“Otro mundo es posible” reza un eslogan compartido por muchos. Lo alternativo, la otra visión de las cosas suele despertar atracción en los más inquietos. Es como un imán. De entrada, imaginamos como prometedor el reverso de un anverso que nos desagrada. Lo soñado frente a lo real; la fantasía frente a lo prosaico; el perfecto ideal frente a las miserias de lo cotidiano. Es tentador plantear “lo otro”, pero más complejo es precisarlo y dotarlo de unos perfiles que hagan a ese “otro” viable y capaz de mejorar lo que ya conocemos. Muchos querrían cambiar el mundo. El problema es cómo y hacia qué dirección efectuaremos esa mutación.
Muchos “otros” caben ser formulados: “otra política es posible”, “otro modelo de distribución de recursos es posible”, “otro modelo social es posible”, “otra preservación del medio es posible”, “otra pedagogía es posible”… Pueden surgir como hongos este tipo de propuestas hasta el infinito. Casi diríamos que son capaces de aflorar con tanta intensidad como indefinición en sus propuestas. El acompañante del verbo siempre es “posible”; nunca es “viable” o “factible”. Francamente, no defiendo yo a estas alturas alternativas que no considere razonablemente viables y manifiestamente mejores que lo establecido. Es obvio que los riesgos son inherentes a las vidas que merecen ser vividas. Pero los riesgos calculados no son compañeros de aventuras de resultados inciertos.
Tras el descrédito en el que cayó el felipismo sepultado por los casos de corrupción vino el aznarato que fue víctima, a su vez, de unas formas que le traicionaron. La salvación final, la suprema meta a la que muchos creyeron llegar, vino de la mano del nuevo presidente José Luis Rodríguez Zapatero. La presunta “pureza” había llegado a la política de la nación. Hombre de escaso currículo político más allá de ser un oscuro diputado del botón quedó convertido en presidente tras un vuelco electoral en las urnas directamente vinculado a los acontecimientos que mediaron entre el 11 y el 14 de marzo de 2004. La ilusión y la esperanza renacieron en muchos, atraídos por la juventud y frescura de un candidato que suplía su evidente falta de experiencia con frases audaces que, en un principio, dejaron boquiabiertos a propios y extraños. Recuerden: “el poder no me va a cambiar”. Nadie se percató –al menos aparentemente- de que los grandes vencedores del 14-M fueron los terroristas.
Unos aún se tenían que lamer sus heridas (el PP), mientras otros se aprestaban a recuperar el poder tras ocho años de hibernación (el PSOE). Pocos fueron conscientes entonces del tren que estábamos tomando y, aún hoy, son muchos los que no quieren darse cuenta de nuestro rumbo enrocados en una testarudez ignorante o en un tribalismo ideológico que creíamos erradicado. Todo lo que ha mediado entre la frase citada en el párrafo anterior y la pronunciada el pasado 29 de diciembre (“estamos mejor que hace cinco años y mejor que hace un año”, sin olvidar añadir el certero pronóstico: “dentro de un año estaremos mejor que hoy”) merece cierta reflexión.
No parece muy aventurado pensar que el atentado del pasado 30 de diciembre en la terminal 4 del aeropuerto de Barajas marcará una divisoria en esta legislatura que comenzó en la primavera de 2004. O, al menos, así debería ser porque el balance de la trayectoria seguida en esta treintena de meses muestra brillos tan opacos como inquietantes. Durante todo este tiempo, una minoría –creciente, pero minoría al fin y al cabo- se ha mostrado crítica con la dirección que estaba imprimiendo al país el presidente del gobierno. Pero aún resulta más sorprendente comprobar la infinita indulgencia que le ha brindado la mayor parte del país en forma de silencio o acrítica condescendencia. Obviamente, la buena marcha de la economía ha favorecido –y lo sigue haciendo- la desactivación de gran parte de la sociedad civil a golpe de consumo o anomia.
