Corría el inicio de la década de los noventa y un estudiante de instituto preguntó al profesor de Historia: “¿Es verdad que van a reducirse los presupuestos de Educación para pagar los tres barcos que vamos a enviar al Golfo Pérsico?”. En aquella época todavía sabían los alumnos dónde estaba el Golfo Pérsico más o menos; un abismo separa aquellos tiempos de los que corren actualmente. No obstante, el nexo común entre el ayer y el hoy se sitúa en la manipulación demagógica de la que se dice “izquierda” y de algunos de los que juran encontrarse “a la izquierda de la izquierda” por evitar denominarse “extrema izquierda”. La pregunta de aquella adolescente dejó sorprendido al profesor. Lo absurdo de la misma se despejó con una tranquila negación y con el paciente consejo del docente sobre la conveniencia de dejar pasar tan sólo unos meses para demostrar la falacia de los que tienen por oficio ser falaces, en la imposibilidad manifiesta de ser capaces de ganar unas elecciones.
Tuvo que tragar quina entonces el presidente Felipe González ante las preguntas de la oposición exigiéndole los detalles del apoyo concedido a los Estados Unidos en su primera guerra de Irak. Muy especialmente, me refiero a los insistentes requerimientos de Julio Anguita a los que González replicaba con un “damos a los Estados Unidos todo el apoyo posible en estas circunstancias” y un “no desvelamos detalles por seguridad de las fuerzas comprometidas en la operación”. No son expresiones literales, pero compruebe el lector el sentido de las intervenciones parlamentarias en las actas de las sesiones del Congreso de los Diputados.
Años más tarde, sería el presidente José María Aznar el que tendría que hacer frente al coste político de secundar a los Estados Unidos en la segunda guerra de Irak. Hubo, no obstante, una diferencia: el PSOE –ya liderado por Rodríguez Zapatero– se había enfundado en una campaña demagógica para alcanzar el poder y metió los asuntos de política internacional en el debate partidista. Esa estrategia propia de la “izquierda de la izquierda” –amparada en su inconfesable confianza de no ganar nunca unas elecciones generales– fue adoptada por el partido llamado a ocupar el centro-izquierda y, por tanto, con posibilidad de alcanzar responsabilidades de gobierno. El suicidio estaba servido. Más tarde o más temprano tendría que tomar una decisión: o retirarse de Irak, o matizar sus promesas ante sus fieles. La segunda exige un tacto habilidoso para no perder votos, pero puede ser asumible; la primera significa una traición manifiesta a una potencia aliada de la que dependemos. Desde luego, una traición que no es letal a la vista de la insignificancia relativa de nuestro país, pero hiriente en todo caso. Escaso recorrido tiene quien, siendo dependiente, piensa que es su propio amo y señor.
Casi ocho años deben haberle enseñado algunas cosas sobre la política al presidente Rodríguez Zapatero. A jugar sucio desde luego, lo cual es una cualidad en un político que tenga los pies en el suelo. Es indicativo que desde que retiró las tropas de Irak no haya descansado en su tarea de enviar soldados al exterior, algunas veces a jardines exóticos de los cuales no sabemos muy bien cómo salir. Como ejemplos tienen el incremento de tropas en Afganistán, la aventura libanesa y, ahora, una voluntad de bombardear Libia ofreciendo todo el apoyo a los Estados Unidos desde las bases hispano-estadounidenses en nuestro territorio, sobre todo Morón y Rota, además de movilizar efectivos propios para las operaciones de guerra (varios aviones, un submarino clase “Mistral” y una fragata tipo F-100, al parecer y por ahora).
Los que están aceptando esto y rechazaron en su día la invasión de Irak son gente curiosa: o tienen un cinismo genético hincado en vena o manifiestan una ignorancia notable cuando alardean de que “ahora hay una Resolución de la ONU”. Por partes. La Resolución 1441 de noviembre de 2002 (aprobada por unanimidad en el Consejo de Seguridad) dio un ultimátum a Sadam Hussein que contemplaba el uso de la fuerza si el régimen de Bagdad no se desarmaba. Aquella fue la justificación para el ataque que se produciría más de tres meses después. Los que no quisieron ni siquiera tomarse la molestia de leerse aquella resolución son los mismos que, ahora, no dudan en poner su alma en sancionar la legitimidad del ataque contra Libia porque hay una rotunda determinación de la ONU. Por cierto, es tan “rotunda” que no ha habido unanimidad en el Consejo de Seguridad (como sí la hubo en noviembre de 2002). Y ha habido demasiada prisa por ponerse en marcha ante la presumible victoria del tirano en la guerra civil libia. Varias veces ha decretado ya el “tirano” Gadafi el alto el fuego, pero las fuerzas de la “comunidad internacional” siguen atacando. Por cierto, si alguien tiene una definición concreta de lo que significa “comunidad internacional”, puede informar de ello. ¿Es China “comunidad internacional”? ¿Lo es Rusia?
Como hay todavía quien no sabe que hay una diferencia sustancial entre el derecho internacional y las relaciones internacionales, merece la pena indicar que las dos guerras de Irak fueron invasiones, como lo fue Afganistán entre una y otra, como lo es esta de Libia que, de momento, es una mera intervención. El control de las materias primas, de la energía y de zonas estratégicas son algunas de las razones que sustentan estas guerras. Si alguien piensa que todavía están buscando a Bin Laden en Afganistán o que extirpar al único líder laico del norte de África ha sido una medida legítima provocada porque está matando a su gente, que los dioses le bendigan en su infinita ingenuidad.
