16.3.14

Lo que fuimos, lo que somos

Hay libros que pasan injustamente desapercibidos. Pocos notaron y menos leyeron las advertencias de Francisco e Igor Sosa sobre la fragmentación del Estado, cuya primera edición vio la luz en diciembre de 2006 (El Estado fragmentado, Trotta). Mirar para otro lado cuando se abrían las puertas a la bilateralidad entre Cataluña y el gobierno central sembró el conflicto que hoy contemplamos en la forma encubierta de un derecho a decidir que apunta presuntamente hacia la independencia, porque nadie consulta a nadie para decidir dejar las cosas igual que están. Vivíamos en un mundo que se antojaba perfecto mientras, en realidad, el envilecimiento, la estúpida ignorancia y el enriquecimiento arrojaban al ostracismo a las minorías que mostraban su desacuerdo. Eran los antipatriotas, los aguafiestas, los incómodos disidentes a los que se ahogó en el silencio bajo una espesa capa de descrédito infundado. Y hubo una legión de presuntos profesionales tan lenguaraces como insolventes dedicados con devoción a tan deplorable tarea. El dinero corría y ellos recibían su premio.

Sólo cuando la crisis económica nos situó ante el espejo de nuestra realidad, fuimos conscientes del desplome moral. Los antiguos verdugos se evaporaron, no sin llevarse antes sus últimas prebendas, mientras las víctimas se recuperaban del ostracismo bajo un viento de levante. Y eso significaba, simplemente, poder ejercitar la crítica sin ser situado en el cadalso debidamente adornados con el sambenito de reaccionario. Sólo cuando el tornado ha pasado podemos leer con recobrado sosiego la descripción de lo acontecido en España, gracias al Todo lo que era sólido de Muñoz Molina.

La crisis que padecemos es global y, sobre todo, encierra cambios próximos que serán estructurales. El mundo que hemos conocido parece licuarse reblandeciendo las referencias que parecían sólidas hasta hace bien poco. El filósofo Zygmunt Bauman ha bautizado el fenómeno con la expresión "modernidad líquida", en realidad una variación de los análisis sobre la posmodernidad. Pero no entenderíamos lo que ha ocurrido en España si camuflamos cómodamente los argumentos en la crisis internacional. Y este es precisamente uno de los aciertos del libro de Muñoz Molina. Es, simultáneamente, una autobiografía y un recorrido por los lastres que hemos arrastrado durante los últimos treinta años. Sin necesidad de situar fuera de nuestras fronteras culpabilidades que no podemos juzgar, por mucho que soñemos con jurisdicciones extraterritoriales.

Los defectos patrios venían de mucho tiempo atrás. Unos se adaptaron en la transición, otros –muy pocos- llegaron a desaparecer y algunos más florecieron al calor de los nuevos tiempos. Pero en la prosperidad de los ochenta y los noventa nadie se tomó el interés en diagnosticarlos y tratarlos, convirtiéndose en tumores profundamente encastrados. La gallardía intelectual de Muñoz Molina reside en señalar que la metástasis de aquellos tumores en apariencia dormidos se extendió como un reguero en la primera década del siglo XXI. Una España que daba la espalda al exterior porque, enriquecida y complacida, repetía una manida expresión: "como en España no se vive en ninguna parte". Un país que se impregnó en un clima turbio de discordia incivil sobre hechos acontecidos más de setenta años atrás. Un debate estéril, protagonizado por quienes ni habían vivido dramas mortales ni sabían lo que era pegar o recibir un tiro.

Cuando la barbarie triunfa no es en virtud de la fuerza de los bárbaros; es la civilización la que claudica. Los que alimentaron su juventud con canciones de Joan Manuel Serrat olvidaron en su madurez aquellos versos que rezan: "Los recuerdos suelen/ contarte mentiras. /Se amoldan al viento, /amañan la historia; /por aquí se encogen, /por allá se estiran, /se tiñen de gloria, /se bañan en lodo, /se endulzan, se amargan /a nuestro acomodo, /según nos convenga; /porque antes que nada /y a pesar de todo /hay que sobrevivir".

El libro tiene, además, el buen gusto de transitar brevemente por dos países que tanto pueden enseñarnos a juicio de Muñoz Molina: los Estados Unidos y los Países Bajos. Con sus virtudes y sus defectos, Nueva York y Ámsterdam son dos poderosos antídotos contra las anormalidades que aquí consideramos una parte más del paisaje público por pura cotidianidad. Cuando menos, producen una saludable oxigenación en estancias cortas. Doy fe de ello.

Es más que recomendable la detenida lectura de Todo lo que era sólido. Todo un espejo que nos devuelve una nítida imagen de lo que somos. Un buen punto de partida para repensar un futuro que ya no será igual que el pasado, por mucho que algunos acaricien la nostalgia de la molicie.



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