No será fácil explicar dentro de unos años cómo se ha esfumado la política europea de España. Si Felipe González representó la entrada y consolidación del recién llegado al club europeo, Aznar supo situar a España en una posición de liderazgo relativo en los Consejos de Ámsterdam y Niza. Ese liderazgo, hoy por hoy, se ha perdido tras el bienio 2004-2006. No hay constancia de unas peores relaciones con Estados Unidos o Israel desde hace muchos años, derivadas de la violación de la primera promesa electoral (retirar las tropas de Irak después del 30 de junio) o de una política de gestos pro-palestinos pintoresca en un dirigente europeo occidental. Nadie ha pestañeado lo más mínimo cuando se han quemado más de 80.000 hectáreas en Galicia y nadie ha dicho nada cuando la imprevisión del gobierno gallego dejó las cenizas a disposición de las primeras lluvias que arrastrarían el fango hasta la costa asolando peces y mariscos. No ha habido movilizaciones ni “nunca mais”. El incendio de Guadalajara –con sus once muertos- va camino de desaparecer de la memoria, mientras hay quien aún insiste en el desastre del Prestige (que, ciertamente, fue un desastre, pero que no se cobró vidas humanas). El edificio Windsor se quemó por un cigarrillo y así quedó. A nuestros soldados no les atacan por lo visto en el exterior y si muere alguno se subraya que era peruano. Diecisiete soldados murieron en Afganistán porque sus helicópteros se desplomaron. Cosas de los “accidentes”. A finales de enero de 2007 han ametrallado de nuevo helicópteros españoles en Afganistán. Nadie dice nada; bueno, el ministro Alonso dice que es un “incidente menor”.
Eso sí, Solbes ha sabido mantener –por fortuna- una política económica calcada de su predecesor y, junto con Bono y Aguilar, ha representado lo más sensato del gobierno. Pero para compensar había que hacer gestos a la galería: acabar con el maldito vicio del tabaco (se habló hasta de conflicto civil por esta cuestión baladí), la legalización de los matrimonios homosexuales (recurso no utilizado en masa porque cualquier esclarecido sabe que la primera causa de separación es el matrimonio, institución convertida en negocio para quien nunca amó a nadie) o el cacareado carnet por puntos (por lo visto, la redención suprema de nuestros accidentes). Más grave fue la legalización unilateral de cientos de miles de inmigrantes ilegales a pecho descubierto y desafiando a propios y extraños bajo la bandera de la solidaridad y la Alianza de Civilizaciones. Luego, claro, vinieron unas decenas de miles a Canarias y el gobierno se sintió acorralado y buscó cobijo en la Europa que decían defender. La misma Europa que le puso la cara colorada al gobierno español en Madrid y en Helsinki. Recuerdo aún el patético e infantil referéndum sobre la Constitución europea de comienzos de 2005. Y toda esa precipitación porque difundieron la especie de que Aznar no era europeísta por haber defendido el statu quo de Niza con claridad y liderazgo. El cinismo no quedó ahí: Rubalcaba se permite despreciar con ironía las “opiniones” del “ex presidente” Felipe González. Veremos si todos los artículos del estatuto catalán son acordes con la Constitución de 1978. Y suma y sigue.
Lo de la Alianza de Civilizaciones puso a prueba la capacidad de los españoles para comulgar con ruedas de molino. Soy el primero que reconozco la capacidad de Rodríguez Zapatero para hacer de don Quijote y la de buena parte de los españoles para hacer de Rocinante. Este producto típico español en botella con decoración turca se parece bastante a emprenderla con los molinos de viento confundiéndolos con gigantes. Pocas veces se verá tamaña ingenuidad, ni vender aire en un envoltorio tan bonito como el de la paz y la natural cooperación entre todos los hombres y naciones del mundo. Eso es un deseo compartido por tantos que no es imposible que esté al alcance de la humanidad algún día. Pero de lo que estoy seguro es que la pacificación y armonía entre las civilizaciones del planeta tierra no va a venir de la mano de Rodríguez Zapatero.
