Todavía hoy la mayor
parte de los electores se sienten identificados con los partidos que giran en
torno al centro político, bien sea de
derechas o izquierdas. O lo que es lo mismo: los nostálgicos del pasado y los iluminados del futuro representan aún opciones minoritarias, ya sean crecientes o decrecientes. Son,
hoy por hoy, minorías. Por
consiguiente, parece razonable que los partidos mayoritarios se expresen con
moderación y sean
suficientemente responsables. Aquello de las "mayorías sociales" tan queridas como cacareadas por la oposición (precisemos: por los que han perdido las elecciones) debería ser patrimonio de quien ni ha ganado, ni está en condiciones de ganar, ni imagina -en su fuero interno- que
vaya a ganar unas elecciones próximamente.
El PSOE se encuentra en la oposición, pero ganó elecciones (unas,
con inigualable consenso; otras, con menos brillo) y estará en condiciones de volver a tener la responsabilidad de gobernar,
más tarde o más temprano. Para ello, el socialismo español necesita aterrizar, poner los pies en el suelo, diagnosticar
bien las causas por las que ha registrado los peores resultados de toda su
historia después de la muerte de
Franco y darse una ducha de seriedad y credibilidad. Debe reconocer que las
miradas hacia la izquierda y los falsos coqueteos progresistas que disfrazan un
buen montón de populismo
demagógico, hoy por hoy,
se traducen en una sangría de votos
procedentes de las clases medias. La mesocracia está muy castigada, pero existe y su estoica templanza no debe
interpretarse como síntoma de tolerancia
infinita o estupidez congénita.
De ese comportamiento de las clases medias deberá tomar buena nota el PP para no repetir hartazgos si quiere
mantener su mayoría, aunque sea
relativa. Y ese comportamiento tendrá
que ser bien pulsado por el PSOE si quiere enterrar su pasado reciente. Quien
se aleja del zapaterismo genera esperanza (léase Susana Díaz) y quien
persevera en la línea de aquel
presidente tan inesperado como imprevisible es el perfecto candidato para hundir
aún más al socialismo, incluso por debajo de los 100 diputados.
Mientras, Rubalcaba hace el papel de mantenedor de la nave a la espera de un
candidato/a idóneo/a. Es decir:
alguien joven, nuevo/a, sin máculas pasadas, pero
que garantice que no va a ser un presidente/a inexperto en todo pero
especialista en meter con ansia la gamba sin rubor alguno. Evitar a toda costa
una nueva versión de la insolvencia
sonriente inspirada en el difuso éter
del "talante".
Por dónde no pasa el
camino de la regeneración socialista es por
la oposición sistemática, ni por las maniobras de aislamiento del PP. Un PP aislado es
tan malo como un PSOE atrincherado y bueno es recordar que más vale la soledad que un mal acompañamiento. Y si es legítimo
y conveniente ejercitar la oposición,
es conveniente hacerlo con tiento y memoria. Leemos en las noticias del 24 de
febrero de 2014: "la portavoz del Grupo Parlamentario Socialista, Soraya
Rodríguez, y el secretario general del
PSPV-PSOE, Ximo Puig, han presentado este lunes ante el Tribunal Constitucional
(TC) un recurso de inconstitucionalidad contra la Ley de las Cortes valencianas
que suprimió el servicio público de la Radio Televisión Valenciana (RTVV) al considerar que vulnera el principio de
seguridad jurídica y supone
"un atropello" de derechos fundamentales". Hasta aquí todo normal y oportuno. El desmande conservador en la Comunidad
Valenciana ha sido superlativo, desde ex presidentes declarados inocentes por
la justicia hasta presidentes en activo.
Lo que ya no es tan normal es que, habiendo pasado lo que ha
pasado en esa Comunidad durante lustros, el PSOE no haya sido capaz de ganar
unas elecciones autonómicas. La cúpula de los socialistas valencianos debería hacérselo mirar dos
veces antes de ponerse a criticar. Y Ximo Puig debería tentarse la ropa antes de elevar el tono diciendo lo siguiente:
"Cuando oigo lo que pasa en Venezuela y otros países, no tiene nada que envidiar el señor Fabra a sus actitudes".
Vamos por partes. Al añadir
esa frase, Puig compara -estableciendo una equivalencia- al gobierno de Mariano
Rajoy con el gobierno chavista de Nicolás Maduro, aunque formalmente acuse a Fabra y al PP valenciano.
Bien. Parece sugerir que el gobierno conservador español tiene mucho de autoritario y antidemocrático, al igual que el chavismo es autoritario y entiende la
democracia en términos de partido único. No resulta llamativa la acusación contra el gobierno Rajoy; lo novedoso es la crítica que se hace a Nicolás Maduro. Y bienvenida sea esa novedad si refleja el cambio de tendencia
en las derivas socialistas desde aproximadamente el año 2002. Pero hay que ser coherentes y sinceros para ganar unas
elecciones. O, por lo menos, parecerlo si no se tienen mayores dotes.
El pasado verano Nicolás
Maduro se despachó a gusto contra,
precisamente, Rajoy (http://youtu.be/4TX9hcptp2c).
¿Qué dijo entonces Ximo Puig que tanto critica ahora al gobierno
venezolano? Pues no dijo absolutamente nada en contra de Maduro ni de su régimen chavista. Por consiguiente, da la sensación de que acaba de llegar al mundo y percatarse del carácter escasamente democrático
del liderazgo del eterno chandal. Bienvenido al mundo.
Tampoco tiene buena memoria Puig. ¿Ya no se acuerda de las estrechas relaciones de la España zapaterismo mantuvo con la Venezuela chavista? En el otoño de 2004, Hugo Chávez
fue invitado a venir a España y alimentar aún más las corrientes
anti-Aznar a ambos lados del Océano
Atlántico.
Lo que debería haber permanecido
en secreto fue filtrado a un gobierno extranjero y, así, Venezuela se enteró
de posibles preparativos de un golpe de estado por parte del gobierno Aznar,
siempre en debida conjunción con los EE.UU.
Aquello fue una ligereza o una traición a los propios intereses del país que se representa, depende de cómo se vea. Pero tuvo dos consecuencias: empeorar nuestras
relaciones con EE.UU. y facilitar que Chávez anduviera años tachando al ex
presidente español de fascista. Años más tarde, claro, el
propio Zapatero tuvo que andar reculando para defender el honor del
expresidente Aznar en una Cumbre Iberoamericana y se ofreció a los EE.UU. para intentar reconciliarse con ellos. Zapatero, muy
hispánico, pasó de la quijotesca arrogancia rebelde a la mendigante humillación de solicitud de un perdón que nunca llegó. ¿Y Ximo Puig? ¿Qué le parecía entonces el régimen del comandante Chávez?
¿Era autoritario y antidemocrático el bolivarismo reinterpretado por Chávez?
Hay que moderarse un poco antes de hablar desde la oposición. Para ser coherente y sincero hay que tener un poco de memoria,
olvidar algunas cosas para superarlas y recordar bien los errores pasados para
no repetirlos. En caso contrario, ni Ximo Puig ganará unas elecciones en la Comunidad Valenciana, ni al PSOE le esperarán en la Moncloa. No por ahora.