Volviendo a asuntos domésticos, se puede ver claramente la maniobra que se perpetró en España durante el bienio 2002-2004. La guerra de Irak importaba poco; el objetivo era derribar al gobierno de José María Aznar mediante levantamientos callejeros de provocación. Lo que comenzó con el desastre del “Prestige”, continuó con las movilizaciones del “No a la guerra” y concluyó con los atentados del 11-M. El gobierno de entonces no estuvo fino en evitar la ola que se le venía encima y se confió demasiado. Sería letal para el PP –caso de que vuelva próximamente al gobierno de la nación– dejar tantos flancos sin cubrir si la oposición vuelve a ponerse tan demagógicamente agresiva como entonces.
El objetivo consistía en tomar el poder a cualquier precio y, evidentemente, Rodríguez Zapatero no lo va a soltar gratis. Cuenta con el silencio secuestrado de las gentes que lo sustentan ciegamente (que no son pocas). Ahora prácticamente nadie sale en manifestación contra la guerra de Libia que hemos visto comenzar, siendo difícil adivinar qué efectos va a tener a medio plazo. Nadie pregunta qué gastos tiene esta aventura de Rodríguez Zapatero en medio de la crisis económica que padecemos. Nadie abre los ojos al oír a la ministra Trinidad Jiménez afirmar que no hace falta el permiso del Congreso para enviar tropas al exterior cuando se trata de un caso de “urgencia”. Podía haber dicho esto mismo hace unos años cuando el ejecutivo de Aznar se embarcó en lo de Irak. Los “stocks” de cemento armado, sin duda, deben ser importantes en nuestro país tras el desplome de la construcción: algunos y algunas lo llevan en sus respectivos rostros. Los españoles permanecen perfectamente alienados mientras consumen telebasura y opinan que lo mejor es no estar presentes en el mundo, para evitarse problemas.
Las sucesivas metamorfosis de Zapatero son sistemáticamente perdonadas por sus feligreses. Ni siquiera se cuestionan si conviene o no que repita como candidato. Su iluminado altar será ocupado por otro (o por otra) que va a contar con un voto rígido y fiel que lleva votando al “partido” toda la vida. Para estos votantes no hay más que “un” partido; el partido único, en otras palabras. Si alguien duda de esto, que contabilice los millones de votos que va a cosechar el PSOE en las convocatorias electorales que quedan por venir. Ya verán. Puede incluso perder la mayoría, pero el puñado de millones de votos no se lo quita nadie. Conviene no olvidar que Zapatero está ahí porque los españoles lo quieren y quieren esa política de la nada. Los heterodoxos no suelen ser mayoría.
Por su parte, la izquierda de la izquierda ha mantenido una postura, al menos, coherente. Consciente de que no va alcanzar la mayoría (lo contrario supondría un problema para sus limitadas estructuras, incapaces de cubrir los numerosísimos cargos públicos con militantes propios) protestaba ayer como protesta hoy: tomando la calle o, por lo menos, armando ruido. La derecha –o, mejor dicho, las derechas– también mantienen un cierto grado de coherencia: apoyan la intervención en Libia como impulsaron la entrada en Irak. Aunque don José Blanco no lo reconozca, las derechas tienen un moderado complejo a parecer demasiado agresivas y se han puesto al lado del presidente Rodríguez Zapatero quien, en su día, hizo todo lo posible por boicotear la proyección internacional que España estaba adquiriendo. ¿Se acuerda don José? Y todavía hay quien lo llama “Pepiño”. No haga usted caso, don José, a esos crispadores de la caverna, que la recuperación económica está ya en marcha. Como el adviento que va a preceder al nacimiento del nuevo “mesías” socialista.
La clave de la bóveda se sitúa, pues, en el PSOE que debe encontrar su sitio, su lugar socialdemócrata después del baño de radicalismo populista y demagógico que le han dado Rodríguez Zapatero y sus adláteres. El problema de la presunta sucesión está planteado. No duden que el presidente lo va a resolver a su conveniencia, no según los intereses del partido. ¿Que no? Ya verán.
Cuenta con votos y con soporte social Zapatero. Más del que se cree. Es curioso comprobar que mientras militantes socialistas se muestran inquietos y reflexivamente críticos ante la situación, auténticos hooligans del PSOE (que jamás han hecho nada en política activa, por cierto) amparan, jalean y sueñan con el ostracismo de todos los que no voten al amo. Son los mismos que aplaudieron al alcalde de Getafe, Pedro Castro, cuando llamó a los votantes de la derecha “tontos de los cojones”. Son los mismos que se lamentaron al ver que Aznar salió vivo del atentado que sufrió. Son los que sueñan con ponerle una mordaza al adversario y, si hace falta, encerrarlo. Zapatero, pues, tiene aún margen de maniobra.
Otra cosa será que haga caso a la banca cuando le aconseja que termine la legislatura y que no abra la margarita de la sucesión. Pocas veces se ha visto más claro cómo Botín le ha hecho la cama al presidente. Y pocas veces se ha visto más claro cómo el presidente tiene sus propios cálculos en la cabeza para perpetuarse el máximo tiempo posible en ese espacio del que tiene una sed inagotable: el poder.
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