La cantidad de actos frívolos perpetrados en dos años ha sido tal que la densidad de la estupidez ha sido insoportable. Uno llegaba a preguntarse si esto era toda la alternativa que tenía el socialismo español al programa del PP. Yo, sinceramente, creo que no. Creo que las siglas socialistas dan para mucho más y, desde luego, no cuadran bien con todo esto. Otra cosa es que el candidato que el PSOE presentó en 2004 estaba cooptado para perder, no para ganar. Y mucho menos para hacer del PSOE un “nuevo” partido fidelizado a su figura bajo unos modos que recuerdan disciplinas de secta y silencios de corderos. El presidente marca la luz y su guía es incuestionable. “Confiad en mí” les espetó a sus ministros/apóstoles sobre la negociación del estatuto catalán; meses más tarde elegiría a su candidato para la alcaldía de Madrid pasándose por el forro al partido; luego vendría su adhesión mesiánica al denominado “proceso de paz”, convirtiendo al terrorismo en una guerra regular y al terrorista en un interlocutor válido como soldado que propone llegar a la paz mediante la rendición del otro. El asesino dejó de serlo para ser un proponente de la paz. El problema lo representaban las incómodas víctimas, muy especialmente a lo largo de 2006. Molestaban las víctimas y quienes seguían llamando al asesino etarra “asesino”, con todas las letras. Ahí estaban Bono, Rosa Díez o Gotzone Mora… y muchos otros socialistas, además de millones de españoles. En la manifestación contra ETA celebrada en Sevilla en octubre de 2006 sólo habló una política en activo: la citada socialista Gotzone Mora.
La utilización partidista del terrorismo va a suponer una grave amenaza para nuestro sistema democrático si no le ponemos remedio. Y por utilización partidista no me refiero al firme combate contra la organización criminal (como hicieron todos los presidentes anteriores). Me refiero a buscar la paz por métodos indeterminados aspirando a convertirse en el salvador del país creyendo asegurarse, de ese modo, las elecciones hasta la jubilación voluntaria y, desde luego, un lugar en los libros de historia contemporánea de España (o lo que quedase de ella). Las sorprendentes ingenuidades sin límite han jalonado la escena pública española a lo largo del año 2006. Inquietaba comprobar que lo que uno pensaba era justo lo opuesto a lo que decía el presidente del gobierno. Llegaba uno a barruntar en la soledad si la equivocación no estaba de su lado, puesto que al presidente se le supone una información privilegiada y debía saber con precisión qué se cocía. Dolía especialmente contemplar que uno de los dos partidos que deberían sostener el sistema (el PSOE) se distanciaba de un modelo bipartidista para confeccionar un escenario unipartidista a su medida. Con su jugueteo con ETA y la paz añorada, el PP tendrá que sacar mayoría absoluta para gobernar de nuevo. Al PSOE –y, sobre todo, a Zapatero- le bastaba no quedar muy mal y sostener alianzas con la izquierda y los nacionalistas para mantenerse en el poder incluso aunque no quedase vencedor en las urnas. Total, la gente había tragado con Montilla en Cataluña y con Pérez Touriño en Galicia que, como se sabe, no son dos grandes seductores de urnas. ¿Qué impide a Zapatero ser eterno en La Moncloa siempre que el PP no obtenga mayoría absoluta? En los mensajes del presidente no se contiene ni la más leve referencia a la caducidad de su(s) mandato(s). Por algo será.
Pese a los posibles “beneficios” que para algunos pudieran reportar decenios de zapaterismo, ni todos los miembros del gobierno han secundado la andadura peculiar del presidente, ni siquiera la cadena Ser o la Cuatro se las prometían felices con los planes de fantasía emanados de La Moncloa… hasta destacados miembros de la inteligencia española presentaron su dimisión poco antes de los atentados de fin de año a la vista del poco caso que se hacía de la información elaborada para la Presidencia del Gobierno. Hoy sabemos que las confianzas del presidente carecían por completo de fundamento y, sin embargo, se amarró a ellas porque de las mismas dependían (y dependen aún hoy) sus intereses. Su espantada de fin de año y su negativa a decir claramente que el proceso había terminado, su recalificación de los atentados como “accidentes” (en varias ocasiones), su tardanza en llegar al lugar del atentado, el viaje de la vicepresidenta a Suiza a las pocas horas y el dejar a Rubalcaba la responsabilidad de dar la cara son detalles que dan el perfecto calibre de la debilidad de una estrategia mal diseñada y gestionada con un voluntarismo difícil de encontrar en un parvulario. Personalmente, no dejó de recordarme a la otra “desaparición” de Aznar tras el 11-M dejando a Angel Acebes con todo el peso de la situación. La diferencia es que, en esta ocasión, no hubo manifestaciones masivas en la calle ni intentos de asaltos generalizados contra las sedes del PSOE. Los responsables de los asesinatos del 30 de diciembre y del 11-M fueron los terroristas. Ni Zapatero ni Aznar, respectivamente, fueron los culpables. Es bueno insistir en esto porque ahí radica la perversión de la que no hemos salido aún.
