicolás Maduro, aunque formalmente acuse a Fabra y al PP valenciano. Bien. Parece sugerir que el gobierno conservador español tiene mucho de autoritario y antidemocrático, al igual que el chavismo es autoritario y entiende la democracia en términos de partido único. No resulta llamativa la acusación contra el gobierno Rajoy; lo novedoso es la crítica que se hace a Nicolás Maduro. Y bienvenida sea esa novedad si refleja el cambio de tendencia en las derivas socialistas desde aproximadamente el año 2002. Pero hay que ser coherentes y sinceros para ganar unas elecciones. O, por lo menos, parecerlo si no se tienen mayores dotes.

El pasado verano Nicolás Maduro se despachó a gusto contra, precisamente, Rajoy (http://youtu.be/4TX9hcptp2c). ¿Qué dijo entonces Ximo Puig que tanto critica ahora al gobierno venezolano? Pues no dijo absolutamente nada en contra de Maduro ni de su régimen chavista. Por consiguiente, da la sensación de que acaba de llegar al mundo y percatarse del carácter escasamente democrático del liderazgo del eterno chandal. Bienvenido al mundo.

Tampoco tiene buena memoria Puig. ¿Ya no se acuerda de las estrechas relaciones de la España zapaterismo mantuvo con la Venezuela chavista? En el otoño de 2004, Hugo Chávez fue invitado a venir a España y alimentar aún más las corrientes anti-Aznar a ambos lados del Océano Atlántico. Lo que debería haber permanecido en secreto fue filtrado a un gobierno extranjero y, así, Venezuela se enteró de posibles preparativos de un golpe de estado por parte del gobierno Aznar, siempre en debida conjunción con los EE.UU. Aquello fue una ligereza o una traición a los propios intereses del país que se representa, depende de cómo se vea. Pero tuvo dos consecuencias: empeorar nuestras relaciones con EE.UU. y facilitar que Chávez anduviera años tachando al ex presidente español de fascista. Años más tarde, claro, el propio Zapatero tuvo que andar reculando para defender el honor del expresidente Aznar en una Cumbre Iberoamericana y se ofreció a los EE.UU. para intentar reconciliarse con ellos. Zapatero, muy hispánico, pasó de la quijotesca arrogancia rebelde a la mendigante humillación de solicitud de un perdón que nunca llegó. ¿Y Ximo Puig? ¿Qué le parecía entonces el régimen del comandante Chávez? ¿Era autoritario y antidemocrático el bolivarismo reinterpretado por Chávez?


Hay que moderarse un poco antes de hablar desde la oposición. Para ser coherente y sincero hay que tener un poco de memoria, olvidar algunas cosas para superarlas y recordar bien los errores pasados para no repetirlos. En caso contrario, ni Ximo Puig ganará unas elecciones en la Comunidad Valenciana, ni al PSOE le esperarán en la Moncloa. No por ahora.

Lo que fuimos, lo que somos

Hay libros que pasan injustamente desapercibidos. Pocos notaron y menos leyeron las advertencias de Francisco e Igor Sosa sobre la fragmentación del Estado, cuya primera edición vio la luz en diciembre de 2006 (El Estado fragmentado, Trotta). Mirar para otro lado cuando se abrían las puertas a la bilateralidad entre Cataluña y el gobierno central sembró el conflicto que hoy contemplamos en la forma encubierta de un derecho a decidir que apunta presuntamente hacia la independencia, porque nadie consulta a nadie para decidir dejar las cosas igual que están. Vivíamos en un mundo que se antojaba perfecto mientras, en realidad, el envilecimiento, la estúpida ignorancia y el enriquecimiento arrojaban al ostracismo a las minorías que mostraban su desacuerdo. Eran los antipatriotas, los aguafiestas, los incómodos disidentes a los que se ahogó en el silencio bajo una espesa capa de descrédito infundado. Y hubo una legión de presuntos profesionales tan lenguaraces como insolventes dedicados con devoción a tan deplorable tarea. El dinero corría y ellos recibían su premio.

Sólo cuando la crisis económica nos situó ante el espejo de nuestra realidad, fuimos conscientes del desplome moral. Los antiguos verdugos se evaporaron, no sin llevarse antes sus últimas prebendas, mientras las víctimas se recuperaban del ostracismo bajo un viento de levante. Y eso significaba, simplemente, poder ejercitar la crítica sin ser situado en el cadalso debidamente adornados con el sambenito de reaccionario. Sólo cuando el tornado ha pasado podemos leer con recobrado sosiego la descripción de lo acontecido en España, gracias al Todo lo que era sólido de Muñoz Molina.

