Por fin comienza a verse claro el carácter propio y singular de la crisis económica que atenaza a España. Durante meses no han faltado los que comparaban nuestra situación con la de otros países. Esta era la línea preferida y preferente de los exégetas de las palabras del presidente español y sus más perfectos hagiógrafos. Después de una borrachera de estadísticas y promesas al aire, empieza a vislumbrarse que la base de la crisis no es otra cosa que una crisis de confianza que, por cierto, no hace otra cosa que manifestarse crecientemente día a día.
Visto en perspectiva, la cosa tiene su lógica. No se trata de una pérdida de confianza injustificada a partir de uno o dos detalles mal interpretados. No es un desencuentro irracional. Desde el exterior, España ha hecho sus deberes sobradamente en materia de descrédito. Cambió de gobierno en el año 2004 convulsionada por un inesperado ataque terrorista que produjo un efecto devastador contra el entonces ejecutivo español, con la ayuda de la desafección de la entonces oposición. Poco después, el nuevo gobierno entendió la gerencia del país como un enfrentamiento radical contra los Estados Unidos al retirar unilateralmente y por sorpresa las tropas de Irak (antes del 30 de junio), sin olvidar aconsejar a todos los países presentes en el conflicto que debían seguir el ejemplo español dejando sólo al entonces presidente Bush. Nadie hizo el más mínimo caso, pero los españoles siguieron tan contentos aquella senda de quijotismo chulesco poco compatible con los tiempos globalizados que corren.
Más allá, el gobierno entendió que la democracia consistía en encerrar dentro de un "cinturón sanitario" al principal partido de la oposición, aliándose hasta con el más ínfimo diablo con tal de perseverar en su propósito de aislamiento. Por si fuera poco, entendió la negociación con la banda terrorista ETA como un indefinido camino sin retorno en el que las víctimas se antojaban incómodos obstáculos al diálogo. Era el momento de los "hombres de paz" que comprendían perfectamente el valor de la sangre ajena como moneda de negociación para intereses propios. Siguiendo un rebufo de expansión económica, el gobierno no tuvo ni un minuto de desvelo por la marcha material del país. El funcionamiento de nuestra economía era algo automático que nos iba a conducir a superar a Italia y, en "tres-cuatro años", a la propia Francia. Todavía resuenan los ecos en las paredes del hotel neoyorquino en el que se pronunciaron aquellas sandeces.
Luego vinieron los famosos 400 euros como forma cutre -pero eficaz- de ganar unas elecciones de 2008. Desde entonces, ya no hay 400 euros. Poco más tarde, vino la presentación de Chikilicuatre en Eurovisión, con las mismas bendiciones de una RTVE que, ahora, en 2010, ha cortado por lo sano la candidatura de otra impresentable para no hacer el ridículo. Los signos de los tiempos. ¡Qué felicidad aquella cuando las mulatas bailaban el chiki-chiki con las bragas en la mano! ¡Cómo encandilamos a toda Europa con nuestra creatividad! Pura marca España.
Pero no había más que leer cierta prensa inglesa (The Economist desde 2007) para darse cuenta de la ceguera en la que estaban sumidos los españoles. Llegó la crisis y, con ella, el Plan E, los generosísimos avales a los bancos y una generación de paro sin precedentes. Se voceó la consigna de la tranquilidad, se vieron brotes verdes, se llamó de todo menos bonito al que viera más de 4 millones de parados en el horizonte, etc.
Lo ocurrido en la primera semana del mes de febrero de 2010 ha sido la puesta de largo de un escenario en el que, probablemente, tenga lugar un buen baile victoriano en el que casa uno va a ocupar su sitio. España, gracias a la dirección de su gobierno, carece de credibilidad internacional. Maquillar primero las cifras de déficit para tener que reconocer y pasar de un 9 a más de un 11% no ha favorecido las promesas de seriedad de España. La descapitalización de la bolsa española ha sido otro síntoma. La reducción de cotizantes a la Seguridad Social y el nuevo crecimiento del paro, otros signos de los tiempos que vienen. Las respuestas han sido tan "serias" y "socialdemócratas" como aumentar las retenciones de impuestos haciendo que buena parte de las nóminas y las pensiones se reduzcan con respecto al mes de noviembre pasado. También ha sido muy "socialdemócrata" el aumentar la edad de jubilación y otra medida curiosa: una ampliación de los años de cotización de 15 a 25 años que ha ido apareciendo y desapareciendo como el Guadiana. Pura y creíble seriedad. Confianza.
Ahora se ha anunciado una reforma laboral que, por lo visto, ha arrancado contentando a todos. Un buen amigo -que suele ser bastante prudente- se ha atrevido a pronosticar que la cacareada reforma laboral va a ser tan estéril como el Plan E a la hora de resolver los problemas planteados. Y creo que tiene razón. Como la tiene el ministro Corbacho al que todos le quieren colgar el muerto de la "reforma laboral". Dice, con razón, que esa sola reforma no significará la salida de la crisis. Efectivamente: debe acompañarse con medidas de ajuste estructurales y nada gratas. Y no creo que los actuales gobernantes se atrevan a ponerle esos cascabeles a un gato que ha ronroneado hasta ahora, pero que puede arañar si le pisan el rabo.
Las facturas suelen pagarse. Ahora comenzamos a pagar algo de lo que ya no nos acordamos. Y el cargo bancario ha venido distinguido con el concepto "crisis de confianza". Seguro que todavía hay quien se preocupa de las causas de los piratas somalíes, del calentamiento global, de las utopías perdidas, de las bondades del entrañable Hugo Chavez, de la cosmovisión de Evo Morales y de la santidad laica de Fidel, de los molinos de viento y de las buenas intenciones de la conjunción planetaria entre Obama y Zapatero. Dos liderazgos del siglo XXI que son la esperanza de millones de habitantes del planeta. Que sigan pensando así, que el pensamiento es libre. Incluso es posible que los que así ven el mundo hayan percibido algún rayo cósmico en el mágico -y conservadoramente religioso- desayuno de oración al que Zapatero asistió como representante de la presidencia de turno de la UE. Afganistán agradece sinceramente el suministro de paz que le está dando la pacífica España; sentimiento que es recíproco como todo el mundo sabe.
Una pregunta: ¿alguien sabe si el expresidente José Maria Aznar hubo de tragar asistiendo al dichoso desayunito con ocasión de la presidencia española de 2002 (de enero a julio)? A la fecha, la respuesta es negativa y por eso pedimos ayuda universal de ratificación. Si eso hubiera ocurrido, todavía estaría la izquierda recordándolo en la misma reserva iconográfica donde cuelga la foto de las Azores. Por cierto, el presidente estadounidense visitó Europa (2001) recalando en primer lugar en España. Y sin desayunos oradores que recuerdan a las antiguas fiestas de comunión, cuando se daba un café y unos dulces por toda celebración. Corrian otros tiempos, sin duda. Obama ni siquiera viene en mayo. ¡Qué cosas! ¿Dan por amortizado a alguien?
Las cartas están ya marcadas, aunque haya quien piense que no pasa nada, ni nada viene de la nada. Y quien critica la nada, es que nada contracorriente. Y que la retirada de Irak ya está olvidada. Y que Israel no tomó nota de los pañuelitos inoportunos. Y que los guiris no se enteran de nada. Y que todos, menos Zapatero, están equivocados por malintencionados, torticeros y antipatriotas crispadores... Eppur si muove.