La cosa ha sido grave y de ello nos dimos cuenta los que recibimos en nuestros teléfonos móviles el siguiente mensaje: "Todos con el presidente y por el proceso de paz. En mi nombre, sí. Pásalo". Rosa Montero también lo recibió y redactó un certero artículo en El País (9 de enero de 2007) que suscribo por completo. Como dice la articulista, sí, ese mensaje lo podía haber escrito el mismísimo Otegi. Pero lo curioso era la actitud ciega y acrítica del mensaje: con el presidente como sea, aunque se haya equivocado de medio a medio hay que seguir en el empecinamiento del error. Algo así como haber escrito otro SMS el 11-M que hubiera rezado: todos con Aznar…Aunque es bien sabido que aquel presidente que limitó voluntariamente a ocho años sus mandatos no tiene a su lado las redes del SMS.
El principal obstáculo, curiosamente, no ha sido una oposición popular irresistible a estos planes. El tropezón de Rodríguez Zapatero se lo ha propinado la organización terrorista ETA, cosa más que esperable visto desde dentro y desde fuera de España. O, en otras palabras, quien ha despejado tantas veladuras de simpleza ha sido la banda terrorista ETA. Ha dejado bien claro quién tiene la iniciativa y quién maneja los tiempos, quién tiene la sagacidad y quién la estrategia bien diseñada. Los terroristas estaban muy tocados tras el paso de Aznar por la presidencia del gobierno. Necesitaban tiempo para reorganizarse y un presidente que no los persiguiera internacionalmente más allá de Europa. Todo eso se lo puso en bandeja Rodríguez Zapatero. Consciente o inconscientemente es una cuestión en la que no voy a entrar, como tampoco tengo la respuesta a si ETA sabía o no el 10 de marzo de 2004 lo que iba a ocurrir al día siguiente (esto nada tiene que ver con la hispánica polémica en torno a la autoría de la masacre: hablo de información, no de autoría). Todo lo demás vino sólo: los robos de armas, los zulos, la evidente reorganización de la actividad subversiva con la “kale borroka” como aperitivo… y el presidente ni se inmutaba, ni suspendía las conversaciones, ya fuesen en Oslo, Ginebra o Ankara. Espero que semejante esperpento valleinclanesco tardaremos tiempo en verlo de nuevo o, por lo visto, deseamos que tarden mucho en repetirse tales desmanes. El presidente ha manifestado que las conversaciones y el proceso están liquidados. Espero, por tanto, que no acepte nuevas conversaciones en el futuro. No cabe añadir más: todo el mundo conoce la diferencia entre la verdad y la mentira.
Ya sabemos que la culpa de todo la tenía el PP, al que había que dejar sólo y aislado porque no se sumaba al barco de la mayoría (parlamentaria, claro). Sobre todo, lo importante era advertir que, aunque se sumase, había que seguir dejándolo sólo de alguna manera porque ahí radicaba la estrategia. El bipartidismo y el consenso era cosa del pasado, de la transición. Ahora tocaba que media España siempre fuese la que gobernase a la otra media en debida alianza con los nacionalismos a precio tasado. O el PP ganaba por mayoría absoluta o no gobernaría nunca. Incluso si así llegaba a gobernar algún día, podría crearse la imagen de un gobierno absoluto y derechista que había que derribar con presión callejera y pancartas. Lo mismo que se hizo entre el 2000 y el 2004, años en los que la legitimidad parlamentaria no significaba nada para aquellos mismos que llevan más de dos años alardeando de la soberanía (sic) del Congreso actual.
En suma: dos son los graves problemas que pesan sobre España. En primer lugar, la ruptura del bipartidismo y de los grandes acuerdos entre los dos principales partidos a favor de un PSOE que se ha escorado hacia alianzas con nacionalismos minoritarios con los que mantener alejado del poder al PP, incluso aunque éste ganase las elecciones por mayoría relativa. En segundo, el terrorismo (llámese doméstico o internacional) ha marcado y va a seguir marcando, si no se pone coto a las simplezas, las citas electorales y la evolución política de España a corto y medio plazo. Naturalmente, la manera más rápida de resolver un problema es negando su existencia y no faltan los que niegan los dos problemas anteriores. Suelen ser los mismos que creían que el problema de ETA ya era cosa del pasado gracias a su adecuada canalización dentro del denominado “proceso de paz”. Por escuchar, uno ha llegado a escuchar a un supuesto especialista en relaciones internacionales que Aznar había roto con la tradicional política exterior española y que Zapatero había vuelto a la línea habitual en Exteriores. Fino análisis.