La crisis que padecemos es global y, sobre todo, encierra cambios próximos que serán estructurales. El mundo que hemos conocido parece licuarse reblandeciendo las referencias que parecían sólidas hasta hace bien poco. El filósofo Zygmunt Bauman ha bautizado el fenómeno con la expresión "modernidad líquida", en realidad una variación de los análisis sobre la posmodernidad. Pero no entenderíamos lo que ha ocurrido en España si camuflamos cómodamente los argumentos en la crisis internacional. Y este es precisamente uno de los aciertos del libro de Muñoz Molina. Es, simultáneamente, una autobiografía y un recorrido por los lastres que hemos arrastrado durante los últimos treinta años. Sin necesidad de situar fuera de nuestras fronteras culpabilidades que no podemos juzgar, por mucho que soñemos con jurisdicciones extraterritoriales.

Los defectos patrios venían de mucho tiempo atrás. Unos se adaptaron en la transición, otros –muy pocos- llegaron a desaparecer y algunos más florecieron al calor de los nuevos tiempos. Pero en la prosperidad de los ochenta y los noventa nadie se tomó el interés en diagnosticarlos y tratarlos, convirtiéndose en tumores profundamente encastrados. La gallardía intelectual de Muñoz Molina reside en señalar que la metástasis de aquellos tumores en apariencia dormidos se extendió como un reguero en la primera década del siglo XXI. Una España que daba la espalda al exterior porque, enriquecida y complacida, repetía una manida expresión: "como en España no se vive en ninguna parte". Un país que se impregnó en un clima turbio de discordia incivil sobre hechos acontecidos más de setenta años atrás. Un debate estéril, protagonizado por quienes ni habían vivido dramas mortales ni sabían lo que era pegar o recibir un tiro.

Cuando la barbarie triunfa no es en virtud de la fuerza de los bárbaros; es la civilización la que claudica. Los que alimentaron su juventud con canciones de Joan Manuel Serrat olvidaron en su madurez aquellos versos que rezan: "Los recuerdos suelen/ contarte mentiras. /Se amoldan al viento, /amañan la historia; /por aquí se encogen, /por allá se estiran, /se tiñen de gloria, /se bañan en lodo, /se endulzan, se amargan /a nuestro acomodo, /según nos convenga; /porque antes que nada /y a pesar de todo /hay que sobrevivir".

El libro tiene, además, el buen gusto de transitar brevemente por dos países que tanto pueden enseñarnos a juicio de Muñoz Molina: los Estados Unidos y los Países Bajos. Con sus virtudes y sus defectos, Nueva York y Ámsterdam son dos poderosos antídotos contra las anormalidades que aquí consideramos una parte más del paisaje público por pura cotidianidad. Cuando menos, producen una saludable oxigenación en estancias cortas. Doy fe de ello.

Es más que recomendable la detenida lectura de Todo lo que era sólido. Todo un espejo que nos devuelve una nítida imagen de lo que somos. Un buen punto de partida para repensar un futuro que ya no será igual que el pasado, por mucho que algunos acaricien la nostalgia de la molicie.



9.3.14

11-M.

 "Creo que el Gobierno se precipitó a la hora de elaborar una interpretación política del atentado. ¿Hubo una voluntad inicial de engañar? Yo diría que no, sólo hubo una interpretación errónea del atentado. A partir de ahí, estaban en una situación muy comprometida. Fue una reacción política en soledad e intentaron que esa interpretación política se mantuviera hasta que los hechos se la destrozaron. Eso fue lo que pasó".

Estas son las palabras del expresidente José Luís Rodríguez Zapatero en una reciente entrevista con motivo de aquellos trágicos atentados. ¿Por qué no dijo lo mismo hace unos años?

Más grande es otro extracto de la misma entrevista, integrado por una pregunta directa y una respuesta sorprendente:

"P.- ¿Tampoco tuvo que ver con el apoyo del Gobierno de España a la intervención en Irak?
R.- No se puede establecer una relación directa, No debemos establecerla porque sería como dar una excusa al salvajismo más abominable. ¿Hubiera sido menos probable el atentado si España no interviene en Irak? No lo sabemos, la Historia tiene unos vericuetos muy azarosos".
José Blanco, mano derecha de Rodríguez Zapatero en esa época, sentenció que Aznar era el culpable del engaño masivo. Así lo difundió "Público".

Algo nos hemos debido perder cuando, pasados los años, hasta el juez Javier Gómez Bermúdez reconoce que no se sabe de quién partió la idea del atentado.

No me extraña que ahora nos hayamos enterado de la auténtica muerte del general Prim. Amarga sensación que recuerda al conocido refrán "El muerto, al hoyo y el vivo, al bollo".