Llegó un buen día un Ayuntamiento que pensó urbanizar la zona poniendo calles y aceras. Llegó otro alcalde que pensó que lo mejor era abrir carriles bici. Las señales de aparcamiento se iban quedando en la alejada acera, casi como testigos mudos de la regulación del aparcamiento de vehículos que transitaban más allá del pasillo verde y ecológico. Luego llegaron los respetos a los derechos de las minorías y pusieron las correspondientes señales para reservar segmentos de aparcamiento para los discapacitados. Y llegó la empresa de limpieza y se percató del tentador espacio reservado para emplazar sus contenedores.
Hay que tener arte. Como Sevilla, la ciudad de la gracia.
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