Lo de arrinconar al PP a la trinchera enemiga quiebra la estabilidad del estado al que los dos partidos deben servir. No funciona un sistema democrático con un régimen de partido único, por más que se les prometan carteras ministeriales a los nacionalistas (los que, por cierto, no rechazaran el encargo de ser ministros de una nación que no consideran la suya porque poderosos caballeros son el poder y el dinero). Es una maniobra tan suicida como condenar al PSOE a la eterna oposición. Eso, al final, no termina bien y probablemente paguen los platos rotos muchos españoles que aún no han nacido todavía. Se entiende, por supuesto, que ese entendimiento en lo esencial no resta debate ni controversia a la pugna entre los dos grandes partidos. Se puede discutir de todo excepto de lo que conformaría una especie de Common Law a la española. Hay líneas rojas en el debate y dentro de ellas deben quedar elementos fundamentales como el sentido de una reforma constitucional, la organización territorial del Estado, la política exterior, la política de defensa y el terrorismo, por poner algunos ejemplos.
Roto ese pacto entre los dos grandes partidos, ETA ha aprovechado para sembrar la discordia entre los españoles para sorpresa de propios y extraños. Aún están asombrados en buena parte del Parlamento Europeo por la ingenua obstinación con la que el gobierno español pedía su apoyo para negociar con ETA. La simpleza de Rodríguez Zapatero la ha puesto también de manifiesto Felipe González al afirmar que no se puede hacer frente al terrorismo sin un plan B. Rubalcaba, que para eso le pagan y le queman, ha salido al paso diciendo que tenían un plan B y C. Mayor tontería no se puede decir cuando es obvio que lo dejaron sólo durante unos días para que tapase los agujeros de la nave que zozobraba. Que no le dé Rubalcaba muchas pistas a ETA porque, tal y como están las cosas, quizás le pongan a prueba para demostrar en qué consistían sus otros planes alternativos. No, el enemigo no es ni Felipe González, ni el PP. El enemigo es ETA, está reforzada y tiene la iniciativa de las jugadas.
ETA sabe que una campaña intensa de atentados minará sin remedio al presidente y al gobierno, precipitando probablemente el adelanto de elecciones. El gobierno no desconoce esto y, por ello, no da por definitivamente cerrado el restablecimiento de posibles contactos aunque este “proceso” pasado haya concluido. Pueden ser contactos mínimos para hacerle creer a ETA que puede obtener algo ahora aunque, en realidad, se busque ganar tiempo para conseguir una cierta victoria en las próximas elecciones. El gobierno está convencido de que ETA no se moverá en exceso porque ello le daría la victoria al PP y entonces la organización terrorista no tendría ninguna oportunidad de negociar. Pero este argumento tiene dos debilidades: 1º) no está tan claro que los sufragios suban tanto para el PP como para conseguir la mayoría absoluta en medio de una oleada de atentados; 2º) tampoco es imposible que, sin Rodríguez Zapatero, se planteen otras negociaciones con unos parámetros mas claros (entre ellos la entrega de armas que una organización terrorista puede realizar si ha sido duramente castigada con anterioridad). A Rodríguez Zapatero, desde luego, no le van a prometer la entrega de armas porque saben que tienen mucho margen para negociar con él. En otras palabras, el presidente tendrá que darle algo tangible y sustancial a ETA meses antes de las elecciones (como “aperitivo” a lo que tendrá que darle después) o habrá atentados más o menos selectivos. La cuestión es si puede, dentro de la ley, dar algo sustancial.
En esas circunstancias habrá un “baile” más o menos ficticio en el que las detenciones de terroristas no serán gravosas para ETA (véanse las detenciones parciales de los cachorros de Jarrai, Segi y demás). Lo importante es que el gobierno no toque las redes de extorsión y las redes de financiación exterior de “ETA, S.A.”. Mientras, la banda cometerá atentados que sean asumibles por el crédito del presidente siempre que quiera mantenerlo en el poder. La escalada irá en ascenso si no se consigue convencer a ETA de que se le ofrecerá algo importante y en la medida en que el tiempo apremie. Total: no hay ningún indicio que apunte a favor de una salida airosa en este problema de seguir por este camino. Vale la pena reflexionar sobre las palabras del presidente pronunciadas a comienzos de febrero de 2007 con motivo del acto de celebración del número 100 de la revista La Aventura de la Historia:
“… he reiterado mi voluntad de dedicar todo mi esfuerzo, mi capacidad y mi decisión a poner fin al terrorismo. Me siento, y esto es lo importante, obligado a hacerlo”.
Obligado a hacerlo. Y eso es lo importante. Sólo el futuro desvelará el posible alcance de estas palabras que han pasado demasiado inadvertidas.
¿Hay solución? Sí, si se cambia de estrategia a favor de un socialismo más acorde con el país y el continente en el que estamos. Con el mismo presidente o con otro, el PSOE puede completar al menos otra legislatura más con menos crispación y más entendimiento con el PP y con los nacionalismos moderados. A la vista de cómo están las cosas, hay que volver al Pacto Antiterrorista del año 2000 con muy ligeras modificaciones pactadas por los dos grandes partidos. Dicho esfuerzo debe venir acompañado de una seria rectificación de nuestra política exterior, en especial con los Estados Unidos e Israel (viaje oficial del presidente incluido). Habrá que estrechar relaciones con otros países del Magreb (no sólo con Marruecos) porque tampoco estamos a salvo de otro salvaje atentado de origen islámico con connotaciones “domésticas” (y éste es un punto muy importante a tener en cuenta). El momento crítico que está atravesando la UE resulta idóneo para recuperar siquiera una parte del liderazgo en Europa que quedó absurdamente abandonado. Tendremos que realizar arduos esfuerzos para reforzar nuestros compromisos internacionales y demostrar que somos capaces de acometerlos y de que somos unos socios fiables. Las medias tintas no engañan a nadie: la cumbre de ministros de defensa de la OTAN a celebrar en Sevilla (febrero de 2007) no persigue precisamente la paz de la Alianza de Civilizaciones (entre otros puntos pretende un incremento de presencia en Afganistán).
Estas medidas no afectarán a la buena marcha de nuestra economía y pueden amortiguarla de algún golpe que se vislumbra a medio plazo. ¿Tiene costes esta rectificación? Sin duda, significarán cambios en la cúpula de los socialistas catalanes (ya les viene de camino lo del estatuto catalán) y tal vez de los vascos (los gallegos sabrán acomodarse). Los de Ferraz sabrán hacer lo que diga el presidente y si éste tira por la senda de la sensatez, tanto mejor. Con esta rectificación, además, el PP pierde algunos de sus argumentos más poderosos (la lucha contra ETA, la desintegración nacionalista de España) y vería esfumadas sus posibilidades de triunfo en la próxima convocatoria. ETA, desde luego, mataría, pero con el mismo esfuerzo que se realizó entre el 2000 y 2004, quedaría de nuevo arrodillada y ese sí sería un momento para invitarla a la entrega de armas y los posteriores diálogos.
No terminarán los problemas porque siempre los hay y son propios de toda existencia. Pero si seguimos una receta razonable terminaremos con una grave y creciente inestabilidad que podrá ser muy peligrosa en el porvenir. Los gobiernos españoles han de transitar entre el PSOE y el PP si queremos que España siga existiendo. El poder ha cambiado a todos los hombres que han pasado por él. A algunos para bien, a muchos para regular y a no pocos para mal. Pero el poder cambia, sin duda, porque nos cambia hasta el tiempo durante el que estamos en él. Si los cambios conducen a que el terrorismo no tenga el inmenso poder que tiene hoy día, celebremos los cambios. De sabios es rectificar. Señor presidente, no tenga miedo de que el poder le cambie. Otro socialismo es posible.
2 comments:
En palabras recientes de Arturo Pérez-Reverte, "cuánto más peligro tiene un imbécil que un malvado". La frase le va como anillo al dedo a algunos, entre ellos muchos de los que han decidido que van a salvar España (bueno, el Estado Plurinacional Español).
Este artículo es de hace un tiempo, ¿no? Pero me temo que eso no le resta validez. No ha cambiado prácticamente nada.
[Suspiros.]
Un saludo
Julio, te vas a condenar: el pensamiento es un lujo dominical que pocos recuerdan ya. Razón: la plebe cada vez está más a gusto en el calor del establo. Firmado: Poliorcetes, hereje a mi pesar, heterodoxo desde entonces.
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